treinta y cinco

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DAMIAN

Damian se despertó ante una mesa en la terraza de un café

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Damian se despertó ante una mesa en la terraza de un café.

Por un instante creyó que seguía soñando. Era una mañana soleada. El aire era fresco, pero no desagradable para sentarse fuera. En las otras mesas, una mezcla de ciclistas, hombres de negocios y universitarios charlaban y bebían café.Olía a eucaliptos. Muchos peatones pasaban por delante de pequeñas tiendas pintorescas. La calle estaba bordeada de callistemones y azaleas en flor, como si el invierno fuera un concepto extraño. En otras palabras, estaba en California.

Sus amigos estaban sentados en sillas a su alrededor: todos con las manos dobladas tranquilamente sobre el pecho, dormitando plácidamente. Y todos llevaban ropa nueva. Damian miró su atuendo y dejó escapar un grito ahogado.

—¡Santa mierda!

Gritó más alto de lo que pretendía. Jason se sobresaltó y golpeó la mesa con las rodillas, y todos se despertaron.

—¿Qué pasa? —preguntó Hedge—. ¿Contra quién hay que luchar? ¿Dónde?

—¡Me caigo! —Leo se agarró a la mesa—. No..., no me caigo. ¿Dónde estamos?

Jason parpadeó, tratando de orientarse. Se centró en Piper y emitió un pequeño sonido ahogado.

—¿Qué llevas puesto?

Piper se ruborizó. Llevaba el vestido color turquesa que Damian había visto en el sueño con su madre, con unas mallas negras y unas botas de piel del mismo color. Tenía puesta una pulsera de plata y un viejo forro polar, que combinaba sorprendentemente bien con el conjunto. Desenvainó a Katoptris y, al evaluar su reflejo en la hoja de la daga, comprobó que también tenía el pelo arreglado.

Leo también había ahogado un grito.

—¿Damian? —dijo mirándolo de arriba abajo.

Fue entonces cuando Damian se atrevió a mirar lo que traía puesto.

Llevaba un traje negro, con saco, pero sin la corbata. La camisa blanca tenía unos botones abiertos, dejando al aire parte de su abdomen desnudo. Del resto, todo era negro, hasta los zapatos. También tenía tirantes debajo del saco. Su espada estaba envainada en su cinturón. Tomó una cuchara y se miró la cara, para darse cuenta de que su cabello seguía desordenado como de costumbre, pero eso siempre le daba un buen aspecto.

En resumen, se veía muy guapo.

—No es nada —dijo—. Es mi... —Recordó que Afrodita le había advertido que no dijera que habían hablado—. No es nada.

Leo sonrió.

—Afrodita contraataca, ¿eh? Vas a ser el guerrero mejor vestido de la ciudad, Dam.

—Oye, Leo —Jason le dio un codazo en el brazo—. ¿Tú te has visto últimamente? 

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora