sesenta y siete

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PERCY

Cuatro horas

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Cuatro horas.

Es lo que tardó el caballo más veloz del mundo en llegar de Alaska a la bahía de San Francisco, avanzando recto sobre el agua por la costa del noroeste.

También es lo que Percy tardó en recuperar del todo la memoria. El proceso había empezado en Portland cuando había bebido la sangre de gorgona, aunque su vida pasada había seguido resultándole desesperadamente vaga. Pero, mientras regresaban al territorio de los dioses del Olimpo, Percy lo recordó todo: la guerra con Cronos, su decimosexto cumpleaños en el Campamento Mestizo, su entrenador Quirón el centauro, su mejor amigo Grover, su hermano Tyson, sus amigos Evan, Annabeth y Sammy y, sobre todo, Damian: dos estupendos meses de citas y, luego, BUM. Había sido abducido por la alienígena conocida como Hera. O Juno... como se llamara.

Ocho meses de su vida robados. La próxima vez que Percy viera a la reina del Olimpo, iba a darle un guantazo divino.

Sus amigos y su familia debían de estar volviéndose locos. Si el Campamento Júpiter estaba en un aprieto tan grave, no quería imaginarse a lo que debían de estar enfrentándose en el Campamento Mestizo sin él.

Y lo que era aún peor: salvar los dos campamentos solo sería el principio.

Según Alcioneo, la auténtica guerra tendría lugar muy lejos, en la tierra natal de los dioses. Los gigantes pensaban atacar el Monte Olimpo original y destruir a los dioses para siempre.

Percy sabía que los gigantes no podrían morir a menos que los semidioses y los dioses lucharan juntos. Nico Di Angelo se lo había dicho. Damian también lo había mencionado en agosto, cuando había especulado sobre la posible participación de los gigantes en la nueva Gran Profecía: lo que los romanos llamaban la Profecía de los Diez. (Era lo malo de salir con el chico más experimentado del campamento: aprendías cosas de batalla.)

Entendía el plan de Juno: unir a los semidioses romanos y griegos para crear un equipo de élite formado por héroes, y luego convencer a los dioses para que lucharan codo con codo con ellos. Pero primero tenían que salvar el Campamento Júpiter.

El litoral empezó a resultarle familiar. Dejaron atrás a toda velocidad el faro de Mendocino. Poco después, las puntas del monte Tamalpais y el cabo de Marin surgieron de la niebla. Arión pasó como un rayo por debajo del Golden Gate y llegaron a la bahía de San Francisco.

Atravesaron Berkeley embalados hasta las colinas de Oakland. Cuando llegaron a la cumbre por encima del túnel de Caldecott, Arión se puso a dar sacudidas como un coche averiado y se paró con el pecho palpitante.

Hazel le acarició cariñosamente los costados.

—Lo has hecho estupendamente, Arión.

El caballo estaba tan cansado que no podía ni replicar: «Pues claro. ¿Qué esperabas?».

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora