CAPÍTULO 52

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Un año después...

DEREK

La cabeza no paraba de darme vueltas y cada vez que había una turbulencia, tenía que llevarme las manos a la boca para no vomitar. Había leído que mirar al horizonte ayudaba mucho contra los mareos y las náuseas, así que lo probé. Me fijé en un punto lejano del cielo mientras observaba como las nubes pasaban frente al avión. Y por un momento me relajé. Volar no era que me gustase mucho, la verdad, prefería ir en barco o en tren antes que coger un avión. Sin embargo, la situación lo requería. 

Ya había transcurrido un año desde que Laura se fue de mi casa directa a Estados Unidos. La había echado de menos, algunos días más que otros, pero desde el día en que me enteré de la fatídica muerte de Karen nunca me había atrevido a ir a verla a Estados Unidos. Excepto hoy. Cada vez tenía más claro que Laura significaba más para mí de lo que ninguna chica había significado nunca. Ella había cometido errores, sí, pero no podía negar mis sentimientos hacía Laura solo por eso. Estaba dispuesto a entenderla y a decirle las consecuencias que había tenido su plan, porque algo me decía que aún no sabía nada. Cuando se fue, a las pocas semanas me llamó y no pude explicarle todo lo que había sucedido con Karen en ese momento. Pensé que lo mejor sería esperar. Sin embargo, cada vez que la llamaba o ella a mí se me olvidaba contárselo. Hasta ahora, hasta después de un año sentía que era el momento justo. Además, hacía ya unas semanas que Laura no me llamaba y por mucho que yo la llamase a ella me saltaba el buzón de voz. No sabía donde se había metido y ya me estaba empezando a preocupar.

Otra turbulencia y otra vez las ganas de vomitar. Había decidido hacer este pequeño viaje justo cuando había tormenta, era un genio. Pero no iba a echarme atrás solo por unos truenos o lluvia. Quería a Laura y estaba convencido de ello. Deseaba llegar a Estados Unidos, ir a su casa y declararme, me moría por ver cual era su reacción. 

Miré el reloj por enésima vez. En media hora estaría en el aeropuerto, llamaría a un taxi y me iría hacia su casa. En una de nuestras llamadas, Laura me dio su dirección en Estados Unidos por si algún día me apetecía ir a verla. Me dijo que con el trabajo que tenía allí le era imposible venir a España a pasar unas semanas conmigo. Me alegraba saber que Laura no quería olvidarme y se esforzaba por vernos. Eso significaba que había esperanza y que podríamos llegar a algo juntos.

Me sentía feliz, me sentía lleno de energía. Capaz de hacer todo lo que quisiera. Y con una gran sonrisa, bajé del avión en cuanto pisamos tierra firme. Me fui directo a por mis maletas y tan pronto como salí del aeropuerto, llamé a un taxi. Estaba impaciente por verla, por abrazarla y, porque no, besarla. Le di la dirección al taxista y nos encaminamos hacía allí. Sin embargo, los nervios volvieron y no pude evitar sentirme un poco ridículo. Porque si Laura me quisiera de verdad, ¿no me lo habría dicho mucho antes? ¿O, al menos, en alguna de nuestras conversaciones no hubiese salido a la luz ese tema? Me acojoné, empecé a sudar y a hiperventilar sin ningún remedio. El taxista me miraba de vez en cuando y me preguntaba si estaba bien, o si necesitaba alguna cosa. Negué a todo lo que me ofrecía e intenté calmarme pensando en que si Laura me decía que no cuando me declarase, yo le dejaría espacio. Y, seguro que en un par de meses o así, lo meditaría y terminaría diciéndome que sí. Estaba convencido de ello. 

El taxista me dejó justo enfrente de un gran bloque de edificios. Le pagué y saqué las maletas del maletero. Y luego, me quedé unos segundos mirando el edificio. Ahí en el ático, se encontraba el amor de mi vida. Sonreí y me apuré a llegar al portal. Le dije al portero que iba a visitar a una amiga durante unos días y que me alojaría en su vivienda. Solo le indiqué que ella vivía en el ático y me dejó pasar. Agradecido me monté en el ascensor y fui subiendo piso a piso. Tamborileaba con mis dedos el asa de la maleta mientras canturreaba una canción que ni siquiera sabía como se llamaba. Estaba tan nervioso y tan contento a la vez, que si me tomaran la presión seguro que haría estallar a la máquina. La llegada al ático fue infernal, y me pareció que había tardado minutos en subir todos los pisos. Bajé del ascensor y observé las únicas tres puertas del pasillo. Recordé que en una de nuestras llamadas Laura me dijo que vivía en el B, así que fui directo a esa puerta y sin más, llamé. Esperé unos segundos antes de volver a llamar, y así sucesivamente.

Sobreviviendo a mi playboy © (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora