Capítulo 26

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Las palabras que salían de la boca de Natalia no eran audibles.

Todo parecía correr a cámara lenta, sin ningún sonido que permitiera interpretar lo que sucedía. Desde el momento en el que Natalia dijo que había venido para testificar a favor de Camila todo se había reducido al silencio.

Mi corazón no parecía latir con normalidad, mi mente solo contemplaba el rostro de Natalia.

La conocía desde que era una niña,era la persona en la que más confiaba. Natalia, mi mejor amiga. Se encontraba sentada bajo juramento, esparciendo mentiras con el propósito de  defender a algo que ella sabía que no era cierto.

Observarla me provocaba un malestar en el cuerpo. Una sensación de asfixia,de perdición.

—¿Me puedo ir? —pregunté  a la abogada.

—¿Disculpa?

—¿Me puedo retirar? 

—Técnicamente sí —afirmó—. Pero...

—Gracias.

Sin dejarla terminar, me paré de mi asiento y salí. Corrí por los pasillos hasta que llegué hacia la salida del lugar, fue allí cuando me detuve.

Mierda.

Ni siquiera podía salir del lugar, porque si lo hacía volvería a ver las calles de la ciudad a la que había prometido no regresar. No sabía a donde ir ni qué hacer. Comencé a alarmarme cuando sentí una mano sobre mi espalda.

—Cristel —susurró Cristopher.

—Vámonos —dije volteando hacia él. De manera firme y un tanto desesperada—. Vámonos ahora.

Tomó mi rostro entre sus manos.

—¿Segura? 

—Vámonos. No quiero estar ni un segundo más en esta ciudad, ni uno solo —exclamé cada vez más alterada—. Por favor.

Obedeciéndome de inmediato. Cristopher llamó a un auto y me llevó directamente al aeropuerto.

¿Cuándo las cosas dejarían de doler?¿Cuándo todo esto se acabaría? Miré desde el avión como nos alejábamos de la tierra.

El dolor en el pecho aún seguía en pie y ya ni siquiera me interesaba que dictaminara el juez, si se molestaba con mi actitud o creía en la palabra de Camila. Nada más quería que acabe, que acabe para borrarlo todo nuevamente.

Nunca podría avanzar si el pasado continuaba interfiriendo en mi presente.Nunca podría ser yo.

Pasé el resto del viaje en silencio. Sentí la mirada de Cristopher sobre mí, y me sacudí con incomodidad. Estaba cansada de esas miradas precipitadas sobre mí, evaluando que nueva cosa estaba mal en mí, si era algo permanente o había una forma de arreglarlo antes de que me consumiera por completo. Lo sentí en el colegio, con algunos profesores y padres de otros niños, lo sentía ahora, con cada nueva persona que conocía y que no lograba engañar lo suficiente sobre mi estado emocional.

Quería silenciar mis pensamientos, al menos los relacionados con aquello que implicaba cierto tipo de dolor.

¿Podría vivir así? ¿Sin dolor?

Encima tenía que enfrentarme a una entrevista para cuando llegara.

Michael había insistido en lo importante que era que asistiera para conseguir que la audiencia estuviera a mi favor y que entendieran lo que estaba sucediendo. Yo había aceptado pidiéndole solamente como única condición que no me preguntaran nada sobre mis padres, a lo que él accedió de inmediato.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora