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La luna todavía se alzaba con todo su esplendor en el cielo nocturno cuando se despertó. Una sensación de malestar le recorrió todo su cuerpo, un sabor agrio se había instalado en su boca y ya no sabía qué hacer para que se fuera. Suspiró con fuerza y se resignó a la verdad tras varios minutos: un demonio había entrado en Ciudad de Sangre. Y nadie tenía su permiso para entrar en su territorio.

Tardó apenas dos minutos en vestirse con el mismo traje blanco que llevó para hablar con Tynan, bajar al Atrio y salir a la calle, la capucha tapándole el rostro. Gab empezó a moverse por la ciudad, guiándose por la sensación acre de su paladar. Se deslizó por callejones que probablemente solo dos personas en esa ciudad sabían cómo orientarse en ellos, cruzó avenidas en las que la gente que seguía despierta, más de la que pensaba que habría, se la quedaban mirando con extrañez y cruzando plazas desiertas.

Cuando llegó a una rotonda que tenía en medio un edificio triangular construido con obsidiana y amatistas fue cuando vio por fin a una figura de alas negras. Dejó caer, sin dudar, el disfraz que cubría las suyas, haciendo que ya no fueran blancas, y se acercó a la criatura.

- No tienes permiso para estar aquí - Gab fue directa al grano, nada de presentaciones o saludos.

El demonio se dio la vuelta muy lentamente. Vestía con una capa negra que también le tapaba el rostro, aunque se le veían sus dos brillantes ojos rojo sangre.

- ¿Y quién dice eso?

- Yo.

- ¿Y quién eres tú?

- La primera demonio que se ha atrevido a poner un pie en Ciudad de Sangre desde la Rebelión y quien ha añadido este territorio al que ella ya tenía antes.

- ¿Demonio Mayor, entonces, no?

- No.

- Entonces no tienes derecho alguno a tener territorios.

- Supuestamente soy arcángel.

- ¿Arcángel? - El intruso alzó una ceja.

Ella asintió.

- Si eres un demonio no puedes ser arcángel.

- Te digo quién soy y cómo he llegado hasta aquí si tú me dices exactamente lo mismo a mí primero.

- ¿Y cómo me puedo fiar yo de que vas a mantenerte fiel a tu palabra?

- Yo nunca miento a los demonios.

Él volvió a enarcar una ceja.

- Si no, me verías con las alas blancas, no negras. Y utilizaría solo el hielo contra ti, no también fuego.

- Nunca llegaste a convertirte.

- No me dejaron.

- Así que tus padres eran de los míos.

- Así que eres de los primeros rebeldes.

- Eres buena sacando información.

- Gracias, lo aprendí de mi madre.

- ¿Quién era tu madre?

- ¿Quién eres tú?

- Respóndeme y serás contestada.

- Tu esposa - Gab le respondió unos segundos más tarde.

- ¿Qué?

- Deberías acordarte de la hija que dejaste atrás, Lucifer.

- Estar en mi bando es peligroso - fue lo único que Gab pudo obtener de su padre como disculpa.

- Estar en el mío es incluso más.

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora