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<< Capítulo cuatro: Quiero salir >>
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—¡Vaya que bonitos se ven así juntitos! —ese grito incesante me hizo abrir los ojos de golpe y saltar en mi lugar alerta.

Wesson estaba de igual manera a mi lado, en modo alerta, sus manos en puños preparados para atacar cualquier cosa que nos haya asustado.

Mis ojos cayeron en el responsable de los gritos, Daniel nos miraba con su usual sonrisa y sus hoyuelos bien marcados. Sonreía burlón mientras reía con Douglas quien estaba detrás de el, en su mano traía una bolsa de comida rápida.

—¿Los asustamos parejita? —preguntó Daniel con burla.

—¿Es que no sabes que jamás debes interrumpirle el sueño a una adicta en rehabilitación? No ha podido dormir bien en casi dos semanas —gruñó Wesson mirándome de reojo.

Acaricié mi rostro con pereza mientras los veía, estaba congelándome, y las manos por alguna razón desconocida me temblaban.

—Joder, perdón, no tenía idea —se disculpó Daniel mirándome preocupado—, ¿Cómo haz estado?

—Han habido días mejores —respondí encogiéndome de hombros.

—Trajimos comida —interrumpió Douglas caminando hacia la cocina, los demás lo seguimos.

Tomé asiento en el taburete de la cocina, Wesson pasó frente a mi abriendo el refrigerador. Daniel y Douglas pusieron la comida en la mesa y se sentaron, los ojos de ambos estaban sobre mí.

Wesson estaba de espaldas, me lanzó un Gatorade y lo atrapé de golpe. Lo abrí y succioné del líquido agrío, seguido de eso cerró el refrigerador y tomó asiento frente a mi.

—Vaya, parece que se entienden mejor de lo que creímos —dijo Douglas mirándonos.

—Ni lo pienses, la mayoría del tiempo queremos matarnos —respondí yo rodando los ojos.

—Solo ya nos hemos acostumbrado un poco al otro, nada de otro mundo —añadió Wesson encogiéndose de hombros.

—¿Como han ido las dos semanas que llevas aquí? —preguntó Daniel mientras abría la comida.

Solté un suspiro.

¿Qué como habían sido?

Bueno, se resumía todo en vomito y diarrea. No había parado de vomitar en lo que llevaba aquí, no pasaba ninguna de las comidas básicas que Wesson preparaba, así que solo ingería batidos energéticos y Gatorade.

El baño era un desastre, Wesson debía limpiarlo al menos tres veces al día o empezaría a apestar. Dormía al menos una hora durante el día, y en las noches me la pasaba delirando en ansia y dolor. Mis costillas se comprimían y mi estómago rugía como loco, las arcadas me estaban hartando y la mayoría del tiempo me la pasaba tirada en el baño.

Sin mencionar el subidón de fiebre que recibí hace menos de una hora en el que deliré tanto al nivel en el que salí desnuda —sigo sin entender cómo me quite la ropa— y salí desnuda dónde Wesson quien ni siquiera me miró.

Dos semanas geniales, ¿No?

Vamos progresando —murmuró Wesson mirándome, arrugue el ceño.

Rotten | Libro 1 (Saga Diamante Blanco). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora