Capítulo 22

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—Yo creo en ti.

No supe qué contestar así que me limité a observarlo. Él tampoco respondió nada y solo me sostuvo la mirada.

No sé si él estaba igual que yo, pero yo estaba temblando en mi sitio. ¿Cómo podía verse tan hermoso sin siquiera intentarlo? Era realmente insano. Su respiración mezclaba con la mía hundía de frío todo mi cuerpo, había algo en sus ojos castaños que me inspiraban calma, como si fuera muy seguro, o lo suficientemente bueno como para arriesgarse.

Poco a poco nos acercamos, cada vez nuestras bocas estaban mucho más cerca y no podía evitar sentir a mi corazón latir aceleradamente. Sin embargo, casi cuando nuestros labios estaban rozándose. Thomas se apartó.

—Me alegra que todo esté claro —carraspeó mientras se paraba de la cama con prisa.

Quise decir algo, sin embargo, me quedé callada con una expresión de confusión en el rostro. Cosa que no notó, pues salió de la habitación tan rapido como le fue posible.

¿Por qué se había apartado de esa manera? ¿Es que acaso lo había terminado incomodando?

Ni siquiera había notado que no traía la pulsera conmigo. Comenzaba a pensar que la pulsera no era tan especial como pensaba y solo era yo con mi mala costumbre de sobreexagerar las cosas. No entendía que había pasado, por un segundo había creído que él se sentía lo mismo. Había tenido la loca idea de que él era capaz de ver algo especial en mí. 

Por supuesto, no estaba nada más que equivocada.

No volví a bajar esa noche, primero que no quería y segundo que no le encontré razón a volver después del tremendo espectáculo que había montado. Definitivamente ya había tenido suficiente por un día. Lo mejor seria dormir y olvidarme de que todo esto habia pasado.

De los comentarios, de Camila, de la escena de hoy, de Thomas. Olvidarme de todo al menos por unas cuantas horas.

A la mañana siguiente me levanté con todo el desgano del mundo. Me hubiera gustado quedarme en mi habitación el resto del día, pero tenía planeada una sesión de fotos urgente. No me quedó otra opción que levantarme.

Me alisté lo mejor que pude , o mejor dicho, lo que mi ánimo me permitió. Una vez que estuve lista, salí hacia la cocina, por suerte era muy temprano y ninguno de los chicos  se había levantado aún. Tomé cereales junto con una botella de yogur que encontré en la nevera y comencé a preparar mi desayuno, justo cuando ya había rellenado el tazón entero de cereal, recordé todos los comentarios relacionados con mi peso y desistí. De pronto el tazón de comida ya no se sentía tan apetecible como antes. Cogí una fruta y me serví un vaso con agua. No me llenaría, pero mantendría a mis pensamientos y corazón en su sitio.

Mientras comía la fruta, procedí a instalar un par de aplicaciones en mi celular. Entre las principales fueron: de organización, conteo de calorías, editor de fotos y videos de ejercicios. Una vez que terminé, lavé mi plato y el resto que encontré. Pese a que había personal de limpieza, ya estaba tan acostumbrada a hacerlo que no me sentiría en paz si dejaba las cosas sin lavar.

Corrí hacia mi cuarto a lavarme los dientes y luego bajé con prisa. En la puerta se encontraba el chofer esperándome. Respiré profundo y caminé en su dirección. Cuando estuve en su frente, casi se me va la voz. Me sentía bastante avergonzada con las últimas interacciones que habíamos tenido, y la indeferencia con la que me miraba, no servía de mucho. Le dije la dirección a la que deberíamos dirigirnos, él asintió y me hizo pasar al auto.

—Gracias —susurré mientras ingresaba.

Camino al lugar donde me tomarían las fotos, sopesé la idea de comprar mi propio auto, así no tendría que molestar al chofer cada dos segundos y nos ahorraría a ambas situaciones de lo más incómadas. Pero primero tenía que aprender a manejar, tal vez sería bueno meterme a unas clases de manejo, así me distraería y haría algo más productivo con mi tiempo.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora