veinte

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LEO

Leo se detuvo ante las puertas e intentó controlar su respiración

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Leo se detuvo ante las puertas e intentó controlar su respiración. 

La voz de la Mujer de Tierra seguía resonándole en los oídos, recordándole la muerte de su madre. Lo último que él deseaba era meterse en otro almacén oscuro. De repente sintió que tenía otra vez ocho años, solo e indefenso mientras alguien que le importaba estaba atrapado y en apuros.

«Basta —se dijo—. Así es como quiere que te sientas».

Pero eso no le hizo sentirse menos asustado. Respiró hondo y se asomó dentro.

Nada parecía haber cambiado. La grisácea luz matutina se filtraba por el agujero del tejado. Unas cuantas bombillas parpadeaban, pero la mayor parte del suelo de la fábrica seguía entre tinieblas. Distinguió la pasarela en lo alto, las siluetas tenues dela maquinaria pesada a lo largo de la cadena de montaje, pero ningún movimiento. Ni rastro de sus amigos. Entonces vió algo brillante en el suelo y el pánico empezó a invadir su cuerpo. Se agachó y tomó entre sus manos la espada de Damian. El brillo de esta ya no refulgía. Leo la dejó otra vez en su sitio.

Estuvo a punto de gritar, pero algo hizo que se detuviera: una sensación que no podía identificar. Entonces se dio cuenta de que era un olor. Algo olía mal, como aceite para motores ardiendo y aliento agrio. Algo que no era humano estaba dentro de la fábrica. Leo estaba seguro. Su cuerpo se puso en tensión, con todos los nervios vibrando.

En algún lugar de la planta baja de la fábrica, Piper gritó:

—¡Socorro, Leo!

Pero Leo se mordió la lengua. ¿Cómo podía haber bajado de la pasarela con el tobillo roto? Entró sigilosamente y se escondió detrás de un contenedor de carga. Poco a poco, aferrando el martillo, se dirigió al centro de la sala ocultándose detrás de cajas y de chasis de camión huecos. Finalmente, llegó a la cadena de montaje. Se agachó detrás de la máquina que tenía más cerca: una grúa con un brazo robótico.

La voz de Piper volvió a gritar:

—¿Leo?

Esta vez menos segura, pero muy próxima.

Leo echó una ojeada alrededor de la maquinaria. Colgando justo encima de la cadena de montaje, suspendido por una cadena de una grúa en el otro lado, había un enorme motor de camión: pendiendo a diez metros de altura, como si se hubiera quedado allí cuando la fábrica fue abandonada. Debajo de él, en la cinta transportadora, había un chasis de camión y, apiñadas en torno a él, tres sombras oscuras del tamaño de carretillas elevadoras. Cerca de allí, colgando de cadenas en otros dos brazos robóticos, había tres formas más pequeñas: tal vez más motores, pero uno de ellos giraba como si estuviera vivo.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora