veintiseis

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LEO

Caían en picado en la oscuridad montados aún en el lomo del dragón, pero Festo tenía la piel fría

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Caían en picado en la oscuridad montados aún en el lomo del dragón, pero Festo tenía la piel fría. Sus ojos de color rubí brillaban débilmente.

—¡Otra vez no! —gritó Leo—. ¡No puedes caerte otra vez!

Apenas podía agarrarse. El viento le picaba en los ojos, pero consiguió abrir el tablero del pescuezo del dragón. Pulsó los interruptores. Tiró de los cables. Las alas del dragón se agitaron una vez, pero Leo olió a bronce quemado. El sistema de propulsión estaba sobrecargado. Festo no tenía fuerzas para seguir volando, y Leo no podía llegar al tablero de control situado en la cabeza del dragón en pleno aire. Vio las luces de una ciudad debajo de ellos: meros destellos en la oscuridad mientras caían a plomo trazando círculos.

—¡Jason! —gritó—. ¡Coge a Damian y a Piper y marchaos volando!

—¿Qué?

—¡Tenemos que aligerar la carga! ¡Podría reiniciar a Festo, pero lleva demasiado peso!

—¿Y tú? —gritó Piper—. Si no puedes reiniciarlo... 

—No me pasará nada —chilló Leo—. Vosotros seguidme hasta el suelo. ¡Vamos!

—¡Yo me quedo! —alzó Damian.

—¡Damian no!

—¡Damian si! —replicó él mismo—. ¡Jason vete!

Jason agarró a Piper de la cintura. Los dos se desabrocharon los cinturones de seguridad y, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecieron saltando por los aires.

—¡¿Damian en que estás pensando?! —le dijo Leo.

—¡No pienso dejarte morir solo, Valdez! —gritó—. ¡O todos o ninguno!

Leo lo miró a los ojos. Había tanta seguridad y determinación en ellos que Leo no dudó ni un segundo.

—Bueno —dijo Leo—. Ya solo quedamos tú, yo, y Festo... y dos pesadas jaulas. ¡Puedes hacerlo, chico!

Damian hablaba con el dragón mientras maniobraba, cayendo a velocidad terminal. Veía las luces de la ciudad debajo de él cada vez más cerca. Leo encendió fuego con la mano para poder ver lo que estaba haciendo, pero el viento lo apagaba continuamente. 

—¡Dam, necesito que pilotees!

Él asintió y se posicionó donde estaba. Leo bajó al pescuezo del dragón tiró de un cable que creía que conectaba el sistema nervioso del dragón con su cabeza con la esperanza de despertarle. Festo gruñó; un metal chirriando dentro de su pescuezo. Sus ojos cobraron vida parpadeando débilmente, y desplegó las alas. Dejaron de caer y pasaron a deslizarse abruptamente.

—¡Bien! —gritó Damian—. Vamos, grandullón. ¡Vamos!

Seguían volando a demasiada velocidad, y el suelo estaba demasiado cerca. Leo necesitaba un lugar donde aterrizar... deprisa. Había un gran río: no. No era aconsejable para un dragón que escupía fuego. Si Festo se hundía, no conseguiría sacarlo, y menos aún con temperaturas glaciales. Entonces, en la orilla, Leo vio una mansión blanca con una enorme extensión de césped nevada y rodeada por un alto cerco de ladrillo: como un recinto privado de alguien rico, todo resplandeciente de luz. Una pista de aterrizaje perfecta. 

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora