CAPÍTULO 17

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NIALL

Llevaba toda la tarde llamando a mi padre y no me lo cogía. No sabía si era porque estaba ocupado o porque pasaba de mí. Y aunque me desagradase era más probable que fuera la segunda opción. Habían pasado unos días desde que encontré a mis padres en el hospital, me habían dicho que no era nada grave pero quería asegurarme de que todo estaba bien con mi padre. Sin embargo, sonaba su puto contestador. Bloqueé el móvil y lo tiré al sofá, resoplé y me pasé las manos por el cuello y la cara. Aproveché que estaba solo para ir a la cocina y ponerme un poco (mucho) de alcohol en un vaso y tomármelo de un trago. Luego, abrí el armario y cogí el primer paquete de galletas que pillé.
Este mes iba a poder con mi salud. Primero el padre de mi novia me dice que se está muriendo y encima se lo confirman. Después mi puñetero padre se pone enfermo y no tengo ni la más mínima idea de que coño es. Y por último la boda y el divorcio de mis padres. Mi vida es una puta mierda. Y lo peor de todo es que tuve que adelantar la boda un mes porque mi suegro me lo pidió, no sabía si llegaría para la anterior fecha. Tenía que decírselo a Lucía y el porque lo había hecho. Se me tendría que ocurrir algo.

Las galletas estaban demasiado saladas y mi lengua era lo más parecido al mar. Pero a estas alturas me daba igual. Estaba muy nervioso. Miraba constantemente el móvil y lo encendía de vez en cuando por si se había apagado. Mi padre no me llamaba, ni siquiera después de dejar cincuenta mensajes en su buzón de voz. Había pensado en llamar a mi madre pero no creía que estuviera al lado de mi padre las veinticuatro horas del día, no cuando se iban a divorciar. Devolví las galletas al armario y me senté en el sofá. Estaba solo en casa porque Lucía se había ido con su madre a ver no sé que mierdas de la boda. No me apetecía para nada acompañarlas, así que me quedé en casa.

Quedaban cinco malditos meses para la boda, hubiesen quedado seis si no la hubiera adelantado. Segunda semana de febrero para ser más exactos y estaba que no me lo podía ni creer. Esperaba que mi suegro no se muriese delante de todos, porque entonces no sabría que coño decirle a mi chica. Había sido un palo para mí la verdad. Aunque Henri me odiase en ciertas ocasiones, me lo había ganado y descubrir que se moría... era un palo. Y pensar que cuando Lucía y yo tuvieramos un hijo él no estaría... una lágrima se me escapó y me la enjuagué rápidamente. Dios, ¿qué me pasaba? Lo iba a pasar mal cuando él no estuviera.
Mi móvil sonó y me alejó de mis pensamientos. Corrí a cogerlo y cuando acepté la llamada...

-Chico, tenemos que hablar.

Mi suegro. Hablando del rey de Roma.

-¿Qué pasa?

-No te lo puedo contar por teléfono. Ven a mi casa.

-Vale, ahora voy.

Colgué la llamada, guardé el móvil en el bolsillo trasero del pantalón y cogí las llaves del coche. No tardé mucho en llegar a su casa. Apagué el motor y me dirigí a la puerta. Llamé varias veces y esperé a que me abriese. No sabía que cojones me tenía que decir pero esperaba que no fuese nada grave, porque si lo era... el siguiente en morir sería yo, del infarto que me pegaba en el corazón por tantas malas noticias.

-Pasa muchacho - dijo apareciendo por la puerta y empujándome dentro de su casa.

Cerró la puerta y me guió hasta el sofá. Nos sentamos y así, sin más, me lo dijo.

-He tomado la decisión de decírselo a mi mujer y a mi hija.

-¿Y esto era lo que no me podías contar por teléfono? Casi me cago del susto joder, pensaba que era algo malo.

-Más malo que contar a tu familia que te mueres no hay nada chico.

Rodé los ojos y suspiré.

-¿Y cómo se lo vas a decir?

-No tengo ni idea, esperaba que se te ocurriese algo.

-¿A mí?

Henri asintió con la cabeza.

-No sé... tal vez si las llamas y les digas que vengan, se lo cuentas y ya.

-No puedo hacerlo de esa manera, sería demasiado sencillo y directo.

-¿Y qué quieres montar una fiesta? Que buena idea, y después de beberte una botella entera de alcohol te subes al sofá y les dices, ¡ey! que voy a morirme en unos meses familia.

Mi suegro se levantó del sofá, se acercó a mí y me dio un puñetazo en el hombro.

-No seas imbécil. ¡Claro que no voy a hacer eso! - negué con la cabeza - ¿y si les escribo una carta?

Me encogí de hombros.

-No sé, prueba pero yo veo más cómodo decírselo en persona. Es más íntimo - Henri dudó - no tienes más remedio, algún día se lo tendrás que contar y es mucho mejor hacerlo más pronto que tarde. Mira, sé que no les quieres dar un disgusto pero el día en que pase querrías que ambas estuvieran a tu lado y si no se lo dices... dudo que ese día estén contigo.

-Sí, tienes razón pero es tan difícil.
Me acerqué a él y me senté a su lado.

-Sé que cuando conocí a Lucía tú ni siquiera me aguantabas, no te caía bien y ahora aunque me tragas un poco más, sé que todavía sigues pensando el porque tu hija empezó a salir conmigo. Pero he de decir que después de todos estos años siendo tu yerno, puedo admitir que te estoy empezando a coger cariño. Y aunque de aquí a unos meses te vayas... yo...

-Chico, ¿vas a llorar?

-¡No! Claro que no. A lo que voy es a que se lo digas de una puta vez y te dejes de tonterías.

Henri se cruzó de brazos y me miró con las cejas levantadas.

-Vale, se lo diré. Ya veré cuando...

-Genial - dije levantándome del sofá - si no hay nada más que quieras decirme, me largo.

Le di unos suaves golpecitos en el hombro y me encaminé hacia la puerta. Pero justo en el momento en que puse un pie fuera de la casa, él me dijo:

-Cuídala - me giré descubriendo como sus ojos se volvían vidriosos - puede ser que en estos años no te haya dado el lugar que mereces en esta familia pero solo por hacerla feliz, ya te has ganado un lugar en mi corazón, chico. Así que cuídala y no me hagas volver de entre los muertos para pegarte una paliza si la haces llorar.

Asentí con la cabeza porque no podía hacer otra cosa, no encontraba las palabras adecuadas, si hablaba la voz se me quebraría. Así que solamente asentí y me fui de allí.

-Maldito viejo, gilipollas, imbécil, cabrón... - decía mientras aceleraba el coche - ¿cómo puedes morirte ahora? Han sido cuatro putos años. Solo unos putos cuatro años, ¿y decides morirte?

Sentía como la sangre se me calentaba bajo la piel, como la vena de los cojones se me hinchaba. Un puto hombre que me hacía cagarme encima cada vez que se presentaban en mi casa, me vió desnudo, me humilló joder, y ahora cuando empezaba a encariñarme... él...

-¡Agh! ¡¿Nunca dejarás de joderme en esta vida?! ¡Por supuesto que no! Ese es tu objetivo...

Di un volantazo y giré en una calle. Por suerte no atropellé a nadie y pasé a setenta kilómetros por hora en una calle de treinta. Y grité. Grité todo lo fuerte que pude acelerando y poniéndome a ochenta y cinco. Salí a la autovía lo más rápido que pude y ahí volví a acelerar. No sabía donde iba. Ni tampoco me importaba. Solo quería alejarme de él, del pueblo, de todo. En unos cinco meses me casaría con mi novia, y en unos cinco meses su padre moriría. ¿Estaba realmente preparado para eso?

-Mierda de vida.

En pocos minutos llegué a la ciudad, conduje hasta llegar al mirador donde tantas veces habíamos ido Lucía y yo. Necesitaba estar solo y sé que estaba siendo un puto egoísta porque no era su hijo y tampoco tendría que tomármelo tan mal, y la que de verdad era su hija no lo sabía. Sentía que engañaba a Lucía pero no era asunto mío contárselo a no. Me dejé caer en uno de los bancos y me fijé en el paisaje. Cerré los ojos y respiré hondo. Se sentía bien alejarse de todo y aunque este sitio estuviera en una ciudad era muy tranquilo. En esta zona apenas pasaban coches y podía ver el pueblo donde vivía desde aquí.

Siempre había pensado que el día en que mi suegro se muriese iba a dar una fiesta. Me reí ante ese pensamiento. En verdad lo tenía todo planeado, lo haría a escondidas de Lucía, obviamente. Invitaría a mis amigos y nos emborracharíamos, después cuando estuviera entre la consciencia y la inconsciencia gritaría por encima de la música:

-Que te den suegro, por fin ya no podrás joderme más.

Lo había pensado porque sabía que me esperarían unos largos años con su odio más profundo acompañándome en todos sitios. Nunca hubiese pensado que en vez de odiarle pudiera llegar a quererle. Y mucho menos que en cuatro años llegara su final. Desde el momento en que supe que se moría no había querido que nadie, ni siquiera Henri, me viesen mal porque me decía a mí mismo que esto era la vida, que todos moriríamos aunque unos fuesen al hoyo más pronto que otros. Pero después, cuando nadie me veía, cuando Lucía se dormía, lloraba. En silencio. Le quería joder. Quería a mi puto suegro. Y sin pensarlo, me levanté y lo grité, sí, lo grité, como un puto loco.

-¡No sabes lo imbécil, amargardo, idiota, gilipollas y cabrón que eres, pero te quiero!

-Joder que buenas palabras les dices a la gente que quieres, ¿no?

Me sobresalté. Y casi me caí al suelo del susto que ese me había dado. No sabía que había alguien más. Me giré y me disculpe con él. Sin embargo...

-¿Qué haces tú aquí?

-¿Sabes quién soy?

-Claro, eres el amigo de Kyle, ¿no? Además te he visto varias veces hace ya tiempo con mi grupo de amigos...

-Ah si, claro. Lo siento pero se me ha olvidado tu nombre y mira que Karen habla mucho de un chico que es su mejor amigo, quien supongo que eres tú.

-Niall, me llamo Niall y tú si la memoria no me falla te llamas Ryan, ¿cierto?

Ryan asintió con la cabeza y se acercó a donde estaba. Ambos nos sentamos en el banco y nos quedamos callados unos segundos.

-¿Entonces quien es ese al que quieres y no paras de insultarle?

-Mi suegro. Él... es una situación complicada.

-Ya veo...

-¿Y tú por qué estás aquí?

Ryan me miró y sonrió. No sabía si había hecho mal preguntándole pero... él lo había hecho conmigo, ¿no? Se encogió de hombros y miró hacia delante.

-Estoy seguro que mi novia me engaña. Necesitaba un lugar tranquilo en el que pensar sobre nuestra relación. Pero el problema es que en el caso de que me hubiese engañado de verdad, yo... la perdonaría. La amo. ¿Soy un tonto?

Negué con la cabeza repetidas veces. Yo me sentía de igual forma con Lucía, yo también amaba a mi novia y si me engañase... claro que la perdonaría, pero sabía que ella nunca haría algo así.

-Y no sé que demonios hacer... tengo un dilema en la puta cabeza, solo quiero que me diga la verdad pero si no lo hace y me miente... necesito hacer algo.

-¿Y por qué no lo habláis? Cuando mi novia y yo tenemos algún problema lo solucionamos hablando.

-Eso será fácil con tu novia, chico. Tu no conoces a Michaela, te puede arma una bien grande en cuestión de minutos. Ella es muy cabezota, tiene que conseguir todo lo que quiere. Y si algo la disgusta... aprepárate. Por eso es muy difícil hablar con ella...

-Y cuando os enfadáis, ¿como lo solucionáis?

Ryan me miró unos segundos y luego me sonrió. Hizo algo con las manos y... lo comprendí. Enseguida noté como me puse rojo y desvié la mirada. Dios, ¿cómo era tan tonto?

-¿Lo entiendes ya?

Asentí con la cabeza y me reí nerviosamente. Luego, Ryan se levantó del banco en el que estábamos sentados. Le imité.

-Bueno chaval, me ha gustado hablar contigo pero supongo que tengo una conversación pendiente con mi novia. Espero que ninguno de los dos acabemos en el hospital - me reí.

-Espero que vaya todo bien.

-Claro y suerte con tu suegro. No le des mucho por culo que, al fin y al cabo, suegro de verdad solo hay más que uno.
Se despidió de mí y se fue. Yo me quedé un poco más ahí.

Suegro de verdad no hay más que uno.
Y era verdad.

Sobreviviendo a mi playboy © (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora