Capítulo 18

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Capítulo 18 | Daniel

Ya comenzaba a amanecer alrededor de las ocho de la mañana. Solo había dormido cinco horas, cinco putas horas durmiendo acompañado de...ella. Recostada del otro lado de la cama pude ver su semblante tranquilo mientras dormía. Su boca estaba ligeramente abierta con esos labios rojos que si fuera una tía cualquiera me la comería a besos.

Sacudí mi cabeza despejando aquellos pensamientos.

Tiene que irse. Sí, tiene que irse de mi cama, de mi apartamento y de mi vida.

—Oye—la llamé—Tienes que irte—dije mientras le lanzaba la almohada de al lado. Se quejó por unos instantes y de nuevo se cubrió con las sábanas por completo.

Di un largo suspiro tratando de calmarme para que no se me agotara la paciencia.

—¡Oye! —la llamé de nuevo—Tienes que irte... ¡Ya! —alcé la voz a regañadientes.

—Rosie, que no me molesten—habló dormida.

¿Rosie? ¿Quién es Rosie?

—Me cae tan mal que hasta su voz irritante aparece en mis sueños.

Perdida. Esta completamente perdida en un profundo sueño. El sol todavía no se podía ver por completo por las cortinas que cubrían las ventanas e impedían que hubiera luz en todo el apartamento. Caminé hacía las ventanas y expandí las cortinas dejando entrar la luz del sol por completo.

Escuché su quejido por lo molesto que era cuando la luz te daba directo a los ojos.

Me acerqué de nuevo a la habitación y ella poco a poco fue abriendo los ojos. Cuando mire sus ojos claros que los iluminaba aquella luz mi corazón comenzó a latir.

Primero comenzó a analizar el lugar donde estaba, hasta que posó sus ojos sobre mí fue cuando realmente reaccionó.

—¿Tu-tu-tú qué haces en mi habitación? —preguntó asustada mientras se cubría con las sábanas.

—Estás loca. Estás en mi casa, en mi habitación y en mi cama—respondí. Abrió los ojos sorprendida por mi respuesta.

—Tu-tu-tú ca-sa—asentí. Se miró abajo y de nuevo se cubrió—¿Tú me...me...desvestis-te?

Vale no quería echarme a reír. Pero ¿No se acuerda de nada?

— ¿No recuerdas nada?

—Recuerde o no, largo—señaló con su brazo largo la puerta.

—Aquí la que debería largarse eres tú—contesté en defensa.

—Por lo menos date la vuelta—ordenó— ¡Ahora!

— ¿Para qué?

— ¡Para poder vestirme!

Di un suspiro cansado e hice lo que me pidió. Me di la media vuelta y sentí su presencia rebuscando su ropa, el cual no recuerdo donde pudo haberla dejado. Maldijo entre dientes y de nuevo apareció frente a mí. Tuve que bajar la mirada para poder verla.

—¿Dónde has dejado mi ropa?

—¿Dónde la has dejado tú?

—No me respondas con otras preguntas.

—Si lo supiera ya te la hubiera dado y te hubiera echado de aquí—ataqué y su mirada me traspasó pensando que con eso lograría conmigo.

Luego de mantener la mirada uno segundos la desvió y supe que gané. Mi estrés estaba al límite cuando supe que tendría que darle ropa para que se vistiera y lograr que se fuera. Aquella camiseta de los Dodgers que llevaba puesta le quedaba gigantesca que hacía la ilusión de que traía un vestido.

Me acerqué de nuevo al armario, lo abrí y le tendí un short con el que solía practicar cuando iba al gimnasio.

—Póntelo—se lo eché en la cara y me alejé de ella.

—¿Qué es esto?

Preguntó a lo lejos y de momento se echó a reír. Me acerqué a ella de nuevo mientras se reía de lo que estuviera sosteniendo en sus manos. Me miró con aquella sonrisa que hacía ver sus dientes blancos.

—¿Eres tú? —preguntó enseñándome una fotografía donde era yo de unos seis o siete años. En aquella foto se podía ver a mi yo de niño con un gorrito de cumpleaños, teniendo los dos dientes del frente únicamente.

—Dámela—le pedí intentando quitarle aquella fotografía, pero la alejó.

—Bueno, al menos no eres tan malo como pareces—comentó aun riéndose.

—Hey, dame aquella foto—de nuevo le pedí, pero volvió alejarla.

— ¿La quieres? ¿Qué pensaran las tías del instituto cuando vean esta foto?

Comencé a cabrearme cuando ella me empezó a mirar divertida. Mis intentos fueron nulos cuando comencé a corretearla para poder quitarle aquella foto. Me sentía como un idiota. Quien podría lidiar con ella sería un puto Dios por aguantarla.

— ¡Mierda! ¡Qué me la des! —grité cuando se subió a los sofás de la sala.

Me puse en medio de ella y en un intento por querer escapar de mí, la sostuve por la cintura y la atraje hacía mí provocando que ambos perdiéramos el equilibrio y cayéramos al suelo quedando encima de ella. Con la respiración agitada por la risa su pecho subía y bajaba encontrándose con mis ojos.

—Danny, amor.

Un ruido proveniente de la puerta hizo que ambos nos sobresaltáramos y nos fijáramos en la persona que acababa de entrar al apartamento. Y cuando la vi entrar supe que estaba muerto.

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