cuarenta y ocho

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FRANK

Frank nunca había estado tan seguro de algo, y eso le ponía nervioso

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Frank nunca había estado tan seguro de algo, y eso le ponía nervioso. Nada de lo que planeaba salía bien. Siempre acababa rompiendo, destrozando, quemando, sentándose encima o tirando algo importante. Sin embargo, sabía que esa estrategia funcionaría.

Hazel les encontró un túnel sin problemas. De hecho, Frank tenía la ligera sospecha de que no encontraba los túneles sin más. Era como si los túneles se hicieran para ajustarse a sus necesidades. Pasajes que habían estado llenos hacía años de repente se vaciaban y cambiaban de dirección para llevar a Hazel adonde quería ir.

Avanzaron muy despacio a la luz de la brillante espada de Percy. Oían los sonidos de la batalla arriba: chicos gritando, Aníbal el elefante barritando, proyectiles de ballestas estallando y cañones de agua disparando. El túnel vibraba. La tierra caía sobre ellos.

Frank introdujo la mano en su armadura. El palo seguía a salvo en el bolsillo de su chaqueta, pero un disparo certero de una ballesta prendería fuego a su cuerda de salvamento...

Mal hecho, se regañó Frank a sí mismo. «Fuego» es la palabra prohibida. No pienses en ella.

—Hay una abertura justo delante —anunció Hazel—. Saldremos a tres metros del muro este.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Percy.

—No lo sé —contestó ella—. Pero estoy segura.

—¿Podríamos excavar un túnel por debajo del muro? —preguntó Frank.

—No —dijo Hazel—. Los ingenieros fueron listos. Construyeron los muros sobre unos antiguos cimientos que llegan al lecho de roca. Y no me preguntes cómo lo sé. Simplemente lo sé.

Frank tropezó con algo y soltó un juramento. Percy movió su espada para ofrecer más luz. El objeto con el que Frank había tropezado era de plata reluciente.

Se agachó.

—¡No lo toques! —gritó Hazel.

La mano de Frank se detuvo a escasos centímetros del pedazo de metal. Parecía un gigantesco bombón del tamaño de su puño.

—Es enorme —dijo—. ¿Plata?

—Platino —Hazel parecía muerta de miedo—. Desaparecerá dentro de un instante. Por favor, no lo toques. Es peligroso.

Frank no entendía por qué un trozo de metal podía ser peligroso, pero hizo caso a Hazel. Mientras ellos miraban, el pedazo de platino se hundió en el suelo.

Frank se quedó mirando a Hazel.

—¿Cómo lo has sabido?

A la luz de la espada de Percy, Hazel tenía un aspecto tan espectral como un lar.

—Te lo explicaré luego —prometió.

Otra explosión sacudió el túnel, y avanzaron a grandes pasos.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora