catorce

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LEO

Parecía que hubiera dormido solo unos segundos, pero cuando Damian lo despertó sacudiéndolo, estaba oscureciendo

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Parecía que hubiera dormido solo unos segundos, pero cuando Damian lo despertó sacudiéndolo, estaba oscureciendo.

—Ya hemos llegado —dijo.

Leo se frotó los ojos para despejarse. Debajo de ellos había una ciudad sobre un acantilado que dominaba un río. Las llanuras que la rodeaban estaban cubiertas de nieve, pero la ciudad emitía un brillo cálido con la puesta de sol invernal. Rodeados de unos altos muros se amontonaban los edificios como en una ciudad medieval, mucho más antigua que todos los lugares que Leo había visto antes. En el centro había un castillo de verdad —al menos, Leo supuso que era un castillo— con enormes muros de ladrillo rojo y una torre cuadrada con un puntiagudo tejado verde a dos aguas.

—Dime que es Quebec y no el taller de Santa Claus —dijo.

—Sí, la ciudad de Quebec —confirmó Piper—. Una de las ciudades más antiguas de Norteamérica. Fundada en torno a mil seiscientos más o menos.

Leo arqueó una ceja.

—¿Tu padre también ha hecho una peli sobre eso?

Ella le hizo una mueca, algo a lo que Leo estaba acostumbrado, pero el gesto no acababa de funcionar con su nuevo maquillaje glamuroso.

—A veces leo, ¿vale? Solo porque Afrodita me haya reconocido no quiere decir que sea una cabeza hueca.

—Qué genio —comentó Leo—. Ya que sabes tanto, ¿qué es ese castillo?

—Un hotel, creo.

Leo se echó a reír.

—Imposible.

Pero a medida que se acercaban, Leo vio que ella tenía razón. La majestuosa entrada estaba llena de conserjes, aparcacoches y porteros recogiendo equipajes. Lustrosos coches de lujo negros avanzaban lentamente en la entrada. Gente con trajes elegantes y capas de invierno se apresuraba para escapar del frío.

—¿El dios del viento del norte se aloja en un hotel? —preguntó Leo—. No puede ser...

—Cuidado, chicos —lo interrumpió Jason—. ¡Tenemos compañía!

Leo miró abajo y vio a lo que se refería Jason. En lo alto de la torre se elevaban dos figuras aladas: ángeles furiosos con espadas de horrible aspecto. A Festo no le gustaron los ángeles. Se detuvo en el aire, batiendo las alas y enseñando las garras, y emitió un sonido estruendoso con la garganta que Leo reconoció de inmediato. Se estaba preparando para escupir fuego.

—Tranquilo, chico —murmuró Leo.

Algo le decía que a los ángeles no les haría ninguna gracia que los quemaran.

—Esto no me gusta —dijo Jason—. Parecen espíritus de la tormenta.

—No lo son —dijo Damian a la vez que desvainaba su espada de bronce—, pero no serán nada bueno. Dejen que se acerquen. Veremos que quieren, y si nos atacan, atacamos.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora