Se acababa el tiempo.
Podía sentirlo, el Final se acercaba a pasos agigantados. Suspiró, intentando contener el terror que amenazaba con hundirla del todo. Se irguió y puso la espalda recta, no podía permitir que la viesen débil, la convicción de sus seguidores en la Causa era solo porque ella creía fielmente en ella. Terminó de vestirse poniéndose sobre el mono negro una armadura del mismo color que le cubría los hombros y el torso, junto con la parte trasera de sus piernas, en las que el metal seguía como una capa. Se hizo una apretada coleta con su cabello blanco como la nieve y se miró al espejo para retocarse el pintalabios negros y la sombra de ojos, hecha para que sus ojos grises parecieran aún más oscuros de lo que eran. No tardó en fijarse en su extraña marca de nacimiento, la que le había dado nombre, una luna creciente blanca y brillante. Alzó la barbilla y salió por la puerta de hierro.
La gravilla, la ceniza y los restos de huesos que había en el suelo de afuera no tardaron en clavársele en los pies descalzos mediante caminaba sobre los restos de Phoenix, una ciudad más de Estados Unidos que había sucumbido a la malicia y egoísmo del ser humano, una ciudad que, en su momento, se había llenado de fuego, ruinas y sangre. Una ciudad de sangre. Alzó sus ojos hacia la nueva montaña que estaba a menos de una milla de la ciudad, una montaña artificial, por supuesto. El Monte de los Muertos, lo llamaba ella. Porque no era tierra de lo que estaba hecho el alto pico, sino de todos los restos de todos los que habían muerto del país. Apartó la mirada, asqueada al pensar que toda su familia se encontraba en él, que todos sus amigos, vecinos y parte de sus seguidores habían ayudado a hacerlo tan grande.
Ignorando el dolor de sus pies, se obligó a sí misma a llegar al único lugar que no estaba completamente destruido de toda la ciudad. Una pequeña plazoletilla con una fuente que, a pesar de estar en ruinas, seguía funcionando. No con agua, obviamente, sino con sangre. Todos los suyos ya estaban allí, habían notado el peligro y se habían reunido, con la esperanza de que ella pusiera en marcha el plan. En cuanto llegó, dos niñas gemelas de cabello negro y relucientes ojos color zafiro se escaparon de los brazos de un hombre, que tampoco intentó detenerlas. Ambas llegaron corriendo a sus pies y se abrazaron a sus piernas con fuerza.
- Mami... - su voz sonaba lastimera -. ¿Qué va a pasar ahora?
- ¿Ahora? - Murmuró ella -. Ahora nosotros creamos un principio.
- ¿Un principio? - Preguntó la otra niña.
- Sí, Asteria, un principio. Porque si ha llegado el final, tenemos que crear uno. O dejaremos de existir.
- ¡Pero yo no quiero morir! - Protestó.
- Lo sé, por eso vamos a empezar de nuevo. Por eso tenemos que salvarnos, salvar nuestro planeta, salvar, incluso, a aquellos que lo han destruido.
- ¿Y por qué haríamos eso?
- Porque hay que buscar siempre el bien común, no importa lo que hayan hecho el resto, hay que buscar lo que beneficie más a este mundo.
- ¿Y en ese principio estarás tú y papá? - La primera niña la interrogó, con lágrimas negras cayendo por sus escuálidas mejillas.
- Papá siempre estará con vosotras, Ellen, siempre. Y yo también - sus ojos se cristalizaron -, simplemente de otra forma. No me veréis como lo hacéis ahora, pero yo siempre estaré con vosotras y os protegeré. ¿Os queda claro, mis amores?
Ambas niñas asintieron. Ella no pudo evitar agacharse y darles un beso en la cabeza a cada una.
- Nina - se dirigió a su mano derecha mientras se levantaba -. Sácalas de aquí. No quiero que vean lo que vamos a hacer.
La mujer, entrada ya en los cuarenta, agarró a las hijas de su mejor amiga y se las llevó a una pequeña casa de acero que habían construido por allí cerca, después de mandarle una mirada que era mezcla de compasión, pena y empatía. El hombre que antes tenía a las gemelas se acercó a su esposa.
- ¿Estás segura de que quieres hacerlo, Luna? - Le preguntó antes de nada. Más lágrimas sanguinolentas escaparon de los ojos de la chica mientras asentía, con un nudo en la garganta.
- Te quiero, Alexei. Nunca lo olvides.
- Luna...
- Shh, calla - le cortó ella, poniéndole un dedo sobre los labios.
Él le apartó con delicadeza la mano y no dudó en juntar su boca con la suya. Sus lenguas no tardaron en jugar juntas, en esa sintonía y armonía que Luna nunca olvidaría. Ella enredó sus manos en el pelo del amor de su vida y se dejó llevar. Al fin y al cabo, aquel era su último beso, la última vez que estarían juntos de aquella manera, la última vez que le diría "te quiero". La última vez para demostrarle su amor.
Un trueno retumbó en el horizonte, señal inequívoca de que el final del Final estaba a minutos de llegar. Con frustración, Luna se separó de su marido y apoyó su frente contra la suya, en un gesto que tantas veces habían repetido.
- Te quiero - le susurró -. Pero tienes que dejarme ir.
- Te quiero, Luna. Siempre lo haré.
- Cuida de Asteria y Ellen.
- Sabes que consagraré mi vida a ellas.
- Sí, lo sé.
Se separaron lentamente, ninguno de los dos quería apartarse del otro. Pero era la única manera. La única manera de sobrevivir. Los Nuevos Dioses, las Tres Divinidades del Universo, así lo habían decidido al darle aquella marca en forma de luna. Lo único que quedaría de ella. Se giró y se irguió ante el resto de su gente, que no habían dicho ni comentado nada, y se dirigió a ellos en cuanto vio que Nina había vuelto.
- Hoy veréis el Final, Hijos del Universo. Pero también veréis el principio, sabéis que os considerarán inferiores a ellos, pero esta es la única manera de sobrevivir. La única. Y lo sabéis. Yo voy a entregar mi cuerpo, mi alma y mi espíritu a los Nuevos Dioses y confío que ese sacrificio haga que Ellos nos den lo que tanto necesitamos. Si no es así, si todo esto resulta ser en vano, os veré a todos en el seno de Dánaex.
Cerró los ojos y abrió su mente a las Tres Divinidades. Sentía el poder y la energía de su marca como un cosquilleo de luz envolviéndola lentamente, abrazándola, cuidándola y protegiéndola y supo que aquello eran los dioses, accediendo a su petición. Sintió la luz rodearla por todas partes, cogiendo su cuerpo y transformándolo, reduciéndolo a su marca. Con su último aliento, rezó para que sus hijas estuvieran a salvo de los monstruos que iba a traer a La Tierra. Y se dejó llevar.
El cosmos brotó ante sus ojos antes de que pudiera darse cuenta, vio diferentes mundos pasar delante de ella. Y, al final, se decantó por tres. Uno construido a base de luz, nubes, cristal y mármol, lleno de seres luminosos: Haivy. Otro construido a base de niebla, oscuridad, obsidiana y amatista, lleno de seres de la noche: Helhium. Y otro más construido a base de bosques, tierra, esmeraldas y zafiros, lleno de seres de la foresta: Bosquilar.
Pronto, tuvo que volver a su nuevo cuerpo: un medallón en forma de medialuna. Vio, de alguna manera, a Alexei cogerla entre sus manos y añadirle una cadena de plata, sus ojos bañados en lágrimas. Distinguió en el oscuro cielo, los tres portales que había creado a esos tres mundos desconocidos y rezó porque salvaran su mundo.
El mundo por el cuál había renunciado a todo.
ESTÁS LEYENDO
Ciudad de Sangre
Fantasy"Él no es tu enemigo. Tú lo eres." La Tierra ha sido poblada por otras criaturas aparte de los humanos, siendo estos considerados inferiores a los demás. Todo eso gracias a un medallón en forma de luna que desapareció, de manera que esas criaturas n...