veintidos

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DAMIAN

El ventus se movía como

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El ventus se movía como..., en fin, como el  viento.

—¡Más deprisa! —urgió Jason.

—Colega, si me acerco más, nos verá —dijo Leo—. Un dragón de bronce no es precisamente un caza silencioso.

—¡Más despacio! —chilló Piper.

El espíritu de la tormenta bajó en picado a la cuadrícula de calles del centro. Festo intentó seguirlo, pero sus alas eran demasiado anchas. El ala izquierda golpeó el borde de un edificio y cortó una gárgola de piedra antes de que Leo parara.

—Ve por encima de los edificios —recomendó Jason—. Lo seguiremos desde allí.

—¿Quieres conducir tú este cacharro? —Gruñó Leo, pero hizo lo que Jason le pidió.

Al cabo de unos minutos, Damian volvió a ver al espíritu de la tormenta recorriendo las calles a toda velocidad sin objetivo aparente: soplando sobre los peatones, agitando banderas, haciendo que los coches viraran bruscamente.

—Genial —dijo Damian con sarcasmo—. Hay dos.

Un segundo ventus dobló la esquina del hotel Reinassance y se unió al primero. Se entremezclaron en una especie de danza caótica, subiendo disparados a lo alto de un rascacielos, torciendo luego una torre de radio y volviendo a bajar en picado hasta la calle.

—Esos tíos no necesitan más cafeína —dijo Leo.

—Supongo que Chicago es un buen sitio para salir —comentó Piper—. Nadie va a cuestionar a un par de vientos malos más.

—Más de un par —dijo Jason—. Mira.

El dragón se puso a dar vueltas sobre una ancha avenida situada junto a un parque a orillas del lago. Los espíritus de la tormenta estaban reuniéndose: al menos había una docena, girando alrededor de un monumento artístico público.

—¿Cuál creéis que es Dylan? —preguntó Leo—. Tengo ganas de tirarle algo.

Pero Damian se centró en el monumento. Cuanto más se acercaban a él, más deprisa le latía el corazón. Era una simple fuente pública, pero le resultaba desagradablemente familiar. Dos monolitos de cinco plantas se elevaban a cada lado de un largo estanque de granito. Los monolitos parecían construidos con pantallas de vídeo y emitían la imagen combinada de una cara gigantesca que arrojaba agua al estanque.

Mientras Damian miraba, la imagen de las pantallas dio paso a una cara de mujer con los ojos cerrados.

—Chicos... —dijo con nerviosismo.

—La vemos —contestó Leo—. No me gusta, pero la veo.

Entonces las pantallas se oscurecieron. Los venti se arremolinaron en una sola nube con forma de embudo y pasaron rozando la fuente, donde levantaron una tromba casi tan alta como los monolitos. Llegaron al centro de la fuente, hicieron saltar una tapa de desagüe y desaparecieron bajo tierra.

ENEMY ², percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora