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<< Capítulo treinta y dos: Grigori parte 2 >>
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Dubai.

El ambiente de los clubes del subterráneo siempre me había gustado.

Tal vez porque ahí fue donde viví mi adolescencia. Lucifer solía llevarme con el y mientras el bebía en el área privada, yo me movía pegada a un tubo viviéndome la noche y ganándome la atención de todos.

Recordaba ese sentimiento que me embargaba cuando la mirada de todos estaba sobre mí, con un reflector sobre mi cuerpo.

La manera en que Lucifer me veía era...

Lo único que me mantenía ahí de pie moviéndome.

Lo que me motivaba a continuar.

Con todos los hombres y incluso mujeres atentas a mi cuerpo, y con Jareth disfrutando de como todos quieren lo que él posee.

Basta, deja de pensar en él.

—¿A dónde iremos? —preguntó Aria acomodando sus rizos con su mano.

Terminé de aplicarme labial y la miré.

—Directo a Grigori.

—¿Como en los viejos tiempos? —me preguntó Bergara con cierto tono de diversión.

Sonreí.

—Dejemos los viejos tiempos en la vejez. Hoy es una noche para recordar —dije de nuevo.

—Ya haz dicho eso dos veces y digamos que me estás asustando —señaló Bersa.

Rodé los ojos.

—Tú solo sígueme —respondí bajando las escaleras.

—¿Vamos en coches individuales? —negué tomando las llaves de una de las camionetas.

—No, no seremos igual de burras que esos idiotas. Mientras ellos van en autos individuales, nosotras nos iremos en una camioneta.

—Mejor todavía, noche de chicas —festejó America.

Si, hasta que los chicos sepan donde estamos.

Todas me siguieron a la camioneta, y después de entrar todas la encendí. El aire acondicionado helado nos golpeó en rostro.

Aria a mi lado sonrió acomodado los aires.

—¿No le tienen un asistente robótico a esto? —preguntó mirando el radio.

—No, tienen radios buenos pero...

Entonces ella acercó su mano al radio, presionó dos botones y sacó su móvil tecleando la pantalla.

De repente, el radio blanqueció y de repente apareció el simbolo que había visto antes en el software del búnker.

La miré impresionada.

Ella sonrió.

—Te presento a Atlas, tú asistente robótico personal —señaló.

—Joder tenemos a la mejor hacker del mundo —señaló America riendo.

—¿No tengo que ponerle una contraseña ridícula o si? —pregunté, ella negó riendo.

—No, eso solo se los hago a los chicos.

—Ya, ¿Qué hago?

—Ponle tu nombre —señaló.

Rotten | Libro 1 (Saga Diamante Blanco). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora