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Cuando volvió a su habitación ya no estaba Kiedraw, tampoco es como si a Gab le importase, al fin y al cabo solo eran amigas con beneficios. Principalmente, solo los beneficios. Se quitó la túnica manchada y la hizo cenizas con su fuego, para que no quedaran pruebas del crimen que acababa de cometer. Se vistió con un vestido, más de arcángel que las anteriores vestimentas que había llevado, azul hielo con un corpiño casi transparente con decoraciones de copos de nieve que tapaban sus senos. Estas terminaban en la cintura, donde la tela se volvía opaca y caía lacia hasta sus tobillos. Salió de su habitación y se dirigió al barracón del comandante, de Kie y de otros más. 

Dentro se encontraban los mismos que la última vez que estuvo. La elfa negra, el comandante, el semi ángel y la que hizo la fiesta. 

- Buenos días - en este momento no estaba como para hacer una de sus habituales entradas alocadas, suficiente tenía con hacer como si no acabara de matar al príncipe de los elfos de Ciudad de Sangre. 

- Hola, Gab - le saludó Kiedraw con su habitual pasotismo antes de volverse de nuevo hacia el semi ángel y seguir hablando con él como si nada. 

- ¿Sucede algo, señora? - Le preguntó con un tinte de preocupación el comandante. 

- Tengo que reunirme con Raziel en unos minutos y... por mucho que me encante explorar no tengo ni idea de dónde está su despacho. Supongo que como eres el comandante tú sí que lo sabrás, ¿o me equivoco, Axtah? - En el último momento se acordó de su nombre y lo metió en la pregunta, para que pareciera que podía habérselo dicho en cualquier momento. Cosa que no era cierta. Ni por asomo. 

- No, señora. Sígame, por favor - fingió una sonrisa de agradecimiento. 

 Gab se dejó escoltar hasta la planta más alta del edificio donde le dejó ante una enorme puerta de madera de haya. La arcángel no se anduvo con rodeos y entró en la sala contigua sin siquiera hacer que la presentaran o dignarse a llamar a la puerta. 

El despacho del arcángel era muy grande y espacioso. Tenía una estantería llena de libros en una de las paredes y un ventanal enorme en otra, también había dos mesas, una en la que estaban ordenados un montón de papeles y otra en la que estaba él sentado esperando a que Gab llegara. Raziel tenía el cabello castaño claro, casi caoba, muy corto y dos profundos ojos verdes que se clavaban sin piedad en la arcángel. Sus alas blancas brillaban casi más que el cristal del que estaba hecha la sala, estas caían lacias por su espalda.

- Buenos días, Raziel - no esperó invitación alguna antes de sentarse en una de las sillas colocadas ante él.

- Buenos días, Gabriel - su voz era grave y rasposa y le recordó a la suya cuando estaba a punto de asesinar o torturar a alguien. 

- Sé que la Asamblea Anual es en unos días pero, sabiendo todo lo que sé de los arcángeles, puedo decir que hay algunas cosas que solo se dicen de igual a igual y no delante del resto de jefes de las otras razas, ¿estoy en lo cierto?

- Lo estás. Debes de hacerlo a menudo.

- Todos los años - le sonrió con suficiencia -. Por cierto, tengo una pregunta para usted, ¿cómo es posible que decidiera hacerme venir a mí? Teniendo en cuenta que nadie lo ha hecho desde... desde nunca, me resultó un tanto extraño.

- Tenía curiosidad.

- ¿Sobre qué?

- Sobre ti. Algunos dicen que eres la arcángel más bondadosa y más...

- ¿Loca?

- Sí. Otros dicen que eres un verdadero monstruo más frío que el hielo que tú misma creas y con el que tienes sumida a toda la ciudad.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora