Capítulo 42

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—Josh se suicidó anoche.

Su voz sonó tan lejana como desconocida que no logré comprender el significado anexo en sus palabras. ¿Josh? ¿El mismo Josh que siempre había sido el soporte y consejero de todos nosotros? ¿Aquel Josh? Lo que decía Jonathan carecía de cualquier interpretación coherente.

¿Y como podía tenerlo? ¿Como algo sin pies ni cabeza podría volverse lo suficientemente tangible como para hacerte daño? Porque lo hacía, golpeaba más fuerte que cualquier mentira. La verdad si se lo proponía, conseguía matar. Comprobé algo en ese instante algo que se convirtió un aliento mucho más tarde. Comprobé una realidad que odié tan pronto como apareció. No importaba que aguardara o no dentro de mí, ni el dolor que se trasponía sobre mis huesos, o la agonía que sintiera adentro en mi garganta. La realidad no cambiaría, se mantendría intacta. Y eso no era ni un consuelo, ni un regalo. Era sencillamente descabellado. No podía, ni con toda la intención buena del mundo cambiar algo tan determinante como la muerte, y no importaba cuanto rogara o suplicara por algo diferente, la única verdad se esparcía allí, frente a mis ojos. Recordándome que no era inmune, que perecería conmigo también.

Thomas permanecía a mi lado aún. Sus ojos estaban fijos en Jonathan y no parpadeaban. La contención sobre la situación y sí mismo lo habían llevado a permanecer muy quieto, perdido. Había algo parecido entre nosotros, algo que nos había unido mucho más rápido que otra cosa, ambos nos mentíamos. Reteníamos todo lo que no alcanzamos a controlar en mentiras, mentiras feas o mentiras dulces, mentiras inalcanzables o mentiras realistas. Mentiras, y todo lo que conseguía sostenerlas. Como si con eso conseguiremos cambiar el panorama o el curso de las cosas. Nunca pasaba, y aun así seguimos haciéndolo. Era casi adictivo. Sabía que su mente busca desesperádamente encontrar algún contexto más sano y reconfortante en las palabras de Jonathan. Alguna broma oculta o un trasfondo escondido, algo lo suficiente coherente para perderse entre la verdad y mentira. Como una señal de que Thomas seguía presente en la habitación, su respiración se salió de control, inspiraba y expiraba a una velocidad impresionante. Sus ojos desorientados tomaron el último recurso disponible. Voltearon hacia mí, en busca de soporte o una buena mentira.

No encontró nada.

—¿Josh? —exclamó—. ¿Mi Josh?

La negación que esperaba nunca apareció, en cambio, presenció el par de lágrimas desbordantes sobre mi rostro, confirmándome todas las verdades.

Retrocedió.

—No.

—Thomas.

—No —repitió y el temblor en su voz provocó que quisiera detenerme.— No Cristel—suplicó su rostro—. Por favor no.

—Thomas.

Caminé hacia él, pero me detuvo con la mano.

La idea entonces se volvió tangible sobre su mente, entendió que era tan real como el piso en el que se sostenía. Entendió que se había ido, y no regresaría nunca. Su rostro se contrajo en una mueca llena de dolor. Y cuando sus rodillas cayeron al suelo y su voz rota aulló incontrolable, supe que lo había aceptado—. ¡Ahhhhhh! —chilló cada vez más fuerte. Al verlo en ese estado, comprendí que todo el tiempo en el que había permanecido serio, cortante e incluso furioso, eran una fortuna. Porque no había nada peor que ver lo que más quieres destrozarse frente a ti y no poder retenerlo.

No necesitaba un abrazo. No necesitaba palabras y caricias de consuelo. No necesitaba que le dijéramos que lo sentíamos. Nada de eso ayudaría. Lo que necesitaba era a Josh. Y él estaba muerto. Una vez que pierdes una parte de tu corazón, no la vuelves a tener jamás.

Estuvimos por más de media hora en esa posición. Thomas en el suelo desplomado y yo parada a su al frente contemplándose. Tratando de calmar mi propio dolor.

Cuando vi un atisbo de calma sus ojos, intenté abrazarlo. Pero no pasó ni medio tiempo y corrió hacia Jonathan de inmediato. Lo tomó del cuello con rabia y lo aprisionó contra la pared.

—¿Cómo sucedió? ¡Dime lo que sucedió!

—¡Thomás! —grité.

Me ignoró. Y, en cambio, apretó más su agarre.

—Te lo diré —habló Jonathan con dificultad—. Pero suéltame.

Thomas aflojó su agarre, pero no lo soltó.

—Lo encontré hoy por la mañana, estaba colgado dentro de su habitación. Intenté ayudarlo, pero ya era muy tarde —exclamó mientras la voz le temblaba.

Las palabras de Jonathan terminaron de hundir a Thomas por completo. Como si algo en ellas tuviera un desenlace aún mayor.

—Estaba tan aturdido viendo su cuerpo —confesó Jonathan—. Que no me percaté que Tessa se encontraba en la habitación. Recostada en un rincón y con la mirada fija sobre Josh, al parecer había llegado unos minutos antes y había hallado la escena. Intenté hacerla reaccionar, pero no parecía escucharme. Me asusté tanto, más de ella que de Josh, así que llamé a emergencias. No pudieron hacer nada en cuanto a Josh, pero llevaron a Tessa al hospital. Luego de hablar un rato con los de la ambulancia y pedirle suma discreción, fui a llamar a Michael, le comenté lo sucedido y guardó silencio por muchos minutos. Luego pidió que me calmara y que dejara que él se encargara de todo. Supongo que dirán que ha muerto de causas naturales o algo así, no lo sé.

—¿Puede hacer eso? —pregunté—. ¿Puede mentir sobre cómo murió Josh?

—No lo sé Cristel, no lo sé.

—Esto no debería haber sucedido —hablé volteando hacia Thomas, quien se encontraba sentado sin objetar nada—. Thomas —dije acercándome—. Tenemos que hacer algo, debemos ir por Tessa al hospital, nosotros... —Me detuve al ver que Thomas no me escuchaba—. ¿Thomas?

—No... no puedo... yo —intentó decir—. Necesito estar solo.

Se paró del asiento. Jonathan y yo lo observamos alejarse. No intenté detenerlo, porque precisamente yo también quería irme, desaparecer.

—¿Crees que podamos ir a ver a Tessa? —pregunté.

—¿Puedes ir tú? —preguntó Jonathan en respuesta—. Tengo que darle las noticias al resto de chicos, no creo que Thomas vaya a hacerlo.

—Tampoco lo creo.

—Te mando por mensaje los datos de donde se encuentra Tessa, ¿Bien?

Fui directo hacia los autos, y cuando Derek se ofreció a acompañarme. Negué diciéndole que era algo de carácter personal. Sin más me subí al auto y manejé con prisa hacia el hospital donde se encontraba Tessa. Al llegar mostré los datos y me dirigieron hacia donde se encontraba.

—¿Es su amiga? —preguntó la señorita que me llevaba hacia la habitación.

—Más que eso —contesté ingresando a la habitación.

No sabía que me encontraría, Tessa había pasado por demasiado. Si había una especie de reparto de sufrimiento, quien sea que se encargará, había cometido un delito al darle la cantidad que le dio. Simplemente no conseguía entender cómo las personas con mejores sentimientos son las que terminan pagando por el resto. Como si el mundo fuera oscuro, y fuera una condena brillar tanto.

Al ingresar me encontré con una Tessa ensimismada. Parecía haber perdido conexión con la realidad. Como si lo que hubiera en ella no fuera lo suficientemente atrayente para ella como para permanecer.

No dije nada, tan solo la abracé. No creía que hubiera una palabra en el mundo que pudiera estar a la altura de su situación. Le di un abrazo, porque era lo único con lo que contaba. Y como si fuera obra de un milagro, Tessa me devolvió el abrazo derrumbándose en él, llorando todo lo que no había tenido oportunidad de hacer.

No sé cuánto tiempo pasó, ni cuánto tiempo estuvimos allí abrazadas la una de la otra, únicamente sé que un lazo irrompible se formó en ese instante que habría de dudar hasta el final de nuestras vidas.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora