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Antes de salir por la verja metálica que delimitaba el campamento de los licántropos con el poblado humano, Asteria no pudo evitar mirar hacia atrás, deseando en el fondo de su alma que Aliah estuviera allí, andando detrás suya. Pero no estaba y ella tuvo la suficiente dignidad como para no volver a girarse, como para no dejar caer ninguna de esas estúpidas lágrimas que empezaban a congregarse en sus ojos. No iba a llorar por un puto ángel. No iba a hacerlo. No caería tan bajo. 

Siguió andando hacia delante, al lado de Ragn, una capucha negra sobre su rostro, no iba a permitir que el resto de Melmener supiera quién iba a hacer la masacre que tenía pensada. Solo lo sabrían sus aliados y los muertos. Alzó la cabeza con orgullo y apretó la mandíbula mientras entrecerraba los ojos. No iba a desconcentrarse por un estúpido ángel. Hoy tenía que concentrarse en matar a su familia. Después ya haría lo que fuera que quisiera hacer. 

- Luna Roja - llamó al hombre lobo que camina a su lado.

- ¿Cuervo Blanco?

- ¿Prefieres por la puerta de atrás o por la de delante?

- La de delante está bien.

- Bien, porque yo quería la de atrás.

No hablaron más hasta llegar a una casucha, pese a ser una de las más grandes seguía siendo miserable, caminando por las mugrientas calles, silenciosas a esa hora en la que los pescadores ya se habían ido al mar y los recolectores terminaban de prepararse dentro de sus casas para salir a trabajar. Por suerte, su familia era recolectora y eso los iba a matar. 

- Suerte - musitó entre dientes la humana mientras rodeaba la cabaña en busca de la puerta trasera.

- No la vamos a necesitar - Ragn le respondió con seguridad, dándole ánimos, a la vez que se dirigía al portón principal. De esa manera no tendrían vía de escape.

Asteria asintió sin mucha convicción y sacó de su vaina la espada que llevaba a la espalda al mismo tiempo que llegaba al trozo desgastado de madera que llamaban puerta. Cerró los ojos y respiró hondo, preguntándose por primera vez si sería capaz de hacerlo, de matarlos a todos, de ver como suplicaban por su vida y negárselo. Ahora no estaba segura del todo. Con suerte, Ragn se encontraría primero con Ellen, no se veía con la fuerza necesaria de ver cómo la vida se extinguía de los ojos de su hermana gemela. Abrió y entró sigilosamente dentro de la casa, ni un sonido disturbaba el silencio que reinaba en ella, ni siquiera los sonoros ronquidos de su padre. Eso hizo que se tensara, algo extraño pasaba. Esta no era su casa, esta no era su familia. Al menos no la casa ni la familia en la que ella había vivido.

Se esforzó por tranquilizarse, solo porque estaba nerviosa por hacer su primera matanza no iba a inventarse cosas que no eran, tal vez lo que sucedía no era más que su madre había conseguido lo que siempre había querido: que su marido no roncara. Respiró hondo y se internó por los mismo pasillos en los que había vivido toda su infancia, todos los juegos que había compartido con Ellen, todas las regañinas de su madre por hacer tanto ruido y despertar a su padre, todas las risas verdaderas que había salido de su garganta, todas las sonrisas puras y luminosas que había esbozado, todas las lágrimas que habían caído de sus ojos al intentar andar después de un accidente que tuvo en el acantilado y partirse las dos piernas, todas las miradas cómplices con su hermana gemela antes de hacerle alguna travesura a algún otro de sus hermanos. Respiró hondo de nuevo, intentando llevar todos esos recuerdos a la más profunda oscuridad de su mente, intentando volver a recordar todo lo que había sufrido por culpa de todos ellos para reafirmarse en su decisión de matarlos. 

Su primera parada era el dormitorio que tenía más cerca, y no había sido precisamente eso una casualidad. Sus padres serían los primeros en morir. Apartó la cortina que hacía las veces de puerta y entró en la habitación. Era tan pequeña como recordaba y seguía contando solo con el catre en el que dormían plácidamente su madre y su padre y un par de taburetes en los que dejar la ropa. Se acercó a la cama, el hombre, de cabello negro canoso y piel morena y curtida, era el más cercano a ella y Asteria no dudó en alzar la espada por encima de su cabeza y bajarla con un único movimiento en el que le cortó de un solo limpio tajo la cabeza a su progenitor.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora