Prologo

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Aún recuerdo el tenso silencio que inundo el campo aquella noche, sin duda ese fue el peor silencio que me ha tocado presenciar. A decir verdad, no recuerdo por qué decidir asistir digo, no era de mi interés el gastar mi tiempo en ver la final del torneo de los tres magos, pero al final estuve ahí.

Recuerdo que cuando apareció Potter en el centro del campo yo maldije por lo bajo, pues a pesar de no estar interesada en el torneo el ver ganar a los leones siempre sería un motivo de amargura para mí; por desgracia mi disgusto se vio rápidamente remplazado y empañado, por el terror más absoluto. El júbilo de los leones – Y de una gran mayoría de estudiantes de Hogwarts, quienes habían dejando por un momento de lado la división de casas – junto a la explosión de algunos cañones casi me dejan sorda, llegue a barajar la opción de acompañar las celebraciones, pero todo se fue al diablo al percatarme de un detalle que aparentemente nadie más había detectado: El cara rajada no estaba celebrando. Potter estaba tirado en el suelo, con la copa tirada a un lado, como si la misma no valiera nada, pero se encontraba encima de algo que le impedía tocar de lleno el suelo. Rápidamente identifique unas tonalidades amarillas, unas tonalidades muy parecidas al uniforme de Diggory; y fue aquel el dato que me hizo comprender lo que en el césped pasaba.

Mierda – Fue lo único que pude decir en el momento de comprender la iluminación que me había llegado. Que tan bizarra coincidencia se dio, pues mi comentario prácticamente fue el último comentario de la noche; que honor tan indiciado ser la dueña del ultimo comentario tranquilo antes del diluvio de miedo y terror que azotaría al campo aquella noche.

Por Merlín juro que nunca olvidare el silencio que inundo a todos los presentes de aquella noche al comprender lo que pasaba. El silencio más horrible no es aquel que mucho tiempo se extiende, el más horrible es aquel que precede a un momento desgarrador.

Los gritos del señor Diggory fueron la confirmación que nunca pedí; el caos no tardo en nacer en las gradas el cual, a decir verdad, me fue de utilidad, pues gracias a él pude salir sin que nadie se diera cuenta, aunque no había motivo por el cual debiera ocultarme, no es como que alguien fuera a pensar que yo tenía algo que ver con lo que le había pasado a Diggory. Salí del campo a toda prisa, como si un dementor me estuviera persiguiendo. No recuerdo cuanto tiempo estuve corriendo, tampoco recuerdo a donde tenía pensado ir, solo sé que al final – Tras talvez más de diez minutos de carrera – me encontraba sola, en los inicios del bosque prohibido.

Al encontrarme acompañada por la oscuridad de la noche y aparentemente alejado de cualquier otra persona, deje que mis pensamientos fluyeran con violencia. En un punto necesite sentarme en el frio  y húmedo suelo del bosque, pues sentía como mis piernas temblaban ante las ideas que inundaban mi mente. Ninguna era buena, todas giraban en torno a la muerte de una persona, la posible relación con "El señor tenebroso" y la probable colaboración de mi familia en todo este asunto, dos ideas que por desgracia el tiempo terminaría volviendo realidad.

Durante los próximos días una atmósfera lúgubre impregno todo el colegio, algo más que razonable considerando los acontecimientos de la final del torneo de los tres magos.

Yo me encontraba en el gran comedor (al igual que todos los demás estudiantes), sentada en la mesa de mi casa. Mis compañeros de casa se veían casi tan apagados como los tejones, algo que me hacía pensar que no era la única en barajar la posibilidad de que el señor tenebroso estuviera algo que ver en la muerte de Diggory. Mis ojos se centraron en mis mejores amigos: Malfoy y Greengrass, los dos rubios se veían claramente nerviosos, bueno, a decir verdad, era Greengrass quien dejaba ver su nerviosismo, con su mirada perdida en la madera de la mesa y su seño claramente fruncido. Sin duda que de los dos ella era quien con más facilidad dejaba sus emociones fluir. Haciendo un claro contraste con Greengrass se encontraba Malfoy, quien en su rostro mostraba su habitual mirada inexpresiva, mirada que podría engañar a cualquiera menos a mí. Pues podía ver como jugaba con el anillo de su familia, el cual se le había otorgado desde antes incluso de entrar al colegio, le daba vueltas de izquierda a derecha y viceversa, algo que siempre hacía cuando algo le molestaba.

Serpientes Valientes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora