Capítulo 20

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—Está bien.

Cubrí mi rostro con la mejor expresión que pude encontrar. En contraste,  mi corazón tembló.

—¿Entonces aceptas todo?

Alcé la mirada. Todos en la habitación estaban atentos a mi respuesta y la duda sobre lo que estaba a punto de hacer surgió nuevamente. No era una persona vengativa, cuando alguien actuaba en mi contra solía bajar la cabeza y esperar que  encontraran alguien más a quien molestar. Sin embargo, tampoco rogaba, no pedía que pararan o que tuvieran piedad. Solo me limitaba a esperar. Esperar que se fueran, esperar que se aburrieran, esperar que cambiaran. Y aunque esa siempre sería la opción más confortable, ya no la necesitaba. Tenía los recursos y también, de manera lenta pero progresiva, una nueva actitud. Ya no esperaría más.

—Sí, acepto todo.

Después de algunos comentarios y recomendaciones más, procedimos a la firma de actas. A la hora de firmar, me detuve un segundo con la mirada sobre Michael, sus ojos estaban sobre la hoja y esperaban impaciente. Volví mi atención a la hoja, y firmé.

Cuando llegó la hora de volver, tuve que hacer frente al chofer y saludarlo. Ambos fuimos cordiales, como si la escena dentro del edificio no hubiera sucedido nunca.  

Nada más extraño y ambiguo.

Una vez en marcha y con dirección a la mansión, mi memoria regresó a la actitud de Michael. Su preocupación, insistencia y enojo aún se mantenía frescas en mi mente, incitándome a desarrollar un sentimiento, tan peligroso como ninguno otro, la ilusión.

Concentrada aun en mis pensamientos, el rostro de Thomas entregándome la pulsera apareció y sonreí. Comencé a tocar mi muñeca con anhelo, pero no sentí ninguna pulsera.

Mi rostro se ensombreció.

Busqué en el asiento, en mi bolso y en mi ropa. No estaba por ningún lado. ¿Y si lo había olvidado en el baño del lugar o en la oficina? «Thomas me va a odiar»

Decidí escribirle un mensaje a Michael, preguntarle si no habían encontrado una pulsera perdida.

Maldición, ¿Por qué tenía que ser tan torpe? No me bastaba con quien era, sino también tenía que perjudicar a los demás. Seguro que esa pulsera era valiosísima para Thomas y yo ya la había perdido. ¿Por qué era así? Comencé a sentir las lágrimas recorrer mi rostro y el calor sofocante. A veces solo quería ser alguien más.

Encima en menos de una semana tenía que volver al lugar que había prometido no regresar nunca. Tenía que volver a ver el rostro de las personas que tanto daño me hicieron. Tenía que estar frente a la chica que había considerado por tanto tiempo mi mejor amiga y que no había tenido ningún reparo en traicionarme. Y si quería salir bien, tenía que asegurarme de que a ellos les vaya mal.

Vaya situación. ¿No podría ser peor?

La idea de volver me escocía por todas partes. Dentro de todo lo que estaba sucediendo, eso era lo que encontraba más angustiante. Antes de que llegáramos a la mansión, le pedí al chofer que se detuviera en un local de comida rápida, y para cuando me di cuenta, tenía sobre mis manos  5 hamburguesas. Las comí una tras otra, pero no pareció ser suficiente. Entonces paramos nuevamente en otra tienda, esta vendía puras golosinas y enlatados, así que pedí todo y cuanto se me antojó. Minutos más tarde, estaba aún dentro del carro, tomando una botella de gaseosa tras otra. Mi cabeza se sentía mucho más grande y absorbente que nunca, no conseguía parar. 

Antes de que pudiera formular otro pensamiento, el chofer estacionó.

—Bota todo lo que tienes, no puedes entrar así.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora