cuarenta y siete

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FRANK

Mientras marchaban a los juegos de guerra, Frank repasó mentalmente el día

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Mientras marchaban a los juegos de guerra, Frank repasó mentalmente el día. No podía creer lo cerca que había estado de morir.

Estando de guardia esa mañana, antes de que Percy apareciera, Frank había estado a punto de contarle a Hazel su secreto. Los dos habían pasado horas enmedio de la fría niebla, observando el tráfico de la gente que iba en coche al trabajo en la autopista 24. Hazel había estado quejándose del frío.

—Daría cualquier cosa por estar caliente —dijo, mientras le castañeteaban los dientes—. Ojalá tuviéramos lumbre.

Incluso con la armadura puesta, estaba guapísima. A Frank le gustaba la forma en que su cabello de color tostado se rizaba alrededor de los bordes de su yelmo y el hoyuelo que se formaba en su barbilla cuando arrugaba la frente. Era menuda comparada con Frank, lo que le hacía sentirse como un buey grande y torpe. Deseaba rodearla con los brazos para darle calor, pero jamás lo haría.

Probablemente ella le pegaría, y perdería a la única amiga que tenía en el campamento.

«Yo podría encender un fuego impresionante», pensó. Claro que solo duraría unos minutos y luego me moriría...

El simple hecho de que lo considerara era espeluznante. Hazel ejercía ese efecto en él. Cada vez que ella quería algo, él sentía el impulso irracional de proporcionárselo. Quería ser el caballero chapado a la antigua que acudiera galopando en su rescate, una idea ridícula, pues ella era mucho más competente en todo que él.

Se imaginaba lo que diría su abuela: «¿Frank Zhang galopando para rescatara alguien? ¡Ja! Se caería del caballo y se partiría el pescuezo».

Costaba creer que solo hubieran transcurrido seis semanas desde que había abandonado la casa de su abuela: seis semanas desde el funeral de su madre.

Desde entonces había pasado de todo: los lobos que habían llegado a la puerta de su abuela, el viaje al Campamento Júpiter, las semanas que había pasado en la Quinta Cohorte procurando no meter la pata hasta el fondo. Y en todo momento había conservado el trozo de leña medio quemado envuelto en tela en el bolsillo de su chaqueta.

«No te separes de él —le había advertido su abuela—. Mientras esté a salvo, tú estarás a salvo.»

El problema era que ardía muy fácilmente. Recordaba el viaje hacia el sur desde Vancouver. Cuando la temperatura descendió por debajo de cero grados cerca del monte Hood, Frank sacó el trozo de leña y lo sostuvo en sus manos, imaginándose lo agradable que sería tener una hoguera. Inmediatamente, una abrasadora llama amarilla empezó a arder en el extremo carbonizado. La llama iluminó la noche y llenó a Frank de calor, pero notó que la vida se le escapaba, como si fuera él el que se estuviera consumiendo en lugar de la leña. Lanzó la llama a un montón de nieve. Por un instante, siguió ardiendo. Cuando por fin se apagó, Frank dominó el pánico. Envolvió el palo y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta, decidido a no volver a sacarlo. Pero no podía olvidarse de él.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora