45

10 4 0
                                    

El suelo de la celda donde Raziel mantenía a Rubyx era sorprendentemente cálido. Su amiga se sentaba en el estrecho banco de madera que hacía las veces de cama enfrente de donde Asteria se había sentado. Laurevsky, que había regresado a la ciudad solo unos días después que ella desde Melmener, estaba apoyada contra los barrotes de la celda, en los que su larga trenza de ébano estaba enredada, vigilando con sus maravillosos sentidos excepcionales para que no se acercase ningún guardia o similar. Asteria sonrió, hacía un mes que no estaban las tres juntas y a ella ya le parecía una eternidad.

- ¿Os habéis puesto al día vosotras dos o tenemos que enfrascarnos en una larga conversación que no me va a servir para nada?

Laurevsky rio y sus ojos brillaron con aquel precioso color del oro líquido.

- Tranquila, Ast, hemos pensado en tu bienestar y ya hemos tenido esa larga conversación mortalmente aburrida. Rubyx me estaba contando lo que ha ido descubriendo al haberse dejado atrapar.

- Sí, esa es otra cosa. ¿De verdad se creen esos ángeles de mierda que pueden capturarte – la humana miró a Rubyx – sin que tú puedas deshacerte de ellos en el momento en el que desees?

- Se llama soberbia y si alimentas la de tus enemigos, ganas siempre –. Dejó escapar una corta ronca risa –. Incluso tú podrías ganar a quien te diese la gana si lo hicieras: humano, elfo, hada, licántropo, ángel, demonio o dios. Siempre funciona.

- Me alegro por ti, hasta ahora mi carismática personalidad no me ha fallado – Laurevsky volvió a reír ante el comentario de Asteria, tan abiertamente que se le vieron sus pequeños colmillos.

- Oh, sí, nosotras hemos echado muchísimo de menos tu carismática personalidad de la que, desde luego, no te hemos tenido que salvar en ningún momento.

- Vete a la mierda, Rubyx, y llévate tu sarcasmo contigo, ¿quieres?

- Vamos, Ast, no te enfades. Sabes que la hija de puta esa dice la verdad. Por mucho que nos disguste a ambas –. Laurevsky intentó calmar el ambiente.

- Podría haber perfectamente sobrevivido sin vuestra ayuda – Asteria se obstinó.

- Uy sí, de una manera. ¿Y si te dijese... el día de la ducha? – Rubyx siguió provocándola con una sonrisa que dejaba ver el brillo níveo de sus dientes.

- Ni se te ocurra mencionarlo – Asteria se levantó de golpe, el fuego inundando sus ojos azules.

- Y otra vez... volvemos a empezar – musitó Laurevsky.

- ¡Oh, cállate, Revsky! Tú disfrutas de nuestras peleas más que nosotras –. La acusó con el dedo índice la humana, que se había vuelto a mirarla inmediatamente.

- Disfruto las primeras, las cuatrocientos mil ya no tanto, querida –. Asteria contestó a su comentario con una mueca burlona que hizo que Rubyx se riese.

- Sí que nos hacía falta vernos. Se me olvidado lo aburrida que era mi vida antes de vosotras dos.

- Y lo aburrida que se volverá cuando ambas estemos muertas, oh inmortal Rubyx.

- No me lo recuerdes, Revsky – rio la gris criatura.

El silencio envolvió la celda poco después, cada una sumida en sus propios pensamientos. Asteria miró a Rubyx, contemplando con aire ausente las baldosas del suelo, como tantas otras veces la había visto hacer, llevada por la melancolía y la nostalgia por lugares y personas a las que había tenido que dejar atrás y ver morir sin poder cambiar sus destinos a lo largo de una vida que ya había sido tan larga que ni Laurevsky, que ahora contemplaba el pasillo más allá de los barrotes, podría llegar a entender al final de lo que prometía ser una longeva vida. 

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora