Aliah llevaba ya más de veinticuatro horas sin despertarse y, aunque Ragn le había prometido que le iba a salvar, Asteria empezaba a dudarlo a esas alturas. Cerró los ojos, intentando ignorar la corriente de dolor que le atravesó el que Ellen hirió, y respiró hondo. Cuando los volvió a abrir, solo se encontró con las llamas que Aliah tanto había admirado en su momento.
Gruñó de frustración, porque, aunque eran fascinantes, solo conseguían recordarle al ángel que había decidido dar su vida para salvar la de una simple humana con la que, encima, estaba enfadado. Suspiró mientras su corazón intentaba cicatrizar la herida que se había formado en él solo con el pensamiento de que Aliah podía no despertarse. Había pensado que seguiría siendo un grano en el culo durante toda su corta existencia en el mundo terrenal y, justo cuando se daba la ocasión de que desapareciera finalmente de su vida por completo, no podía soportar esa idea.
Se levantó de golpe mientras un grito de rabia subía por su garganta, nunca había llegado a entender por qué la vida era tan cruel. Por qué tenía que quitarte algo para que te dieras cuenta de que, en el fondo, sí que te importaba. Agarró una silla que encontró por allí, en esa habitación, y la lanzó contra la pared con una furia que solo había experimentado dos veces en su vida antes que esa.
Empezaba a sentirse colérica y su mente ya solo podía centrarse en destruir. Lo que fuera. Cualquier cosa o persona que se interpusiera en su camino. La parte lúcida que todavía quedaba en su cerebro le recordó que eso podía resultar mortal para ella, que ya no sentiría el dolor físico, ni la sangre que no tardaría en correr por su cuerpo, tanto por reabrirse las heridas que su madre y Ellen le habían provocado como por las nuevas que se abriría ella a sí misma. Pero Asteria ya no le escuchó, las voces llenas de rabia, odio y frustración inundaron su mente de nuevo, acallando con sus gritos a la otra voz.
No sabía cuánto tiempo pasó, no sabía ni siquiera si era de día o de noche, cuando la ira por fin se esfumó de su sistema. Asteria se dejó caer con pesadez en el suelo y miró a su alrededor, toda la energía y adrenalina de antes ahora desaparecidas. Todo a su alrededor estaba roto: el sofá estaba lleno de arañazos con los cojines todos abiertos expulsando sus plumas alrededor; las sillas y la mesa que se encontraban detrás de este estaban hechos trizas y algunos de esos trozos habían acabado por ser lanzados a la chimenea, por lo que el fuego estaba más vivo que antes; había arrancado los cables que unían la poca corriente eléctrica que había con la televisión y estrellado ese mismo aparato contra el suelo hasta dejarlo inservible; el suelo estaba lleno de rasguños, al igual que las paredes y los cristales de las ventanas.
Vaya, sí que tenía ganas de destruir.
La puerta se abrió con un crujido, el mango de la parte interior cayendo inerte hacia un lado. Detrás de ella, estaba Josias, su rostro afeado por su preocupada expresión.
- ¿Ast?¿Puedo pasar? - Preguntó con un susurro, admirando el destrozo que su hermana había causado.
La humana no le contestó. Josias se lo tomó como un sí y, lentamente, entró en la habitación y se sentó a su lado.
Al cabo de un rato mirando al infinito al lado de él, su hermano decidió que ya era prudente pasarle un brazo por los hombros y acercarla a su cuerpo, para intentar calentar el frío y el vacío de la mirada de Asteria. Ella no se quejó.
- No sabía que te importaba tanto - habló tras un largo rato, su voz todavía era suave -. Nadie lo sabía. Ragn decía que estuvisteis todo el tiempo peleados, que no tenía ni idea que fueras a acabar así porque el ángel está herido.
- Ellen le clavó tres dagas en el pecho - su voz no era más que un ronco eco.
- Sí, Ast, pero ninguna de ellas perforó su corazón. Se le puede salvar.
- ¿Y si no se consigue?
- En ese caso tendrás que honrar su sacrificio todo el tiempo que puedas, pero también tendrás que seguir adelante, seguir adelante con tu vida.
