Capítulo 16 ~ Todo está bien (parte 2)

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Grace Keller

La 1:23 de la madrugada, no era capaz de dormirme, mi espalda me pedía apoyarla en lo ancho de mi cama y mis piernas me pedían reposarlas en el piso de mi habitación, mi cuerpo querían que estas sintieran la moqueta que lo cubría, por lo tanto fui obediente y le hice caso, pero más en concreto a mis extremidades, me senté en aquella moqueta sucia y fría porque mi cabeza ya no mandaba sobre este, ya no lo controlaba ni tomaba ninguna decisión por él, estaba ocupada pensando en otras cosas

Notaba a mi corazón apresurado por latir, quería tomarse un descanso pero era algo imposible. Seguía bombeando sangre como si llegase el fin del mundo, se sentía asustado, tenía a todo, igual que todo mi cuerpo en esta instante

Mi mente estaba vacía pero a la vez repleta de cosas de las que no quería volver a ver. Las quería coger, arrugar, destrozar, liberarme y tirarlas al cubo de la basura más próximo que tuviese, también imposible de hacer. Estás me producían intenso malestar y dolor, a la vez que me desequilibraba. Me hubiera caído si no hubiera estado sentada en el suelo

Mis extremidades temblaban, jadeaban, se sacudían sin darse cuenta. Tenían miedo, angustia, a la vez que calor, volvía a sudar a montones. Quería escapar de allí, pero mis piernas me lo impedían, no eran capaz de sostenerse solas sin algún objeto secundario que las ayudase a levantar

Las uñas de mis dedos se clavaban en mis manos con desesperación, como si no hubiera un mañana, produciéndome otro dolor intenso más pero sin ser intencionado aposta

Mi cuerpo sentía dos cosas a la vez, escalofríos y sofocos, algo que me pasaba últimamente muy frecuentemente y que no era ni soy capaz de controlar. Esto era estresante, desagradable, insoportable, fastidioso e incómodo. Era tan difícil de describir que mi subconsciente tenía que sacar otros 30 adjetivos para que sea algo más posible de comprender

Me quejaba de pecho, que se comprimía y me dolía.
También de mis pulmones, que no paraban de hiperventilar y no me dejaban tranquila de una vez por todas. No podía dejar de respirar dificultosamente, a una velocidad acelerada a la común, estos me hacían desconcentrarme de la realidad

De manera súbita, de pronto, mis ojos volvían a encharcarse de lágrimas y me boca de llantos de dolor, de no poder soportarlo más, de querer dejarlo todo atrás, de suplicar que lo que me estuviese haciendo esto, parase ya, ya era suficiente. Me sobraba el miedo, el temor, la angustia, el suplicio, la tortura que me daba yo misma sin saberlo, sin quererlo

Cada vez me era más complicado inhalar y exhalar aire.
Mi corazón me latía con más velocidad aún, mi pecho se comprimía y me dolía el alma de recordar todo aquello. Todo lo que más quería se fue y no volvió para hacerme sufrir

Me sentía en peligro, como si estuviera en llamas y me fuera quemando, pero no en unos segundos, poco a poco, que diese tiempo a que se me quemaran bien los pies y la llama llegara a mi cabeza media hora después. Esto era peor, era un dolor lento y torturador, despacio y desgarrador

Rogaba a todo otra vez, para que me dejase vivir porque sentía que me iba de este mundo, o que me dejase con vida y también tranquila, en sosiego, en calma, sin ese dolor que me destruía y me derrumbaba por dentro

Los muros de mi castillo se empezaron a caer de la construcción cada vez más, y cuando acabaron de caer al campo de batalla, rotos y en llamas, los mercenarios que lo destruyeron me dejaron inmóvil, paralizada, sin poder distinguir si pasaban minutos u horas

Finalmente reposé mi cabeza sobre la moqueta y allí me quedé, tumbada y encogida en mi suelo, con el alma roto y la mente vacía y a la vez llena. Sentía muy fuertemente un pasado que me cambió la vida y desde luego no fue para bien. A pesar de que ya había sucedido hace unos años, hoy lo sentí más que nunca

La bala que partió de el arma de fuego, me hacía una herida en el corazón y ahora estaba en el punto en el que, ya te había roto la piel para entrar en este y perforaba cruelmente tu órgano, siendo la fase más dura y dolorosa del disparo

Reuní todas mis fuerzas que estaban al límite del combustible y me levanté costosamente. Me apoyé con desesperación y agobio en mi mesita de noche, buscando con prisa en ella, una botella de agua y un bote de pastillas que tal vez me salvarían la vida, o tal vez me matarían

Cogí una, o tal vez dos, o tres, no tome la cuenta, pero me sentía bien, me sentía libre, mi humor cambiaba a mejor, ya no podía decir que mi cerebro estaba vacío pero a la vez lleno, ya estaba vacío del todo. Y aunque no estuviese del todo feliz por eso, tampoco estaba mal, eso era lo importante

Próximos días

Volví a modificar mi rutina, me levantaba, me iba a clases, comía sola en la cafetería, volvía por la tarde a casa, más patatas para la cena y una dosis de pastillas, cada vez más, como cuando te enganchas a un juego y como te ha gustado, al siguiente día juegas más horas, al siguiente toda una tarde y al próximo, te levantas antes de tiempo para que puedas jugar algo antes de irte a clases, algo parecido era lo mío

Había creado una necesidad de querer cada vez más, querer más felicidad y querer menos tristeza. Esos medicamentos de múltiples colores reconstruían mi muralla, eran los soldados que luchaban por las reliquias de su pueblo y arreglaban sus defensas de piedra echas con sus propias manos. El vacío me consumía por dentro y estas piedrecitas de colores que ingería me llenaban sin hacer ningún tipo de esfuerzo ni trabajo, solo ir a la farmacia a comprar lo que te ha recetado el médico

Seis días después paso lo que todo el mundo (listo o tal vez no tanto) a averiguado.
Una y otra piedrecita de color más, y otra. Luego otra más por si acaso hacía algún buen efecto más. Y una más porque mi cuerpo me lo pedía. Otra más para mi estómago porque mi subconsciente me decía, por otra no va a pasar nada, son cosas enanas que sirven para poco, entonces si te tomas unas cuantas más, te servirán para mucho más y te sentirás como si nada de tu pasado hubiera sido real

Cada día mi cerebro me pedía más de estas, me convencía a mi misma para que ingerirse una más, que no iba suceder nada raro y de repente o tal vez no tan de repente, una luz que me suena demasiado bien me ciega la vista por completo

La Sombra Que Esconde El Árbol Donde viven las historias. Descúbrelo ahora