44

10 4 0
                                    

Tenía que verles de nuevo, tenía que escuchar sus voces; sus risas, sobre todo. Dudaba que fuesen a reír justo en ese momento, pero lo necesitaba tan desesperadamente...

Entró volando a su habitación por la ventana, que había dejado abierta diez días atrás. Casi no podía creerse que todo el tiempo que habían pasado en el Refugio de Tynan hubiese sido tan solo diez días. El hada se había pasado por allí casi todos los días y él y la Garm siempre habían estado cuchicheando y susurrando por los rincones. A veces, habían hablado de distintos libros y Aliah también había participado. Los únicos que habían estado fuera de lugar habían sido la humana y él, y por lo menos la humana había tenido noches largas y placenteras casi todos los días, él había tenido que soportar dormir en la misma estancia que la arcángel que en verdad era un monstruo.

Esa mañana, apenas una hora antes, Tynan había dicho algo de enseñarles a Aliah y a Gab su biblioteca y armería y los tres habían desaparecido. Asteria no había tardado mucho antes de anunciar que ella también se iba y pedirle que le cubriese las espaldas si ellos volvían antes que ella. Hacía tan solo diez minutos desde que él por fin se había atrevido a salir también para ver a Kiedraw, Handah y Niueh. No quería que ellos necesariamente le vieran, solo poder verlos y escucharlos él, despedirse en silencio de ellos por si no salía con vida del elaborado pero ridículo plan que habían hecho y que pondrían en práctica dentro de dos días.

Se acercó con cuidado para no hacer ruido a la puerta que daba al baño, para saber si alguno de ellos estaba allí y dedujo que así era cuando escuchó el agua de la ducha correr. Al otro lado de la puerta que daba a la sala común se oían voces y se acercó para saber qué decían.

Escuchó la típica risa de Niueh, corta y que daba a entender que lo que había escuchado era divertido y un golpe sordo antes de oír a Handah protestando sobre algo, con su voz de necesito desesperadamente reírme pero tengo demasiado orgullo. Sonrió con tristeza y se pegó más a la puerta, casi sintiéndose como si estuviese allí de verdad. En su mente, Niueh estaba sentado en el brazo del sofá, Handah sentada en el sillón a su lado y él de pie entre ambos, solo contemplándolos hablar y reír, encontrando un resquicio de luz y paz en esos momentos.

El miedo volvió a colarse en sus entrañas al pensar en eso, al darse cuenta de que sí que había encontrado una luz entre toda la oscuridad que era su vida. No podía permitirse perder eso, no podía permitirse perderlos. Y tampoco podía permitirse perderse él, huir de nuevo, pues los perdería de esa forma también.

Debía matar a Miguel.

El arcángel tenía que morir, o le perseguiría para siempre como un espectro que no te deja dormir ni comer ni vivir. Porque él huiría. Lo sabía demasiado bien. Él huiría porque preferiría perder su fuente de felicidad que perder la libertad, la sangre y tal vez la vida. ¿Aunque cuántas veces no había fantaseado él con poner su preciosa pistola, la que tenía grabado su verdadero nombre en cobre, sobre su sien y apretar el gatillo? ¿Cuántas veces había estado a punto de hacerlo? Pero siempre le habían interrumpido. No. Esto solo podía terminar de una manera y esa era la muerte. Ya fuese la de él o la suya propia. Realmente, siempre había sabido cómo iba a tener que terminar todo esto. Solo deseaba que no fuese necesario. Deseaba que él de verdad fuese solo Axtah, un ángel nacido y criado en Ciudad de Sangre que se había ganado legítimamente ser el comandante de la Guardia de Raziel, un arcángel al que seguía con lealtad y devoción porque era un gran líder.

Pero no era así. Y ya era hora de afrontar las consecuencias de los malhadados juegos del destino.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora