Capítulo 8

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Mi rostro palideció por completo. En mi mente no cabía palabra alguna, no sabía qué decir ni cómo actuar. Tanteé la posibilidad de pedir perdón y arrodillarme.

—Yo —intenté decir, pero me callé al segundo.

En esta ocasión fue mi mamá la que se adelantó a hablar.

—Cuando pensábamos que no podrías decepcionarnos más, vienes y lo haces—. En su rostro se formó una expresión de pura rabia.

Me quedé mirándola sin argumentar nada, sintiendo las ganas de llorar a flote. ¿Cómo podría justificar mi propio error?

—Esto —exclamó señalando la carta que tenía mi padre entre sus manos—. Esto es el colmo de lo que podrías haber hecho.

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, no tenía excusa para lo que había hecho. Lo que fuera, no tenía derecho a falsificar sus firmas.

—No te preocupes Cristel, ya nos encargamos de llamar al conservatorio.

¿Qué? ¿Habían aceptado?

—Ya les dijimos lo que hiciste, y cancelaron tu admisión —terminó de decir.

Sentí que el mundo se me venía encima. El piso, que antes se había sentido firme y caliente bajo mis pies, ahora se desplomaba de manera muy lenta. Como si estuviera flotando en medio de un vacío infinito. Todo mi sacrificio para pagar la admisión, las horas interminables mientras escribía mi ensayo, todo lo que tuve que hacer para lograr que considerarán mi postulación. Toda la oportunidad que podría haber tenido. Todo el futuro al que me había aferrado. Todo, se había ido.

Sentí como el aire se iba de todo de mi cuerpo, como si el mundo se detuviera ante mis ojos.

—No —dije en un tono de voz muy bajo, pero no lo suficiente como para que no lo escucharan.

Ellos me miraron extrañados.

—No —volví a repetir—. ¡No! —grité y mis ojos llenos de rabia lo confirmaron.

—¿Perdón? —Mi madre había dado un paso hacia adelante, en ese punto no entendía si intentaba protegerme a mí o a mi padre.

—¡No es justo! — exclamé—. ¡No es justo! —repetí con angustia y los ojos húmedos de lágrimas.—. ¿Qué les he hecho? ¡¿Qué les he hecho para que me odien tanto?!

—¡Cristel cállate! —gritó mi madre, advirtiendo que mi padre en cualquier momento iba a reaccionar.

—No. —El corazón lo tenía casi en la garganta—. ¡Lo he hecho toda mi vida y estoy cansada!— grité—. ¿Qué les hice? ¿Por qué no puedo ser suficiente? Me lo pregunto cada día mi vida y nunca encuentro respuesta. —Los labios me temblaban, pero no me callé—. ¿No importa lo que haga no es cierto? Nunca seré lo que buscan.

—Karla dile que cierre la maldita boca antes de que le arranque todos los dientes. —La contención de mi padre era, por mucho, lo más peligroso. Podía notar como estrujaba su mano, intentando no cometer el mismo error dos veces.

—¡Cristel basta! —gritó ella.

—¡Quiero saber porque! —lloriqueé fuera de mi misma—. Quiero entender la razón —exclamé—. Porque si no lo hago, sé que nunca podré dejar el pasado atrás, ¡Sé que nunca podré sacarlos de mi cabeza!

Mi padre caminó hacia mí, y con la mano cerrado me tiró un limpio puñetazo. Caí contra al suelo en un instante.

 La sangre no tardó en salir de mi nariz y boca, mientras sentía el frío suelo bajo mi rostro.

Esta vez no esperé a que tomara ventaja y me arrastré lejos de él. Sorprendido por mi reacción, su rostro se transformó en total desprecio.

Conseguí pararme y correr hacia la cocina. Al entrar, cerré la puerta con seguro.

El amargo de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora