Capítulo 6

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Miré la pantalla largos segundos. ¿Realmente era cierto?

Por mucho que quise abrir el video, contuve mis ganas y alejé mis manos del botón de reproducir.

Conocía a mis padres, al mínimo sonido vendrían corriendo a arrancarme la laptop de la mesa. No me quedó más alternativa que cerrar la aplicación y entrar a Instagram. Allí pude contemplar como los seguidores habían aumentado drásticamente.

¿Cómo podría ser posible? 

Aún sobre mi mente no lograba tener sentido tal acontecimiento. Y había razones  de más para dudar sobre lo que me estaba sucediendo. Acostumbrada al desprecio, el amor se sentía lo suficientemente incómodo para evitarlo.

Miraba a mi alrededor, y lo que veía en las redes no concordaba en nada con mi realidad. Aún no había pasado siquiera un mes y ya comenzaba percibir la distancia de quien era y de quien proyectaba ser.

Y no era culpa mía, no era yo quien le había otorgado una personalidad diferente a mi voz, eran los miles de personas que habían terminado creando un personaje que encajara en todos sus estándares y expectativas. Sabía, con tristeza y muchísimo temor, la decepción que les traería descubrir que no era aquello por lo que me tomaban.

Cerré Instagram y comencé a trabajar en mis tareas. Tenía mucho en lo que ponerme al día y ni siquiera sabía cómo afrontaría la vuelta a clases. Sé que podría verse como un comportamiento caprichoso e infantil, hasta incluso soberbio,pero no era que de pronto me creyera lo suficiente importante. De hecho, no pensaba eso en lo absoluto.

Se trataba un miedo profundo, sin embargo, no sabía con exactitud a qué.

El ser el centro de atención me atormentaba porque que en el fondo era algo que me llamaba, que me hacía sentir dichosa. Perderme en aquella sensación, descubrir que era todo lo que quería y luego no tenerlo conmigo. Me horrorizaba.

Decidí no seguir pensando más en eso y enfocarme en terminar mis tareas para poder ir a dormir.

A la mañana siguiente me desperté aún con el cuerpo adolorido, el médico había recomendado descanso por una semana, pero mis padres habían sido muy claros en que no querían que faltara un solo día más, así que supuse que tampoco querían que me excusara de limpiar la casa.

Sintiendo como si mis huesos se quebraran a cada minúsculo paso que daba. Comencé a limpiar parte por parte  la casa, tal y como usualmente lo hacía. Solo que esta vez me tomó el doble del tiempo por el enorme esfuerzo que implicaba. Cuando finalmente terminé, alisté mi mochila con mis cosas y me dirigí a la escuela. 

Sentía el ardor en mi estómago producto del hambre, pero no había nada que pudiera hacer.

Llegué a la escuela muy temprano y sin ánimos, ni siquiera me fijé si mis amigas habían llegado y pasé a mi aula ignorando también la formación. El auxiliar, cuando me vio, me ordenó que me detuviera, pero la psicóloga al verme dijo que ella se encargaría. 

Juntas nos dirigimos a mi aula, y mientras yo intentaba sentarme sin hacer mostrar ningún signo de dolor, ella me observaba atentamente.

—¿Cristel que sucede? —preguntó al ver que no podía sentarme.

No respondí, y, en cambio, puse toda mi fuerza para sentarme.

—¿Cristel? —volvió a preguntarme. Al tiempo que yo caía al suelo y chillaba de dolor.

—¡Dios Cristel !¿Qué te pasó? —preguntó caminando hacia mí y ayudándome a ponerme de pie.

—Me asaltaron —respondí mientras me sostenía de su hombro—. Por idiota.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora