Capítulo 22 ~ Nuevo Hogar

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— Vamos a acogerte — tragó saliva

Me emocioné tanto que rodeé la mesa para abrazarla. Sentía un subidón de energía, me sentía grande, viva y sobre todo, libre.
De pronto, separé de Gigi, inhalé aire y la pregunté con preocupación — ¿No te importara a ti, ni a tu hermano? — seguramente a Carl le importase, le conocía un poco y nos llevábamos muy bien

— Grace, que somos...

— ¿Ni a tu madre? — volví a preguntar, sin dejarla la oportunidad de dejarla terminar la frase

— Pero Grace, que somos familia, y mi madre ya ha aceptado lo del accidente — respondió. No dije nada después de eso, me quedé paralizada, aunque intenté no actuar como tal, ya que no quería dar pena. Comprendí lo que las pastillas me hicieron, que olvidase todo, incluso cosas buenas, como esta

En este momento me acordé de muchas cosas, como la situación de mi casa, de lo que pasaba en ella. Ahora mismo me dolía el corazón de pensar en esta y lo que contenía, que desde hace mucho tiempo no estaba allí y yo no lo sabía. Porque lo que me preocupaba no era el envoltorio del regalo, era lo que estaba dentro, en este caso, mis padres


Día siguiente

No era la primera vez que empaquetaba las cosas para volver a casa, o por lo menos, a algún sitio que se pudiera llamar hogar
La última vez, hace unos cuantos años (después del accidente), guardé las cosas en mi maleta y cuando se hizo de noche, me apresuré y salí por los barrotes de la ventana de mi habitación (era pequeñita y no había mucha distancia entre un barrote y otro). Nada más que volví, me enteré que después de mi escapada pusieron otros barrotes nuevos más y pegados por mi culpa, para que ningún niño se escape, como hice yo

Vivir en un internado no es fácil, ni mucho menos. Puede parecer que hay mucho compañerismo, pero la vida en este está llena de soledad, porque sin alguna figura paterna o alguien con el que hayamos crecido, no sabemos relacionarnos

Aprendemos a querer a partir del amor de los que nos han cuidado, y en un orfanato es difícil, ya que, carecemos de este

Nos sentimos inseguros, debido a la falta de apoyo emocional. Nuestras emociones o necesidades (miedo, dolor, tristeza) nos las tenemos que tragar, porque hay pocos cuidadores para atendernos a todos y, al final, acabamos aprendiendo a soportar solos nuestras ansiedades, problemas, angustias, etc.
Por ejemplo, cuando nos hacíamos una herida por cualquier motivo, no solíamos llorar. Podíamos recurrir a dos cosas, ser unos ilusos al pensar en que un cuidador vendría a sanárnosla, o ser realistas y curarnos la herida con agua y jabón (cosas que veíamos hacer a los mayores del orfanato). Todo esto para sobrevivir en nosotros, para que el vacío de nuestro pecho no nos arrastre hasta él

Nos enseñan a portarnos bien, algo que es evidente que iban a hacer, pero también a no llorar ni pedir ayuda, porque si lo hacemos habrá consecuencias, como que no te den atención e incluso recibir un castigo

Muchos de aquí, que han entrado a una edad más temprana que yo, han aprendido desde su nacimiento a dormir solos, soportando el miedo a la oscuridad o al estar solo, porque nadie iba a venir a tranquilizarlos. Todos los que residimos aquí nos hemos abrazado innumerables veces a nosotros mismos para consolarnos

En resumen, es estar en un plano con barrotes. En el que por los huecos de esos barrotes ves el mundo exterior, pero no tienes las llaves para salir. Podías hacerte creer que alguien te adoptaría, pero eso era imposible, solo acogían en sus casas a los más pequeños. También podías recurrir a mi opción, esperar a que el guardia que que controla a los presos de la celda se despiste, puedas arrancarle del bolsillo el enorme llavero de la jaula y escapas. O como la mayoría de gente hace, esperar a que el tiempo de la condena acabe, haciéndote independiente a la edad que se debe y salir de ahí

En mi segunda experiencia en un orfanato se me hizo que el tiempo transcurría lentamente, como siempre, pero tuve la suerte de que me habían asegurado ya, que pronto me sacarían de aquel sitio
La primera vez que estuve en un internado, pasé allí unos cuantos años después de el accidente, hasta que, repito, me escapé

Gigi vino sola, ya que su madre (a la que ahora debería reconocer como tía, o también como madre), estaba trabajando. Teníamos que coger un taxi o ir andando para poder llegar a mi nuevo hogar

Me acordé del estado de mi casa, en la que pasé parte de mi infancia, en la que tengo parte de mis recuerdos de pequeña con la gente a la que quería. También recordé a mis padres, a mi padre y a mi madre, a la que veía sentada en el sofá, viendo la televisión y comiendo helado todas las horas de mi vida. Quería comprobar si era verdad, que estaban allí, que no era parte de mi imaginación, que existía ese 0,0000000001 por ciento de probabilidades de que en realidad si era verdad que estaba tumbada en ese sofá ahora mismo

Gigi, (ahora mi prima), se decidió por coger un taxi, no quería andar, y menos con esas maletas híper pesadas (ya que llevaban todos mis objetos de valor), imposibles de llevar. Los cuidadores que trajeron de mi habitación todas mis pertenencias mientras que yo estaba inconsciente, no querían que dejase ni un rastro de mis cosas en esa casa, y no se por qué, he llegado a pensar que seguramente me querían robar algo, las personas somos así, avariciosas

Gigi quedó levantada la mano, con su Palma extendida, hasta que un taxi amarillo vino a recogernos. Antes de que montara en este, le pregunté a Gigi — ¿Podemos parar en mi casa?

— ¿Para que quieres ir? Ahora podrás estar en la nuestra — respondió mientras le hacía una seña de stop al taxi, indicando que esperase un momento

— No lo sé, pero quiero verla 

— Grace, esta en venta — contestó, no dije nada y ella prosiguió a hablar — y además, la llave está en mi casa

— Da igual, por la ventana se puede entrar — respondí, después añadí — porfa — pero con la intención de que me leyera los labios, ya que lo dije muy bajo.
Me acordé de las últimas veces que había entrado por la ventana, una de ellas para colarme después de la última fiesta a la que fui con Gigi, y la otra para coger un trapo para que Jonathan no acabara con la frente goteando chorros de sangre. Sonreí sin querer, después, miré hacia abajo y tosí para disimularlo

— Anda, entra — nos montamos en los asientos de atrás del coche amarillo cuando el taxista nos cobró y pidió cortésmente la dirección del sitio al que deseábamos ir. Gigi le dijo la calle de mi casa, y yo, ya estaba contenta

Apoyé mi cabeza sobre mi mano y esperé a llegar al fin del trayecto mirando por la ventana del taxi amarillo

La Sombra Que Esconde El Árbol Donde viven las historias. Descúbrelo ahora