Capítulo 58

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Capítulo 58 | Daniel

Fue una de las experiencias más inolvidables de mi vida. La hice mía. La toqué. La besé. Probé su piel en un éxtasis de emociones encontradas. Fue la primera vez que me había entregado en cuerpo y alma. Fue la primera vez que deje que una mujer entrara en mí, en mi vida, en mis temores y en mi corazón. Con las demás mujeres solo era sexo para liberar el estrés. Con ella fue diferente. Admiré su hermoso cuerpo, sus pechos eran pequeños pero perfectos, su hermoso rostro. Ella era una diosa, la diosa del amor y de la belleza. Afrodita. Y yo estaba más que cautivado y admirado por su diosa. Dios la había creado como la octava maravilla que existe en el mundo.

No sé cómo fue que llegamos a hacer el amor. Sentirla bajo mi cuerpo, escuchar los ruidos melodiosos que salían de su boca, y esos sonidos que hacía supe que lo estaba haciendo bien. Le estaba dando placer. Una parte de mí tenía miedo. Miedo de llegar a romperla por lo delgada y frágil que era.

La tenía dormida entre mis brazos. La pequeña luz que reflejaba el sol me hizo admirar aún más su figura dormida. El sol iluminaba su cabello que se tornaba de un color caramelo, y esas largas y espesas pestañas. La piel suave y brillosa.

Durmiendo tan tranquila me hizo prometer a mí mismo que la protegería de cualquier cosa, situación u obstáculo que se nos enfrentase. Me había entregado su corazón y su confianza cuando me contó todo lo que había ocurrido en su pasado. Yo hice lo mismo con ella cuando supo lo de mi hermano y lo de mi padre. Ambos estábamos rotos por dentro y ambos fuimos reconstruyéndonos para volver a amar de nuevo.

Ella quería ser amada y ya había encontrado a alguien que la amaba.

Fue entonces que ella abrió los ojos un poco dormida. Pestañeó varias veces para que su vista se fuera aclarando y luego levantó la mirada para poder verme.

—Hola—dijo en ese tono dulce y adormilado.

—Qué bueno es verte despertar sabiendo que formas parte de mi vida—sonrió—¿Estás bien?—ella asintió. Aunque había sido cuidadoso todo el tiempo, no sabía cómo ella se sentía después de lo que estábamos haciendo.

—Más que bien. Aunque tengo un poco de hambre—dijo frunciendo un poco el ceño.

—Entonces es hora de levantarnos—dije mientras me ponía de pie y buscaba unos pantalones de chándal. Me acerqué a ella—. ¿Y bien que te apetece?

—¿Sabes cocinar?

—¿Qué te creías? Por supuesto que sé.

—Acércate—me ordenó y lo hice—Un poco más—volví a acercarme estando a casi milímetros cerca de su rostro. Sin previo aviso me besó poniendo sus dos manos sobre mis mejillas—. A esto me refería de que tenía hambre.

—Eres ambiciosa, ¿sabes?

—Lo sé—se rio sobre mis labios mientras nuestras bocas rozaban—. ¡Ay! Ven acá—exclamó mientras me sostuvo de los hombros y volvió a besarme.

Fue la segunda vez que hicimos el amor.

Fui consciente de que aquella mujer formaría parte del resto de mi vida. Ya no había rastro de miedo en su rostro. Ya no había ni enojo ni rencor. Era felicidad y tranquilidad para los dos. Porque ambos nos habíamos ayudado a superarlo todo, superar el miedo y superar el pasado.

Ambos, estábamos más que bien.

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