- No puedo.
- Va a sobrevivir. Es un ángel. Se cura más rápido que nosotros.
- Pero no lo suficiente.
- Siempre puedes hacer ahora algún gesto para honrarle, para entregarle parte de tu energía a él para que se cure más deprisa. Sé que suena un poco estúpido, pero tal vez, eso te ayude a dejar de sentirte tan impotente.
- Yo tampoco sabía que me importaba tanto - esas palabras rasgaron su alma antes de salir por su boca, pero sentía la necesidad de decirlas.
- No importa, no importa. Ahora lo sabes. Ahora puedes cambiarlo.
- ¿Puedes llamar a Levon? Necesito que haga algo por mí - sus ojos, que durante toda la conversación habían permanecido huecos, se iluminaron con una única luz grisácea.
Entró con precaución a la habitación donde ahora yacía Aliah, casi sin atreverse a verlo todavía inconsciente, puede que en coma. Se paró en mitad de la sala e intentó mirar a su alrededor pero sus ojos no podían separarse del cuerpo alado acostado en la única cama de la estancia. Respiró hondo y se acercó al sillón situado junto al catre, el sitio destinado a la persona que decidiera velar al ángel.
Abrió la boca para hablar, para intentar decir su nombre, pero su voz se rompió y lo único que salió de su garganta fue un sollozo. La cerró y contuvo otro, nunca había querido que precisamente él le viese llorar y, aunque ahora no pudiera hacerlo técnicamente, para ella se sentía igual.
- Angelote - susurró el apodo que le puso. Con solo decirlo, sintió como si le estuvieran partiendo por la mitad.
Observó el rostro de Aliah, todas las curvas y líneas que se marcaban en su rostro, la perfección del arco que formaban sus cejas, las pestañas negras apretadas unas contra otras haciéndolas parecer más oscuras, la figura de sus labios entreabiertos que dejaban ver el reflejo de la blancura de sus dientes, su cabello despeinado que se repartía por la almohada y su expresión seria, solemne y rabiosa de siempre desaparecida. No parecía en paz, tampoco.
- Aliah - aunque pronunció su nombre, no llegó a entenderse. Lo intentó de nuevo:- Aliah. Yo... solo quería decirte que, aunque desde que nos conocimos solo he sido una molestia para ti, y aunque tú hayas estado todo el rato intentando molestarme o enfadarme, me... me importas. No... no lo sabía hasta ahora, hasta que vi en tu cuerpo las dagas de Ellen y... y pensé que nunca más volveríamos a discutir por las más pequeñas idioteces. Sé que parece una estupidez, lo sé, pero de alguna manera has conseguido entrar así en mi corazón. Y es... y es muy difícil hacerlo, sobre todo desde que me vendieron. Si me burlaba de ti y eso, en realidad era porque... porque tenía miedo. No el miedo que los humanos tendríamos que tener a los ángeles, sino miedo de que... bueno, de que sucediese esto, precisamente. Así que... lo siento. A ver, sé que no me escuchas, estás inconsciente, o en coma, no estoy segura de qué es lo que han dicho los médicos. Solo... solo quería, por lo menos, quitarme este peso de encima: saber que, te estés enterando o no, saber que te lo he dicho. Y confiar en que, si despiertas, te pueda pedir perdón y... y si no lo haces, y si no lo haces, a lo mejor me puedas perdonar desde donde quiera que estés, diría desde el seno de Dánaex, pero como sé que no crees en las Tres Divinidades... Pues, desde donde quiera que estés - una lágrima solitaria se escapó de sus ojos -. Te voy de echar de menos, Angelote. Te voy a echar mucho de menos.
Se levantó del sillón, las lágrimas acumuladas en sus ojos le impedían ver con claridad. Y, sin más ceremonia, Asteria salió de la habitación de Aliah. Ahora ambos eran iguales.

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Ciudad de Sangre
Fantasy"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." Asteria es una humana, vendida por su familia a un burdel de niña, que intenta encontrar un camino hacia su libertad en un mundo lleno de criaturas infinitamente más poderosas que ella. Lo que empieza como una odi...