cincuenta

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PERCY

Percy se alegró de que Contracorriente hubiera vuelto a su bolsillo

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Percy se alegró de que Contracorriente hubiera vuelto a su bolsillo. A juzgar por la expresión de Reyna, podía ser que tuviera que defenderse.

Ella entró en el principia como un huracán, con su capa morada ondeando y sus galgos trotando a sus pies. Percy estaba sentado en una de las sillas de los pretores, que había acercado a la parte destinada a las visitas, un acto que tal vez no fuera lo correcto. Empezó a levantarse.

—Quédate sentado —gruñó Reyna—. Partiréis después de comer. Tenemos mucho de que hablar.

Dejó caer su daga tan fuerte que el cuenco con golosinas se sacudió. Aurum y Argentum ocuparon sus puestos a la izquierda y a la derecha y clavaron sus ojos de rubíes en Percy.

—¿Qué he hecho mal? —preguntó Percy—. Si es por la silla...

—No eres tú —Reyna frunció el entrecejo—. Odio las sesiones del senado. Cuando Octavio se pone a hablar...

Percy asintió con la cabeza.

—Tú eres una guerrera. Octavio es un orador. Si lo colocas al frente del senado, se hace rápidamente con el poder.

Ella entornó los ojos.

—Eres más listo de lo que pareces.

—Vaya, gracias. He oído que Octavio podría salir elegido pretor, suponiendo que el campamento sobreviva.

—Eso nos lleva a la hecatombe del juicio final y a las medidas con las que podrías ayudar a evitarlo —dijo Reyna—. Pero antes de que deposite el destino del Campamento Júpiter en tus manos, tenemos que aclarar unas cuantas cosas.

Se sentó y colocó un anillo sobre la mesa: una sortija de plata con un grabado de una espada y una antorcha, como el tatuaje de Reyna.

—¿Sabes qué es esto?

—El símbolo de tu madre —contestó Percy—. La... esto... diosa de la guerra —intentó recordar el nombre, pero no quería equivocarse: sonaba como Bolonia. ¿O salami?

—Belona, sí —Reyna lo escrutó atentamente—. ¿No recuerdas dónde has visto este anillo antes? ¿De verdad no te acuerdas de mí ni de mi hermana Hylla?

Percy negó con la cabeza.

—Lo siento.

—Debió de ser hace cuatro años.

—Poco antes de que vinieras al campamento.

Reyna frunció el entrecejo.

—¿Cómo lo...?

—Tienes cuatro rayas tatuadas. Cuatro años.

Reyna se miró el antebrazo.

—Claro. Parece mucho tiempo. Supongo que no te acordarías de mí aunque no hubieras perdido la memoria. Yo era solo una cría: una ayudante entre muchas otras en el balneario. Pero hablaste con mi hermana poco antes de que tú y el otro, Damian, destruyerais nuestro hogar.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora