Capítulo 4| La abuela Reynolds

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¿Habían pasado por la horrible situación de preocupación hacia una persona que amas? Tu corazón bombea a una velocidad preocupante, tu mente no deja de darte escenarios trágicos mientras que una sola pregunta se ilumina en tu cabeza: "¿Estará bien?"

Anabela Reynolds, mi abuela. Una mujer que fue mi refugio y el de mi madre cuando mi padre nos abandonó, y aunque lo natural era siempre estar a favor de su único hijo, ella nos abrazó y nos dijo "ustedes eran tanto para él que no pudo con ello. Es un cobarde y yo no tuve cobardes" Anabela Reynolds lo era todo para mi, era mi segunda madre y la noticia de que ella está en la clínica justo en este momento era un balde de agua helada.

Caminé por el pasillo, mi piel erizada y mis manos temblaban, mi respiración era errática mientras mis pasos acelerados para acortar la distancia hacia la sala de emergencias. Al final divisé una silueta familiar, corrí hacia la señora Carson que ella al verme se levantó y extendió sus brazos.

—Oh, cielo.

La abracé rápidamente.

— ¿Sabe algo?

Acarició mi rostro y sonrió dulcemente.

—Que está bien.

La carga en mi cuerpo se liberó y mis hombros se relajaron. Solté un suspiro y me toqué el pecho, sintiendo que mis latidos comenzaban a normalizarse.

—Gracias, Señora Carter.

—Oh, no, cielo. Está bien—me sonrió y me dio una palmadita en el hombro—. ¿Puedo dejarte sola un momento, necesito un buen café?

Le di una sonrisa suave y asentí. Ella me dio otra breve sonrisa y se fue, observé a un doctor salir de la habitación que me dijeron era la de mi abuela, y me apresuré a llegar hasta él.

—Disculpe, ¿Cómo está mi abuela?

— ¿Es usted Analise?

—Sí. ¿Cómo está? —repetí.

Observó el Ipad en su mano.

—Por suerte su condición no es grave, se le bajó la presión debido a que al no tomar sus medicamentos, su cuerpo no pudo con ello y cayó. Fue un golpe de suerte que la señora Carson escuchó y tenía una lleve de emergencia—levantó la vista—. ¿Ella vive sola?

—Sí, estaría con ella, pero justo ahora estoy en la universidad y esta algo lejos de mi casa y se me complica.

—Hmmm—hizo un gesto en desacuerdo—. Los adultos mayores no deberían estar solos, es un peligro para su propia seguridad—cambió el tema—. Le aconsejo que le exija tomar sus medicamentos, que no coma nada acido y que no haga nada de esfuerzo físico por alrededor de una semana.

Asentí.

—Gracias, estaré al pendiente de ello. ¿Puedo verla?

—Sí, esta despierta esperando por usted.

Lo rodeé y caminé hacia la puerta, la abrí encontrándome con mi abuela con sus ojos celestes bien abiertos. Me sonrió para aliviar mi humor, pero yo no le devolví el gesto. Ella bufó.

—No voy a escuchar el sermón, Analise.

Entrecerré los ojos, cerrando las puertas detrás de mí.

— ¿Desde cuándo no te tomas tus pastillas?

Me miró enojada. Ella se volvía una cascarrabias cuando la regañaba.

—Solo quería ver cuando duraba sin tomarlas. Todo ese pastillero es fastidioso, quería demostrarte que no las necesitaba.

El caos que somos [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora