Capítulo 62.

1.2K 102 9
                                    

Hay cosas que quisiera dejar de hacer. Una de ellas es reflexionar y sobre pensar absolutamente todo. Es abrumador y cansado a nivel mental, y estoy segura que me dejará un hueco en el cerebro cuando esté más grande.

Cuando te pones a pensar en las cosas, y explorar a profundo sobre ti misma, te das cuentas de cosas realmente reveladoras. A veces, esas revelaciones son buenas y otras veces son malas. Depende de cómo lo mires. El hecho de haber descubierto que estaba enamorada del narcisista, egocéntrico, arrogante, egoísta, cruel, rencoroso, mentiroso, idiota, bully, y cara de culo Draco Malfoy me complicó mucho las cosas. Adentro de mí todos los demonios gritaban que fui una estúpida, mientras los ángeles suspiraban por el amor juvenil.

Amor que se quedaría en mi cabeza, pues no planeaba decirle nada a aquel individuo.

Ahorita yo estaba yendo hacia la casa del abuelo Edward. Le había pedido prestada la chimenea al profesor Snape, mostrándole la carta. Salí en la chimenea del abuelo, que estaba sentado en un sillón leyendo un libro. Cuando me vio, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

¡Giada! —exclamó, parándose del mueble y viniendo a abrazarme—. ¿Cómo te encuentras, cariño? ¡Qué grande estás! Te ves preciosa, angioletto.

Sí... ni yo me creo que aquel individuo tan frío que tengo de padre sea hijo de este señor.

Edward Brown era un hombre que en su juventud fue muy atractivo, según las fotos que vi de él que me enseñó la abuela. Tenía el cabello ahora canoso de un intenso color negro, los ojos de un eléctrico azul hielo, iguales a los de mi padre, iguales a los míos. Bastante alto, aunque la edad lo ha encogido, pero sigue siendo más alto que yo. Y con una personalidad muy dulce y afectiva. Nació en Italia y estudió en Beauxbatons, donde conoció a mi abuela.

—Gracias, abuelito —sonreí y le di un beso en la mejilla.

—No sabía que vendrías hoy, cariño —me confesó, caminando hacia la cocina. Yo lo seguí—. Pensé que estarías aquí unos días antes de que termine el curso. Mira, hice galletitas como las que solía hacer tu abuela. ¿Quieres?

—Por supuesto, tus galletas son vida —acepté. Agarré una y la mordí. Tenía chispas de chocolate—. Vine porque tu carta parecía urgente, y como ya terminé los exámenes, no tenía mucho que hacer en Hogwarts.

—¡Pero te la mandé hoy en la mañana! —exclamó él, y su cara fue muy graciosa. Su acento italiano le daba un toque mucho más divertido. Luego me miró bien y se puso serio—. Giada, ¿estuviste llorando?

Mierda, pensé mientras parpadeaba.

—No.

Él arqueó una ceja. —oh, vamos, Giada, claro que lloraste. Mira tus ojos. ¿Fue por Manuel?

Me estremecí al escuchar su nombre.

—No, abuelito. Papá no tiene nada que ver esta vez.

—Me alegra escuchar eso. Él tiene más de dos años que no me visita ni escribe —dijo con voz dolida. Eso me partió el corazón—. Y desde que tu abuela se fue estoy muy solo. Claro, Goffer me acompaña, pero no es lo mismo. Pero bueno, ¿por qué estuviste llorando?

—Por el estrés acumulado —mentí tan naturalmente que hasta a mí me sorprendió.

—Sabes que siempre que estés estresada puedes venir acá, yo te recibiré con los brazos abiertos y podemos hacer postres juntos —dijo el abuelo, sonriendo tanto que sus ojos arrugados se achinaron.

—¡Claro! —sonreí yo, y no pude evitar volver a abrazarlo. Él me transmitía tanta paz y ternura...

Cuando nos separamos, él estaba serio otra vez. Se comió otro pedazo de galleta, y evitó mis ojos.

Monamour. |Draco Malfoy|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora