035

171 18 1
                                    


<< Capítulo treinta y cinco: Resaca y líquidos >>
.
.
.
.

—¡Ostia, arde! ¡Suéltame, suéltame, suelta!

Fruncí el ceño y me rasque los ojos con pereza.

Parpadeé un par de veces acostumbrándome a la luz mañanera. Miré a mi alrededor confundida. Me encontraba en mi habitación, eso era claro.

Lo que me confundía es que estaba en ropa interior y sin ninguna prenda cubriéndome.

¿Había dormido sin arroparme?

—¡Que me duele te dije, es que no puedes ser un poco solidaria, coño!

—¡¿Podrías dejar de quejarte?! ¡Yo no tengo la culpa de esto!

—¡¿Qué no la tienes?! ¡Yo no folle solo, déjame te aviso!

Fruncí el ceño poniéndome de pie y yéndome directo a la planta baja.

Suspiré y pasé una mano por mi cabello lacio.

Gruñí cuando el pomo de la puerta hizo contacto con la piel de mi mano, estaba congelado.

Bajé las escaleras entre trompicones y viéndolo todo borroso.

Bostecé un par de veces y entonces...

—¡Y dale con el jodido ungüento! ¡Déjame ya! —gritó en desesperación Bentley.

—¿Crees que en serio quiero hacer esto? Por mi te dejaría así cómo estás —espetó Bergara viendo directamente a Bentley.

Me fijé bastante bien en el ungüento que tenía en mano.

—Déjense de quejar y terminen que necesito más hielo —gruño Damon tapándose los ojos con la mano, adormilado.

Mis ojos lo escanearon bien, y se detuvieron viendo directamente en su entre pierna, donde encima de su pantalón corto de chándal tenía una bolsa de hielo.

—¿Qué mierdas les pasó? —pregunté sintiéndome la garganta rasposa.

Los tres pares de ojos me miraron con el ceño fruncido y entonces vi como Bentley apartó la mirada de golpe, poniéndose pálido.

Damon por su parte, siguió viéndome con lo que pareció gracia y hasta un poco de descaro. La sonrisa ladina que siempre me hacía sonreír gracia presencia en sus labios viéndome divertido.

Bergara fue la primera en hablar acercándose a mi y tapándome con una manta que a saber de donde la había sacado.

—¿Qué te pasa loca? Estás desnuda en el medio de la sala —me regañó.

—Como si jamás me hubieran visto desnuda —bufé tapándome—, ¿Qué les pasó y donde están los demás? —pregunté, restándole importancia.

—Wesson, Tyson, Austin, Masón, Devon y Dallas se fueron a la farmacia a comprar medicamentos y no sé que más. Arcus, Bersa, America, Joker, y Riley están en el piso de abajo medio muertos. Y los demás... Ni idea —explicó Damon sin dejar de verme.

—¿Medio muertos? —murmuré abriendo el refrigerador.

—Todos la pasamos mal anoche, nena —respondió Damon echando la cabeza para atrás y cerrando los ojos en el sofá.

—Algunos peor que otros —susurró Bentley dejándose caer en la alfombra de la sala.

Fruncí el ceño sentándome en la silla del comedor, miré a Bergara.

Rotten | Libro 1 (Saga Diamante Blanco). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora