treinta y siete

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JASON

Cuando su lanza se rompió, Jason supo que era hombre muerto

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Cuando su lanza se rompió, Jason supo que era hombre muerto.

La batalla había comenzado bastante bien, y teniendo a alguien como Damian, era de bastante ayuda. Su instinto entró en acción, y algo dentro de él le dijo que ya se había batido antes en duelo con adversarios casi tan grandes. La estatura y la fuerza equivalen a lentitud, de modo que Jason solo tenía que ser más rápido: tener cuidado de no gastar toda su energía al principio, agotar a su rival y evitar acabar aplastado o chamuscado.

Damian y él lucharon hombro contra hombro. Era un excelente compañero en duelos. Esquivó la primera lanzada del gigante rodando por el suelo y le pinchó en el tobillo. La espada de Damian consiguió atravesar la gruesa piel de dragón, y por los pies con garras del gigante goteó icor dorado, la sangre de los inmortales.

Encélado rugió de dolor y le lanzó fuego. Jason y Damian se apartaron con dificultad, rodando por detrás del gigante, y le atacó de nuevo detrás de la rodilla. La pelea prosiguió de esa manera durante segundos, minutos; era difícil de calcular. Jason oía ruido de combate al otro lado del claro: máquinas de construcción chirriando, fuego rugiendo, monstruos gritando y rocas estrellándose contra metal. Oía a Leo y a Piper gritando con tono desafiante, lo que significaba que todavía estaban vivos. Procuraba no pensar en nada de ello.

No podía permitirse distraerse. La lanza de Encélado no le alcanzó por un milímetro. Jason siguió esquivando los ataques mientras Damian lo atacaba, pero la tierra se les pegaba a los pies. Gaia se estaba volviendo más fuerte, y el gigante se estaba volviendo más rápido. Puede que Encélado fuera lento, pero no era tonto. Empezó a prever los movimientos de Jason, y los ataques del mortal solo conseguían molestarle y enfurecerlo más.

—No soy un monstruo de pacotilla —bramó Encélado—. ¡Soy un gigante, nacido para destruir a dioses! Su pequeño mondadientes de oro no puede matarme, semidioses.

Jason no malgastó energía contestándole. Ya estaba cansado, y Damian se veía agotado. La tierra se le pegaba a los pies y le hacía sentirse como si pesara cincuenta kilos de más. El aire estaba lleno de humo que le ardía en los pulmones. A su alrededor rugían distintos fuegos atizados por el viento, y la temperatura estaba alcanzando el calor de un horno.

Levantó la jabalina para interceptar el siguiente golpe del gigante, pero fue un gran error. «No combatas la fuerza con fuerza», lo reprendió una voz: la loba Lupa, que se lo había dicho hacía mucho tiempo. Consiguió desviar la lanza, pero le rozó el hombro, y el brazo se le entumeció.

Retrocedió y estuvo a punto de tropezar con un tronco encendido. Tenía que hacer tiempo: mantener la atención del gigante centrada en él mientras sus amigos se enfrentaban al terrígeno, Damian atacaba por detrás  y rescataban al padre de Piper.

No podía fracasar.

Se retiró, tratando de atraer al gigante hasta el linde del claro. Encélado podía percibir su cansancio. El gigante sonrió, enseñando los colmillos.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora