Epílogo

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3 años después.

El suave toqueteo de la brocha sobre mi piel me hizo cosquillas en el rostro, la delicadeza del movimiento ayudó por breves segundos a mi mente a ponerse en pausa y relajarse. Cuando me pidieron abrir los ojos y extender mis brazos, obedecí y aproveché en comprobar una vez más la hora en el reloj de la pared. «7:45 p.m» La presentación empezaba en media hora y mi maquillaje todavía no estaba listo. 

Me recosté en el asiento, tragándome mis preocupaciones. 

—¿Necesitas algo Cristel? ¿Algo que te preocupe? —preguntó Alejandro.

Negué con la cabeza. 

Alejandro era un joven asistente que se encargaba de tener todo coordinado para mis presentaciones. Ciertamente me costó acostumbrarme a la idea de tener alguien que trabajara para mí y siguiera mis indicaciones, pero él fue muy paciente conmigo y con el transcurso de los meses, se volvió relativamente más fácil.

El tiempo había más rápido de lo que podría estar lista. Y pronto me vi en la obligación de enfrentar situaciones nuevas con demasiada prisa. A veces quería detener el tiempo, mirar a mi alrededor y replantearme si realmente estaba yendo a donde quería ir.  Suponía que con el pasar de los años, las cosas de las que no hablaba se irían por si solas. Que un día despertaría y no tendría los mismos pensamientos recurrentes que me atacaban por las mañanas. Que con mi voluntad sería suficiente.

Resultaba que no, que hay cosas que ni con todo el tiempo del mundo se llegan a ir del todo.

Había cosas de las que nunca sería libre, de las voces molestas en mi cabeza, de los escalofríos en mi espalda cuando alguien se aproximaba demasiado, la presión en mi pecho, el estremecimiento constante... Había cosas que nunca se irían.

Escapas del infierno, pero las llamas aún siguen quemando.

Con los años me encontré descubriendo que ese día, cuando Christopher estuvo a un paso de llevarme consigo, mi despreocupación de ser llevada sin idea de mi destino, nada tenía que ver con valentía, era una despreocupación absoluta de mi futuro. De mi propia vida.

Varios minutos después, mi maquillaje ya estaba terminado. Uno de los maquilladores me alcanzó un espejo para que pudiera observarme. El acabado era más que perfecto, los tonos contrastaban con mi piel y me hacían lucir mucho más viva de lo que me sentía.

—Te quedó hermoso —mencioné.

—Bueno, con un rostro tan bello como el tuyo, mi trabajo parece muy sencillo —dijo el maquillador.

Tras dejarme lista de pies a cabeza, todo el personal salió de la habitación y me comunicaron que quedaban alrededor de 5 minutos para la presentación. Me contemplé al espejo, el vestido que llevaba puesto había sido una decisión mía en conjunto con la diseñadora. Era de color magenta, con mangas largas y un corte por encima de las rodillas, muy ceñido a la cintura. El peinado era una cola alta adornada con un lazo del mismo color del vestido. Y los zapatos eran tacos bajos que me permitían movilidad y comodidad en el escenario. 

Observé mis ojos, se veían menos cansados e hinchados de cuando llegué para maquillarme, lucían vivaces, activos. Después de pensarlo unos segundos, sonreí ante la imagen a mí al frente. Era yo, la parte maquillada y sin maquillaje, la que sonreía de verdad y la que también utilizaba sonrisas fingidas. Seguía siendo yo.

Caminé hacia la puerta y me dirigí a mi puesto, consciente de que estaba donde había elegido estar. Donde por unas horas en mi día, las cosas se sentían más fáciles de llevar.

Cuando entré todo estaba a oscuras, respiré intentando concentrarme mientras sentía como el piso bajo mis pies empezaba a subir, ya podía escuchar los gritos y exclamaciones.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora