CAPÍTULO 20

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CODY

Hoy era el cumpleaños de mi hijo. Eso significaba que esta tarde iba a venir mi hermana con Kyle y algunos de los amigos de West con sus padres. Y eso también significaba que hoy iba a ser un día movidito. Nada más despertarme y comprobar que María aun seguía durmiendo, me levanté de la cama y me fui abajo a prepararle el desayuno tanto a mi mujer como a mi hijo. La verdad es que tenía muchas ganas de que este día se terminara porque si lo que le íbamos a decir a West no se lo tomaba bien... me rompería el corazón ver a mi hijo sufrir. María y yo habíamos estado pensando mucho tiempo en como se lo íbamos a decir y como pronto sería su cumpleaños, decidimos que ese sería un buen momento. Y ahora, analizándolo fríamente, creo que nos habíamos equivocado. Este día se suponía que era uno de los más felices para mi hijo, no quería arruinarle su cumpleaños con la mala noticia que María y yo le íbamos a dar. Solo esperaba que no se lo tomara a mal, o por lo menos no mucho.

Resoplé y terminé de pelar el plátano y la manzana. Los hice a trozos y los esparcí por el plato. Cuando terminé con el desayuno de mi mujer, cogí unas tostadas y las puse en la tostadora, luego cogí el bote de nocilla y esperé a que se hicieran las tostadas. Luego, unté la nocilla en ellas y llené dos vasos con zumo de naranja. Los puse en una bandeja y me los llevé arriba. Fui primero a despertar a María. Despacio, abrí la puerta y caminé hacia la cama. Dejé la bandeja a un lado y le di unos suaves empujones a mi mujer para que se despertarse.

-¿Mmm? - dijo María somnolienta.

-Te atraigo el desayuno, mi amor.

María sonrió, se desperezó y se inclinó en la cama. Le di el plato con la fruta y el vaso de zumo de naranja.

-¿Has despertado ya a West?

-No, quería que lo hiciésemos juntos. Ya le he preparado el desayuno, ahora cuando tú termines le despertaremos.

María asintió con la cabeza y empezó a comer. Y mientras lo hacía le robaba algunos pedazos de manzana o plátano y ella se reía. Aprovechando que estábamos solos y sin ninguna distracción, la besé en el cuello y subí hasta su clavícula. María se estremeció y sonreí mientras mis besos iban hacia arriba, a sus mejillas, a su frente, a las comisuras de su boca y finalmente probé esos deliciosos labios que tenían un ligero sabor a naranja. Seguramente por el zumo. Abrí los ojos, que hasta ese momento los mantenía cerrados, y descubrí como sus preciosos ojos me miraban con un brillo especial que nunca me cansaría de observar.

Sin embargo, cuando terminó todo lo que había en el plato, sus ojos se volvieron un poco tristes. Aparté el plato y me puse a su lado. Ella se acurrucó en mi pecho y yo le acaricié la espalda.

-¿Qué pasa? - le pregunté.

-Tengo miedo. No sé si sea buena idea decírselo hoy a West.

-Cariño, ya lo hablamos, hoy es el mejor momento. Si esperamos a que se haga más mayor puede convertirse en un problema más grave.

-Tal vez tengas razón, pero ¿y si se lo toma muy mal?

-O lo hacemos hoy o nunca.

Sabía que a ella le costaba tomar decisiones importantes. Recordé aquel día, hace ya varios años, en que me contó la verdad de la mentira que me dijo al principio de conocernos. Esa noche no pegué ojo. Me dijo que había estado muchos días pensando en como tenía que decírmelo, no se atrevía. Hasta que por fin me lo soltó.

Tuve que alejar esos pensamientos para que no me martillearan en la cabeza durante todo el día. Hoy no quería recordar nada de eso. Cuando nos relajamos un poco, fuimos a despertar a West con el desayuno. Mi hijo estaba acurrucado en la cama, parecía un aneglito. Me senté a un lado de la cama, María en el otro e hice lo mismo que le había hecho a mi mujer. West abrió los ojos poco a poco, parpadeando. Bostezó y se nos quedó mirando.

Sobreviviendo a mi playboy © (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora