El Final de Serpientes Valientes.

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"Consumación del secreto amor"

El traquetear del tren sobre las vías me había mantenido despierta durante todo el trayecto, mi mente demasiado intranquila para concentrarme en mi libro, la tecnología de los muggles resulto ser lo más cercano a una distracción que pude encontrar, para ser exactos, la música que escuchaba por los audífonos de mi teléfono.

Tras encontrarla no cancele la cena con mis padres, conté cada uno de los detalles de lo que había vivido en esa jugada del destino como lo había catalogado mi madre. Les entregue la tarjeta que se me había dado, detallando todos esos datos que yo no había visto por encontrarme en un shock profundo; ambos no dudaron en sumarse a la aventura que me acababa de llegar – Es la oportunidad perfecta para conocer a nuestra futura nuera – Había argumentado mi padre y yo no era quien para romper sus ilusiones.

Había hecho mi investigación con respecto a lo poco que había podido descubrir respecto a mi serpiente: le encontré sentido a los colores que había utilizado aquella tarde, entendiendo que ella había encontrado un gusto por el deporte (motivo por el cual mi padre se emociono más), en la tarjeta encontré el lugar donde trabajaba, un restaurante, cosa que nunca me había imaginado en la refinada Pansy Parkinson que había conocido por tantos años; aun con este trabajo previo me sentía tan nerviosa que podría desmayarme, sabia que estaba frente al examen más difícil de toda mi vida.

Se nos anuncio que estábamos por llegar a la estación, momento perfecto para darle una revisión final a cada la pequeña libreta donde había anotado cada una de las preguntas que le iba a hacer en cuanto la viera:

¿Cómo te va mi amor? – Era esa la pregunta que estaba, primero que nada – ¿Qué has hecho en este tiempo? ¿Pensaste en nosotros en algún momento? ¿Sigues amándome? – Había muchas más, casi cuatro hojas llenas de interrogantes que necesitaban respuestas, pero eran esas las que más me interesaban de manera inmediata.

Tras el tren fuimos directo al hotel que con diligente anticipación habíamos reservado, dejando nuestras cosas, recuperando un poco de aire, relajándonos del largo viaje, permitiéndonos admirar la panorámica de Everton, mis padres se encargaron de recordarme todos aquellos lugares que debíamos de visitar para antes de marcharnos; una gran lista que con suerte podría ser cubierta por una conocedora de la localidad como suponía era mi chica. Salimos del hotel cuando el sol llego a la mitad de su recorrido, una hora entera nos esperaba para poder llegar a la dirección, tiempo que aproveche al máximo para ensayar el discurso que le iba a relatar, en mi mente todo estaba construido hasta el más mínimo de los detalles.

Saint Michael's Hamlet era una comunidad de relativo pequeño tamaño, una zona costera que entregaba hermosas vistas del rio Mersey. Aquel lugar aun conservaba el encanto de antaño, similar a lo normal en el mundo mágico, en algunos puntos se podían apreciar las maquinas que antaño se habían encargado de construir los más grandes navíos. La línea de ferrocarril nos dejo a poco menos de 20 minutos caminando, recorriendo largas calles con el sonido del rio arrullando los sentidos, cruzando pequeños arroyos por puentes de roca tan antiguos como un olvidado libro, fascinándonos con los cantares de las aves que vivían en esos pequeños cúmulos de arboles y siendo saludados por los lugareños que nos recibían como si siempre hubiéramos camino junto a ellos; los metros se consumieron al fin, frente a nosotros estaba un local de colorida fachada producto de esas finas plantas que había crecido pegado a la roca y madera, subiendo por el marco de la ventana, rodeando el umbral de la puerta e instalándose en todo el largo de la geometría. Entre dos farolas de apariencia victoriana, el dibujo de un felino dentro de una taza en forma de luna nos observaba, custodiando al tiempo el nombre del lugar:

"TERZA LUNA"

Me quede de frente a la puerta, admirando como el interior estaba bastante lleno, mesas con familias enteras hablando, algunos solitarios que disfrutaban de una merienda con la única compañía de un libro y jóvenes amantes en una cita; no me pudo hacer una idea del tiempo que me había tomado hasta que sentí dos manos sobre mis hombros.

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