👨🏻‍⚕️👩🏻‍⚕️ Capítulo 52| La perdida.

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ARES HIDALGO.

Entré en la casa cuando ya era de noche.

Caminé hacia el sofá y me desplomé sobre él. Hice una mueca cuando herida de mi cara ardió. Jodida mierda, hacía tiempo que no sentía un puñetero golpe.

El puño de Marco dio directo a mi pómulo. Intenté acercarme, pero Luis me lo impidió mientras que Gregory intentaba que Marco no se acercara a mí.

—Te lo había dicho antes, Ares. ¡Te dije que no le hicieras daño! —escupió—. Ese maldito golpe va por Samy y Analise.

Me reí en su cara.

— ¿Ahora vas de súper héroe?

—No, pero voy contra un imbécil hijo de perra que tengo como amigo y que hiere a las personas que menos lo merecen—intenté acercarme—. ¡Ella no tiene la culpa de tus mierdas! ¿En serio fuiste capaz de no elegirla ella? ¡Ella no merece que la traten como si no valiera, no tal y como hiciste con Samantha! —se rió—. Para ya veo que jamás vas a cambiar, siempre vas a herir a los demás.

Me lo merecía.

Me levanté y caminé a su habitación, queriendo hablar con ella, pero al entrar no encuentro más que una habitación sin nadie adentro. Caminé hacia su armario y lo abrí, la mayoría de toda su ropa no estaba y nada de Aiden.

Joder.

¿De verdad fui tan idiota como para creer que Analise Reynolds iba a quedarse?

Busqué en mi habitación y nada. No estaban. Volví a su habitación y me senté en la cama, mi corazón bombeando alterado, mi vista fue a su mesa de noche y tragué saliva.

Tomé el collar con cuidado y lo levanté para observarlo. No había día en que ella no lo usara y cada que se lo hacía saber, sonreía. Sentí mis ojos picar y apreté el collar en mi mano, con fuerza. Recordé todo de ella, cada momento; sus sonrisas sinceras, la dificultad con la que a veces tenía que descifrar que ocurría por su cabeza, la suavidad de sus labios, sus palabras en cada golpe de ansiedad, cada te amo sincero. Todo. Todo eso era mío y lo perdí.

La perdí a ella.

Perdí a mi hijo.

Los perdí como el idiota que era.

ANALISE REYNOLDS.

—Regazza... han pasado tres días y todavía no nos has dicho por qué te fuiste tan de pronto de la casa de tu novio—escuché decir a mi abuela, no la miré y seguí concentrada en Aiden.

—Plumilla—dijo mi madre—. Háblanos, queremos saber que ocurre.

La miré sin emoción.

—Pasa que volvieron a elegir a alguien antes que a mí, personas que prometieron jamás dejarme—miré de nuevo a Aiden—. Ares jamás me amó, mamá. Solo fue un lindo sueño y ya desperté, ahora velo por mi hijo.

—Le pusiste su apellido—apuntó mi abuela.

—Pero no firmé la custodia, quiere decir que legalmente solo es mío—la miré—. Tal vez en un papel diga ser un Hidalgo, pero es un Reynolds y eso es todo. No quiero hablar más del tema.

No dijeron nada y se fueron del patio. Miré a mi hijo que seguía más interesado en comer.

—Primera regla de mi familia, mi vida: no se baja la cabeza por nadie, el mentón levantado con orgullo, ojos llenos de seguridad y jamás, te dejes pisotear—coloqué bien su gorrito—. Eres un Reynolds y mi hijo, y jamás dejaré que alguien te haga daño, primero tendrán que hacerme daño a mí. Lo juro.

El caos que somos [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora