Capítulo 80.

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Narrador Omnisciente

Jadounette Brown y Draco Malfoy estaban empeorando. Jadounette y Draco estaban enfermando. Jadounette y Draco lloraban a menudo. Jadounette y Draco querían morir. Jadounette y Draco no conseguían lograr sus misiones. Jadounette y Draco tenían miedo. Jadounette y Draco venían de relaciones familiares desastrosas. Jadounette y Draco se entendían. Jadounette y Draco se gustaban, pero Jadounette y Draco no querían decírselo al otro. Jadounette y Draco solían pasar mucho tiempo juntos en un hueco bajo la sombra de un Sauce Llorón que fue plantado hace muchos años a orillas del Lago Negro en Hogwarts, conversando y disfrutando de la compañía del otro. Juntos, de alguna forma, los problemas que tenían parecían diminutos. Les reconfortaba saber que en el mundo existía otra persona que comprendía su dolor y no los abandonaban, les encantaba la forma en la que el otro lograba hacerlos sentir vivos.

La moraleja que este cuento nos deja es que, dos personas que huyen de un mismo sentimiento, huyen en la misma dirección.


—No tienes que esconderte de mí —susurró suavemente una niña de cabellos castaños que con el sol que hacía esa tarde los hacía ver casi dorados—. Sabes que yo nunca te heriré a sabiendas.

—¿Y si cuando seamos mayores te olvidas de mí y te vas con otro niño? —preguntó con ansiedad un niño de cabello plateado que se veía casi blanco bajo la luz del sol—. No soy lo suficientemente bueno para ti.

—Eres y serás suficiente para mí y para cualquier persona —replicó ella—. Piensa esto: hay veces en las que lloro porque pienso que te perderé. Eres muy importante para mí y te quiero, Draco.

Jade sacó su collar con forma de la constelación de Virgo y señaló el de Draco que tenía la constelación de Géminis, con los ojos brillantes.

—Aunque yo no esté, siempre tendrás una parte de mi corazón contigo. Lo leí en un libro: lo que das de corazón se queda; aunque te vayas.

Draco abrazó a su amiga, susurrando que él también la quería mucho. Quiso quedarse así para siempre, quiso poder entregarle un pedazo de su corazón para que ella también sintiera que él la quería.

—Tú eres mi mejor amigo —dijo ella—. Mi mejor amigo para toda la vida.


Esa noche los latidos de sus corazones estaban sincronizados. La noche estaba oscura y preciosa. Las estrellas llenaban el cielo por todos lados, y la redonda luna se veía amarillenta. El viento era un suave soplo que refrescaba sus cuerpos y hacía bailar las hojas del Sauce Llorón. El olor de los Agapantos que estaban plantados cerca les llenaban las narices y el alegre ruido del agua del lago cuando chocaba con la arena era el único sonido que se escuchaba.

Jade volteó levemente la cabeza para admirar el perfil de Draco. Su nariz recta, sus largas pestañas, sus brillantes ojos que observaban las estrellas, sus rosados labios, los lindos lunares que pintaban su mandíbula...

A ella le encantaba mirarlo sin que él la viera, observarlo mientras estaba concentrado, serio, ajeno. Y cuando estaba de otro modo... le encantaba igual.

—Se te saldrá la baba —dijo él con diversión, volteando a verla directamente.

Jade sonrió de medio lado y puso los ojos en blanco.

—Lamento herir tu ego, pero déjame decirte que no desperdiciaría unos minutos de mi vida en mirarte.

Él arqueó la ceja.

—¿Ah, sí?

Ella se mordió el labio y volvió a mirar las estrellas. Reconoció la figura de un triángulo, formado por tres estrellas que brillaban mucho más que las otras en el cielo. Se preguntó si tendría algún significado, pero ella no era mucho de estrellas. Eso era más cosa de Draco.

Monamour. |Draco Malfoy|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora