setenta y dos

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LEO

—¿Quién es tía Rosa? —preguntó Hazel

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—¿Quién es tía Rosa? —preguntó Hazel.

Leo no quería hablar sobre ella. Las palabras de Némesis aún seguían resonando en sus oídos. Su cinturón de herramientas parecía ser más pesado desde que había metido la galleta de la fortuna: algo que era imposible. Sus bolsillos podían llevar cualquier cosa sin añadir peso extra. Incluso las cosas más frágiles nunca podrían romperse. Aún así, Leo creyó poderla sentir allí, arrastrándole, esperando a ser rota.

—Es una historia muy larga —dijo—. Me abandonó después de que mi madre muriera y me dio en acogida.

—Lo siento.

—Oh, bueno... —Leo quería cambiar de tema desesperadamente—. ¿Y tú? ¿Qué ha dicho Némesis sobre tu hermano?

Hazel parpadeó como si le hubiera entrado un poco de sal en los ojos.

—Nico... me encontró en el Inframundo. Me trajo de vuelta al mundo mortal y convenció a los romanos del Campamento Júpiter para que me aceptaran. Le debo mi segunda oportunidad en la vida. Si Némesis está en lo cierto y Nico está en peligro... tengo que ayudarle.

—Claro —dijo Leo, aunque la idea le hacía sentirse incómodo. Dudó que la diosa de la venganza diera alguna vez un consejo de todo corazón—. ¿Y qué ha dicho Némesis acerca de que tu hermano tiene seis días de vida y que Roma sería destruida? ¿Tienen alguna idea de lo que ha querido decir?

—Ninguna —admitió Sammy—. Pero tengo miedo de que...

Fuera lo que fuera lo que estuviera pensando, decidió no compartirlo. Subieron por una gran roca para obtener una mejor vista. Leo intentó seguirlos y perdió el equilibrio. Hazel agarró su mano. Le empujó hacia arriba y se encontraron en lo alto de la roca, agarrados por las manos, cara a cara. Los ojos de Hazel brillaban como el oro. 

«El oro es fácil», había dicho. No le parecía así a Leo, no cuando la miraba. Se preguntó quién debía ser Sammy. Leo tenía una extraña sospecha de que debería saberlo, pero que no podía colocar el nombre. Quienquiera que fuera, tenía suerte ya que Hazel se preocupaba por él.

—Eh, gracias —le soltó la mano, pero siguieron estando tan juntos que podía notar el calor de su respiración. Definitivamente no parecía una persona muerta.

—Cuando estábamos hablando con Némesis —dijo Hazel, incómoda—, tus manos... vi llamas.

—Sí —dijo—. Es un poder de Hefesto. Normalmente puedo mantenerlo bajo control.

—Oh —puso una mano protectora en su chaqueta tejana, como si estuviera apunto de cantar el himno nacional. Leo tuvo la sensación de que quería apartarse de él, pero el pedrusco era demasiado pequeño.

Genial, pensó. Otra persona que cree que soy un friki aterrador.

Él miró por la isla. La costa opuesta estaba a unos cientos de metros de allí. Entre ellos y allí habían unas dunas y montones de pedruscos, pero nada que se pareciera a un estanque reflectante.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora