Capítulo 7: Welcome to my life

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CLOVE

-¡Solo eres una niñata estúpida y encaprichada!

-¡Y tú solo eres un subnormal!

Salgo corriendo del salón y subo a trompicones las escaleras hasta mi cuarto. Atranco la puerta como llevo haciendo seis años pegándole una patada y me pongo a chillar con furia. Rajo la colcha de la cama con un tirón y saco un cuchillo que lleva guardado ahí desde que empecé el entrenamiento. Oigo como mi padre se acerca a la puerta y la empieza a agitar.

-¡Sí, tú atrévete a entrar porque tengo el cuchillo en la mano, y te aseguro que el centro de entrenamiento al que me mandáis es muy bueno! – bufo desafiante

-¡Clover Ringer, abre la maldita puerta! – exclama mi padre al otro lado

-¿Y dónde preferirás entonces que te de, en el corazón, en el cerebro o en el…

-¡CLOVER! – su grito es tan parecido al de un animal, que por un momento me asusta.

-¿QUÉ?- respondo aun así en el mismo tono

¿A qué viene todo esto? Pues… A donde dejamos la historia. El concurso de baile.

TRES MESES ANTES

Llevamos ya cuatro días practicando para la maldita competición de la semana que viene y la verdad, es que no se nos da nada mal. Cato ha mejorado de forma increíble y la coreografía apenas necesita unos breves repasos cada día, pero, a pesar de ello, ambos intentamos alargarlo siempre lo máximo posible. Y siempre acabamos con la misma pregunta:

-¿Cómo bailas tan bien? – es lo que él quiere saber todos los días. Yo le respondo con evasivas, otras cuestiones, etcétera. ¿Y por qué? Porque no puedo dejar que él lo sepa, ya que entonces seguramente me daría de lado y se lo contaría al resto del grupo, destrozaría las pocas cosas por las que mi vida tiene sentido y…

-En fin Clove, yo me voy – interrumpe mis pensamientos –Mañana volvemos a quedar, ¿no?

-Claro – sonrío. Le acompaño hasta la puerta, vigilo que mi madre no pase cerca (desde que el primer día casi muero congelada, quedamos en evitar que yo hiciera el camino), y le despido.

-¡Adiós! – digo, mientras él sacude la mano en respuesta y se aleja. Cierro la puerta y observo mi ropa. Ya estoy vestida, así que podría…

Entro en mi habitación y enchufo otra vez el casete. Rebusco en el armario, y sonrío. Ahí está.

Saco una pequeña caja de cartón, para encontrarlas dentro: unas gastadas zapatillas de puntas*, pertenecientes a mi madre. Compruebo su estado: están viejas y las cintas para atarlas, completamente rotas, pero puedo coserle unas nuevas, y tras tantos años guardándolas al fin me valen.

Pongo la música y empiezo a bailar. Hago piruetas, arabes* y otros muchos movimientos que, aunque tengo un poco oxidados, rápidamente coordino con fluidez. Me dejo llevar por el ritmo, olvido los problemas como solo he sabido hacer al moverme con Cato. Y, batiendo un récord personal, me siento feliz por segunda vez en un solo día.

Y tan feliz estoy que ni siquiera oigo el chirrido de la puerta al abrirse, hasta que ya es demasiado tarde.

-Clove, me he dejado la… ¿Clove?

Paro repentinamente y me da un vuelco el corazón. Ahí está él, Cato, y acaba de entrar en la habitación mientras yo hacía exactamente lo último que quería que él me viese hacer. ¿Por qué narices me olvidaría de atrancar la puerta?

Se produce un incómodo silencio en el que yo ya no sé dónde meterme

-Clove – repite al fin - ¿eso son los lazos de las cosechas? – señala mis pies

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora