treinta y cuatro

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DAMIAN

Damian soñó que se encontraba en los establos del campamento mestizo

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Damian soñó que se encontraba en los establos del campamento mestizo.

Recordaba muy bien ese día, lo había archivado en su corazón como el recuerdo mas preciado y bonito que tenía de él y Percy.

—Te dije que no me gustaba que me vieras haciendo deberes en el establo. —le dijo Damian a Percy en el momento en que el segundo había puesto un pie en el lugar.

Damian parecía un vagabundo. Tenía el cabello mas desordenado que de costumbre, sus ropas estaban todas sucias debido a bueno, estar trabajando en el establo. El estomago le rugía del hambre y estaba seguro que su aliento le apestaba.

Si, no era el mejor día de Damian.

—Todavía no entiendo porqué —dijo Percy acercándose aún mas a él, ignorando el mal olor del lugar—. Todo el mundo limpia los establos.

—Si, pero no todo el mundo huele a mierda, así como huelo yo.

Percy le sonrió divertido.

—¿Es por eso que no te gusta que te acompañe a limpiar los establos? —Damian asintió—. Pero, palomita...

Percy terminó de acercarse a Damian completamente. Acunó su rostro entre sus manos y lo besó.

Damian nunca se lo había dicho, pero en verdad amaba los besos de Percy. Era como un escape de la realidad, y cuando los labios de él tocaban los suyos, Damian se olvidaba de todos alrededor, y se sentía como si estuviera volando. 

Los besos de Percy eran su droga favorita.

Entonces el sueño cambió —o tal vez estaba muerto en el inframundo—, ya que se vio de nuevo en los grandes almacenes de Medea.

—Maldita sea —murmuró Damian—. No me digas que ya me morí de nuevo.

—No, querido —dijo una voz dulce de mujer—. No has vuelto a estirar la pata. Y no maldigas.

—Maldeciré las veces que quiera, madre.

Ella estaba echando un vistazo a la percha de ropa rebajada a la mitad. Era una mujer guapísima: con el pelo hasta los hombros, un cuello grácil, unas facciones perfectas y una figura increíble enfundada en unos vaqueros y un top blanco como la nieve. Era elegante sin pretenderlo, refinada sin esfuerzo, deslumbrante sin maquillaje. Después de ver a Eolo con sus ridículos liftings y su maquillaje, aquella mujer le pareció todavía más increíble. No había nada artificial en ella.

Afrodita le sonrió mostrando su perfecta dentadura. El aire empezaba a oler a lilas y rosas y a Damian le empezó a invadir el sueño.

—¿Qué haces aquí, mamá?

La diosa sonrió.

—Solo estás soñando, cielo. Si alguien pregunta, no he estado aquí. ¿Entendido?

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora