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<< Capítulo diez: Oro por diamante >>
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—De verdad que gracias por el auto, ¡Dios jamás debería haberlo aceptado!

Wesson sonrió negando de lado sentado sobre el mostrador del club, Tyson había salido de allí, según el tenía que resolver unos asuntos.

Y allí estábamos, los ojos grisáceos de Wesson mirándome con burla y yo más roja que un tomate por el jodido auto que Wesson acaba de regalarme.

—Nada que agradecer, necesitabas un auto y yo tengo de sobra, no hará daño dártelo.

Espera, ¿Qué?

—¿Estas diciéndome que todos los autos qué hay allá son tuyos? —asintió tratando de lucir serio—, ¡Joder! Tío, eres como la mafia de aquí.

Su sonrisa se borró de golpe, apartó la mirada.

No, no soy la mafia. Solo me encargo de los autos de las carreras, ¿De acuerdo? Esos asuntos de narcotraficantes y demás enredos se las dejo a Lucifer y su gente.

Los pelos de mi nuca se erizaron al escuchar ese nombre, me ponía alerta al instante.

Casi olvidaba la manera en la que mi cuerpo reaccionaba a ese apodo...

Recalcando, Lucifer es el rey del subterráneo, prácticamente él lo formó.

Es el dueño de la mafia más grande del país.

Lejos de este caos y el control político de la ciudad, él creó su propio imperio.

Lucifer tiene gente en todos lados, inclusive se sabía  de varios de sus hombres que rondaban por ahí; es un mafioso que solo se dedica a tener más y más.

Supe de él cuando huí de casa a los dieciséis, llegué al subterráneo porque me había liado con un tío de acá, y el me metió en esto de los clubs.

Empecé trabajando en un club de bailarinas durante el día, limpiaba el trapeaba el suelo, organizaba y recogía. Ese era mi trabajo en ese entonces.

Jamás lo había visto, así que cuando fue al club donde yo estaba trabajando y me tocó hacerle un baile privado creí que era un tipo cualquiera.

No fue nada como lo imaginé, la verdad. Se suponía que el tío daba miedo, que te asustara tanto que querrías mearte encima.

Pero la verdad, fue todo lo contrario...

—Veo que le tienes miedo —volví la mirada a Wesson, quien me observaba fijamente.

Reaccioné, abandonando aquella postura pensativa que había tomado.

—No es miedo, es respeto.

Wesson rodó los ojos y volvió su atención al suelo.

—Respeto mis cojones, le tienes miedo.

—Mis razones tendré...

—¡Wesson! ¡Aquí estabas! ¡¿Qué cojones haces ahí con esa adicta?! ¡¿Te costaba mucho responderme los putos mensajes?! ¡Joder! —resonaron unos gritos agudos por el lugar.

Rotten | Libro 1 (Saga Diamante Blanco). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora