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Si el día ya había empezado como una mierda, era solo porque todavía no sabía todo lo mierdoso que se podía poner. En primer lugar, había tenido que estar presente en el encontronazo de dos de las criaturas más poderosas de toda La Tierra, y no había sido uno muy amistoso. En segundo lugar, había tenido que soportar las quejas y los gruñidos y las órdenes tanto de Raziel como de Asaliah cuando se dieron cuenta de que Aliah se había pirado como si nada sucediera, típico de él. En tercer lugar, había tardado casi media hora en poder llegar al nivel subterráneo donde estaba el quirófano de Niueh, demasiada gente en su camino que además necesitaba hablar con él desesperadamente. En cuarto lugar, había tenido que esperar a que la arcángel llegara con una sílfide de la tierra por lo menos otros cuarenta minutos. Y ahora tenía que seguir quedándose en la puerta de la sala médica donde se habían reunido la sílfide, la arcángel y un par de hadas enfermeras o cirujanas o algo por el estilo. Además, por si fuera poco, a su lado estaba Handah que, por primera vez en toda su vida había decidido que era prudente dejar salir toda su preocupación, frustración e impotencia y se dedicaba a decir todos los posibles ángeles que podían ser el que, según Gabriel, iba a "morir entre grandes dolores".

Por una vez en su vida, se dejó admirar la capacidad de Aliah de hacer que nadie fuera a contarle sus problemas, esa capacidad de mandar a la mierda de todas las maneras posibles, desde las palabras literales hasta simplemente seguir su camino como si no fueras más que un bicho en el suelo. Porque en aquel momento, en aquel miserable momento, de lo único de lo que tenía ganas era de ignorar a todo y a todos y hacer algo que, al contrario que lo que siempre hacía, le gustara a él. Ese día, estaba harto de que su vida se basara en intentar complacer a los demás mientras que a ellos les importaba tanto él como su vida una soberana mierda. Suspiró entre dientes, rezándole a Éloish que Handah no lo escuchase y obligándose a prestarle atención a su compañera de nuevo.

- ¿Crees que será Juiah? Nadie lo ha visto desde el Incidente y le he preguntado a...

- Handah.

- Toda la gente que le conoce y nadie lo... - el ángel siguió a lo suyo.

- Handah - se permitió alzar la voz un poco más.

- Ha visto y tengo miedo de que sea él, además, ¿tú recuerdas...?

- ¡Handah!  

- ¿Que fuera uno a los que le diste el horario completo? Que yo recuerde hiciste eso solo para...

- ¡HANDAH!

- ¿Qué? - Le miraba con el miedo que tiene la gente de descubrir que ya no volverán a ver a alguien querido.

- No te preocupes por quién es ese ángel, tal vez ni lo conozcas. No tiene porqué ser tu amigo, ni tu novio, ni tu compañero, ni tu profesor, ni tu aprendiz, ni tu nada. Preocúpate de eso cuando salgan los resultados del análisis de sangre que le están haciendo en estos mismos momentos - le dedicó una sonrisa encantadora, la única que se había molestado en aprender a fingir con el paso de los años.

Handah tembló un momento, casi como si estuviera intentando contener las ganas de lanzarse sobre él, abrazarle y llorar sobre su hombro. Pero tanto Axtah como ella sabían que tenía demasiado orgullo como para hacer eso, a pesar de encontrarse en un pasillo oscuro y en el que no había absolutamente nadie. Aunque también era cierto que había cámaras. Siempre había cámaras. 

- Handah - la llamó suavemente mientras le pasaba el brazo por los hombros, consolador; sabía lo que más le preocupaba en verdad -, Niueh se va a poner bien, tal vez le cueste un tiempo, pero va a estar bien. Y ahora mismo, eso es lo único que importa - y que la arcángel es quién le ha hecho todas esas heridas y no puedo decírselo a nadie. 

Ciudad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora