007

326 35 7
                                    


<< Capítulo siete: Menuda charla >>
.
.
.
.

—¿Cómo se supone que terminamos así? —gruñí.

Wesson rodó los ojos y se acomodó en el sillón, apegó más el hielo a su frente con frustración.

—Cuándo el Ferrari rojo se atravesó en el medio y le gritaste lo gilipollas que era, luego la rubia se bajó del auto y te sacó la mierda.

No me sacó la mierda, me dio un par de golpes, nada más. Vamos que estoy en una maldita rehabilitación, no tengo ni fuerzas para respirar.

( 5 horas antes de que le sacaran la mierda a Dubai... )

—¡Joder! Nos va al alcanzar el maldito —gruñó Wesson mirando por el retrovisor.

Hagamos un resumen de la situación.

Luego de que Wesson extrañamente me dijera uno que otro coqueteo disfrazado de euforia, empezamos la carrera. Al principio nos quedamos atrás, pero en cuanto tomamos impulso con la propulsión de nitrógeno que Wesson le tenía a su Audi, todo fue viento en popa. Estábamos primeros, era genial, el aire me golpeaba la cara. Wesson sonreía —sí, lo sé. Es difícil de creer, pero juro que estaba sonriendo— y todos iba genial.

Hasta que de repente, el jodido Ferrari rojo nos alcanzó. Estaba llegando casi a nuestro lado, pero, Wesson usó su recurso de emergencia. Según lo que me explico a los gritos en el trayecto de la carrera, Masón lo había ayudado a instalarte al auto un propulsor interno. Es decir, este expulsaba gasolina doble mientras estaba conduciendo. Lo que quiere decir que si Wesson presionaba la gasolina para acelerar, el auto iría el triple de rápido, porque era como si estuviese dándole por tres. Prácticamente volamos, pero vimos como el Ferrari también avanzó. Como si hubiese estado esperando que hiciéramos exactamente eso. Así que llegamos empatados, lo cual no le gusto para nada a Wesson.

Y cuando nos bajamos del auto —yo con la cabeza al explotarme y las arcadas en camino— vimos al dueño del auto. El chico que anteriormente me había sonreído nos miraba con altanería, mientras que en el Ferrari lo seguía una rubia de ojos aceituna.

La rubia me miró de pies a cabeza, y aunque estaba al borde de desmayarme, me sostuve del Audi y la reté con la mirada. Sus tacones resonaban por la carretera, caminando junto al chico. Él me sonrió y pasó de mi, no sin antes fruncirle el ceño a Wesson. Ella por su parte, llegó a mi —y cuando digo eso me refiero a que prácticamente la tenía a unos centímetros de cerca— dejándome de verla mejor.

Vestía un top color rojo que dejaba al descubierto su abdomen, podría decirse que era casi diminuto. Acompañaba eso de una mini falda color negra de cuero, que estaba aferrada a su piel. Unas medias de malla negra le recorrían las piernas, y como si fuese poco, los tacones negros la hacían ver más alta. Ella me observo con el ceño fruncido, enarque una ceja cuando la vi mirarme con asco.

—¿Es que cambiaron a mi amiga por esto? Dios, parece que Wesson perdió el buen gusto.

—¿Qué dijiste barbie? —gruñí acerándome más a ella, estábamos a escasos centímetros. Sus ojos me observaban con furia.

—Tras de que vagabunda, sorda.

Y en ese momento solté el primer golpe.

Rotten | Libro 1 (Saga Diamante Blanco). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora