sesenta y ocho

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PERCY 

La fiesta de Fortuna no tenía nada que ver con una tuna, cosa que a Percy le parecía bien

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La fiesta de Fortuna no tenía nada que ver con una tuna, cosa que a Percy le parecía bien.

Campistas, amazonas y lares llenaban el comedor durante la suntuosa cena. Hasta los faunos estaban invitados, ya que habían ayudado a vendar a los heridos después de la batalla. Las ninfas del viento zumbaban por la sala, sirviendo comandas de pizzas, hamburguesas, bistecs, ensaladas, comida china y burritos, que volaban a velocidad terminal.

A pesar de la agotadora batalla, todo el mundo tenía la moral alta. Había habido pocos heridos, y los pocos campistas que habían muerto hacía tiempo y habían resucitado, como Gwen, no se habían ido al inframundo. Quizá Tánatos había hecho la vista gorda. O quizá Plutón les había concedido un permiso, como había hecho con Hazel. Fuera cual fuese el caso, nadie se quejó.

Los coloridos estandartes de las amazonas y de los romanos colgaban de las vigas unos al lado de los otros. El águila dorada recuperada se alzaba orgullosamente detrás de la mesa de los pretores, y las paredes estaban decoradas con cornucopias: cuernos de la riqueza que soltaban cascadas de fruta, chocolate y galletas recién horneadas.

Las cohortes se mezclaban libremente con las amazonas, saltando de diván en diván a su antojo, y por una vez los soldados de la Quinta eran bien recibidos en todas partes. Percy cambió de asiento tantas veces que se olvidó de dónde había dejado su cena.

Abundaban los coqueteos y los duelos de pulso, que parecían ser lo mismo para las amazonas. En un momento determinado, Percy se vio arrinconado por Kinzie, la amazona que lo había desarmado en Seattle. Tuvo que explicarle que ya tenía novio. Afortunadamente, Kinzie se lo tomó bien. Ella le contó lo que había ocurrido después de su partida de Seattle: Hylla había vencido a su contrincante Otrera en dos duelos consecutivos a muerte, de modo que las amazonas llamaban entonces a su reina Hylla la Doble Matadora.

—Otrera no resucitó la segunda vez —dijo Kinzie, pestañeando—. Tenemos que darte las gracias. Si alguna vez necesitas una novia... bueno, creo que te quedaría fenomenal un collar de hierro y un mono naranja.

Percy no sabía si estaba bromeando o no. Le dio las gracias educadamente y cambió de asiento.

Una vez que todo el mundo hubo comido y los platos hubieron dejado de volar, Reyna pronunció un breve discurso. Dio la bienvenida formalmente a las amazonas, agradeciéndoles su ayuda. A continuación, abrazó a su hermana, y todo el mundo aplaudió.

Reyna levantó las manos para pedir silencio.

—Mi hermana y yo no siempre hemos estado de acuerdo...

Hylla se rió.

—Eso es quedarse corta.

—Ella se unió a las amazonas —continuó Reyna—. Yo me uní al Campamento Júpiter. Pero al echar un vistazo a esta sala, creo que las dos decidimos bien. Por extraño que parezca, nuestros destinos han sido posibles gracias al héroe que todos habéis ascendido a pretor en el campo de batalla: Percy Jackson.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora