Capítulo 32: Trained to kill

717 43 1
                                    


CLOVE

Cuando llegamos a la sala de entrenamiento, sólo encontramos a los tributos de los Distritos 4 y 6 sentados frente a una mujer alta y atlética de piel oscura, aguardando en medio de un incómodo silencio. Nada más aproximarnos a ellos, alguien se acerca por nuestra espalda y nos prende de la camiseta el mismo rectángulo de tela que me ha permitido reconocer a los tributos presentes; me yergo y estiro, consciente del dorsal con el número 2 que me marca como una amenaza.

Sin que nadie tenga que decirnos nada, Cato y yo nos sentamos junto a los chicos del 4, y con un solo vistazo, recuerdo el motivo por el que nuestros mentores pretendían aliarnos únicamente con ella: es el chaval escuálido que tanto me sorprendió ver elegido en su Distrito durante la Cosecha.

"Cada vez es más raro que manden profesionales." Dijo Lyme; aunque si han aceptado que carguemos con este niño, será que ella tiene algo que merece la pena.

-Soy Clove, Distrito 2. –me presento.

-Tamina, Distrito 4. –contesta con una sonrisa amable.

A pocos días de que nos lancen a la Arena para matarnos entre nosotros, ese gesto me hace desconfiar inmediatamente; sin embargo, decido disimular y responder con una mueca que pretende ser amistosa.

-Xack. –dice el niño saludando con la mano.

-Cato.

Pocos segundos después, otra pareja entra en la sala, y rápidamente les prenden sus números. En menos de cinco minutos sólo echamos en falta tres Distritos, y cuando el reloj marca las diez menos diez, y ya todos estamos levantados y esperando en tensión, queda por bajar un único par de tributos.

El gruñido de Cato es el que me señala que finalmente han decidido aparecer:

-Vaya, hombre, mira qué mona la pareja combustible.

Alzo la cabeza y contengo la carcajada maliciosa que me nace en la garganta mientras, cerca de mí, Tamina arquea una ceja burlona. Como siempre, los últimos, el Distrito 12 entra en la sala y, tratando de no llamar la atención, busca rápidamente un hueco dentro del círculo que hemos formado, pero eso no hace su declaración de intenciones menos notable: se dieron la mano ayer durante el Desfile que monopolizaron y hoy, parece que la cosa continúa al ir vestidos a juego, los dos únicos tributos que han decidido hacerlo; está claro que, por su propia iniciativa o por la de su mentor, van como equipo.

Una vez consiguen introducirse en el grupo, y con las miradas cómplices de los profesionales como telón de fondo, la mujer alta del centro, Atala, da un paso adelante y nos empieza a explicar algo que yo llevo estudiando desde los ocho años: el horario de entrenamiento. Presenta los diferentes puestos en los que podremos practicar nuestras habilidades, tanto de lucha como de supervivencia, durante los tres próximos días, da unos consejos rápidos y señala que está prohibido realizar ejercicios de combate con otros tributos; espero que Cato haya escuchado eso último. Después, se retira a la zona donde los Vigilantes nos observan...

Y empieza la fiesta.

Movidos por resorte, los Distritos 1, 2 y 4 vamos directamente a la sección de armas. El Distrito 1 ha tardado bastante más en venir, por lo que aprovechamos el momento para presentarnos.

-Yo soy Marvel, y ella es Glimmer –saluda él, mientras su compañera esboza una mueca sexy que me asquea.

Glimmer; así que ya le puedo poner nombre mientras piense en cómo arrancarle los maravillosos bucles rubios de la cabeza.

-¿Tenéis algún arma predilecta? –pregunta Xack, aunque es una pregunta absurda.

Todos los profesionales que se precien tienen un arma predilecta, sí o sí; pese a que tratamos de saber lo básico de las más usuales para manejarnos con soltura con todas ellas, años y años de entrenamiento hacen que, consciente o inconscientemente, acabes decantándote por una o, al menos, por algún tipo.

No; lo que quiere decir en realidad es:

¿Vamos a destapar nuestras cartas o no?

El primero en responder es Cato que, ni corto ni perezoso, se encamina al puesto de espadas. Sin apenas saludar el instructor, sopesa varias hasta que encuentra una que le gusta, se coloca en medio de un grupo de maniquíes situados estratégicamente y se pierde a lanzar estocadas hasta que no queda ni uno con los sensores de cabeza, pecho y estómago destrozados.

-También soy muy bueno con la lanza –concluye, sin disimular el deje de soberbia.

Nunca le querré más de lo que ya se quiere él a sí mismo.

El comentario de la lanza hace que al chico del Distrito 1 se le ilumine la expresión, y veo nacer en su cara el principio de una sonrisa arrogante que no me deja otra opción más que alzar la vista al cielo.

-¿Vamos a comprobarlo? –pregunta.

No.

-Por favor –murmullo entre dientes –Duelo de machitos no.

Pero por supuesto nadie hace caso a mis súplicas, con lo que en menos de medio minuto ya estamos en el puesto de lanzas y ambos dos sacos de testosterona se preparan desde la marca de trece metros. Me miro las uñas, aburrida, y comienzo a tamborilear con los dedos contra mi pierna. Sí, es verdad que nunca he visto al tal Marvel lanzando y que por una u otra razón puede que me sorprenda; pero desde luego, si ha reaccionado así ante la mención de las lanzas es porque es una de sus armas preferidas, con lo que puedo saber sin mirarle que es como mínimo bastante bueno...

O, en su defecto, un creído. Da igual; estamos en una cuenta atrás hasta llegar a la Arena, así que no quiero perder más tiempo del necesario. Ignoro deliberadamente a la rubia nuclear del 1 (que igualmente parece bastante entretenida observando cómo Cato se agacha a recoger una lanza) y me dirijo a mis dos nuevos amigos pescadores.

-¿Tenéis algún arma predilecta? –digo, imitando la expresión amable de Tamina antes de poner los ojos en blanco. –O aunque no la tengáis, seguro que hay algo más interesante que hacer que observar a estos dos.

Silencio. Ambos se miran un segundo, desconfiando de mis intenciones; vaya, parece que ni me equivocaba ni estoy sola al sospechar de los ademanes simpáticos y agradables.

-¿No crees que deberíamos quedarnos a ver qué es lo que pueden hacer? –pregunta Xack, dubitativo.

Suspiro. Vale, es verdad: realmente no tengo una razón más lógica para querer alejarme de la demostración varonil de habilidades de la que tienen ellos para quedarse, pero aun así me parece una garrafal pérdida de tiempo útil... Especialmente si tenemos en cuenta que he observado a Cato lanzar tantas veces que sabría describirlo con los ojos cerrados.

Así que recurro al único as que me queda: desvelar yo misma aquello que mi compañero ha decidido no mostrar aún.

-Vale, mirad: -comienzo -el chico de mi Distrito es capaz de acertar en un blanco del tamaño de mi mano desde una distancia de quince metros, lo he visto; y sabiendo eso, podemos suponer lo bueno o malo que es el otro basándonos en su expresión cuando acaben la "exhibición", con lo que no hace falta que observemos mucho más, ¿no? Repito: ¿hay algo que queráis enseñar?

Está bien, sé que ha sonado muy amenazante, más como si mi objetivo fuese analizarles a fondo en lugar de, simplemente, salir de aquí. Pero no espero que mantengan sus dudas después de que les haya confesado con detalle las habilidades de uno de nuestros aliados, algo que (me doy cuenta un poco tarde) no beneficia demasiado a Cato...

Obviamente, me equivoco.

-¿Por qué no empiezas tú? –me pide Tamina.

Debe de sorprenderse al ver que suspiro de alivio mientras me encamino sin titubear al puesto de lanzamiento de cuchillos. El entrenador que espera allí, atendiendo a otros dos tributos escuálidos, me mira con mala cara cuando paso de largo y voy directamente a activar el sistema de luces que ilumina los maniquíes a los que tendré que disparar.

-¿No te parece un poco precipitado nada más empezar? –pregunta, apartando la mirada un segundo de sus pupilos temblorosos.

Compongo una falsa sonrisa.

-Me manejo bien, gracias; sólo necesito la pista despejada para no clavarle nada a quien no deba.

A regañadientes, me ayuda a colocar las vallas que marcan el área de entrenamiento. Cojo seis cuchillos ligeros, compruebo el filo y me pongo en posición, esperando a que el sistema de luces haga su magia...

¡Pam! Lanzo a la izquierda una milésima después de que el objetivo se ilumine, acertándole de lleno en el corazón, y en menos de un segundo giro el cuerpo para clavar otro cuchillo en la cabeza del maniquí que se encuentra más a la derecha. La lentitud que me obliga a llevar el sistema me permite presumir un poco, con lo que a la siguiente lanzo de espaldas, después con la mano izquierda, y tiro mis dos últimos cuchillos a la vez para concluir el pequeño circuito. Veo que el entrenador abre ligeramente los ojos, sorprendido, antes de preguntarme si quiero repetir. Echo una ojeada a Tamina y Xack: por sus caras, me da la impresión de que ya se han hecho una idea bastante clara, y no quiero desvelar todo lo que tengo el primer día.

-No, pero volveré después –respondo.

Al dirigirme a los tributos del 4, observo con orgullo que ellos no han sido los únicos en quedarse mirándome; hago lo que puedo por ocultar mi satisfacción y adoptar otra vez la expresión fría, cuando de repente recibo una palmada por la espalda que casi me tira al suelo.

-Vaya, hombre –dice Marvel -¡Y parecía tonta!

Respiro hondo para evitar darle un puñetazo en la cara y cuadro la espalda; da la impresión de que la petulancia es requisito imprescindible para vivir en el Distrito 1.

-Ya, sí –digo –Nunca te fíes de las apariencias.

"Esto no es nada" pienso para mí; sin embargo, puesto que no veo a ninguno de nuestros dos compañeros rubios, decido cambiar de tema:

-¿Dónde están Cato y la z... Glimmer?

El semblante de Marvel se oscurece repentinamente.

-Ah, sí; después de las lanzas decidieron irse a ver qué podían hacer en tiro con arco. A Glimmer no le gusta ningún arma en especial, pero parece que el arco se le da bastante bien y... Bueno, a Cato no daba la impresión de que le molestase mostrar sus habilidades ahí también.

¿Qué dije antes? "Todo profesional que se precie". Me reitero en esa parte.

-Bueno, en tal caso –interviene Tamina –vamos a buscarlos, ¿no?

No se me pasa por alto el hecho de que era el momento de desvelar sus habilidades, y eso me hace desconfiar de inmediato: soy incapaz de ignorar la sospecha que me incita su actitud amable y callada en un ambiente lleno de asesinos despiadados, y no me creo ni por un segundo que toda esta pantomima pretenda desviar la atención de sus falta de aptitudes, sino más bien todo lo contrario. La observo de reojo mientras nos encaminamos al puesto de tiro con arco y tardo poco en localizar las reveladoras señales: el cuerpo fibroso, la espalda recta, la barbilla ligeramente elevada, la mirada, aún dulce, que vuela de un puesto a otro, analizando en busca de rivales potenciales... Vuelven a mi cabeza las palabras de Lyme en el tren: los profesionales no nos caracterizamos por intentar resultar discretos. ¿Qué hace, entonces, que tenga tantas reservas?

Sin embargo, todas las sospechas desaparecen de mi mente en cuanto llegamos al tiro con arco y los veo.

Pegados a escasos centímetros.

En realidad, no debería alarmarme. Él tan solo está mejorando su posición corporal, recolocándola en un gesto que, en otro contexto, podría resultar completamente inocente, simplemente una señal de compañerismo...

Salvo porque Cato nunca, jamás, ayuda a alguien en temas de entrenamiento si no le obligan, ni, en mi humilde conocimiento, creo que sea necesario para mejorar la trayectoria de la flecha apoyar la cabeza en el pecho de otra persona y soltar el aliento en su cuello de una forma tan descarada como para que se note a diez metros. Otra vez, siento ese fuego que me recorre hasta la última fibra del cuerpo y me muerdo el labio para evitar lanzar un bufido; en su lugar, con un tono irremediablemente sarcástico, pregunto:

-¿Habéis terminado ya?

Cato pega un brinco, sobresaltado, cuando es consciente de que estamos delante de él, e instintivamente se separa unos centímetros; por el contrario, Glimmer no muestra ningún pudor, e incluso suspira irritada porque hayamos osado interrumpirla en su gran momento. Vaya, hombre, qué pena me da.

-Cato me estaba ayudando un poco con el tema del arco. –explica con su tono empalagoso -Parece que abro demasiado las piernas al disparar, y entonces tengo mayor probabilidad de que la flecha se desvíe y acabe donde no debe.

-Vaya, cualquiera diría que después de años de entrenamiento eso ya lo sabrías, ¿no?

El comentario escapa de mis labios sin permiso, y me reprendo mentalmente por no haber sabido controlarme. Está claro que Glimmer saca lo peor de mí pero, por naturaleza, huyo del conflicto inútil, sin sentido, y más aún si es por un tema tan ridículo. Al instante, la chica me fulmina con la mirada (ella a mí tampoco parece tenerme mucho aprecio) y está abriendo la boca para contestar cuando Xack, en un tono tímido y conciliador, interviene:

-¿No tenéis hambre? Creo que deberíamos ir a comer.

Tamina asiente inmediatamente, y Marvel y Cato tardan poco en hacer lo mismo. Veo cómo Glimmer se traga las palabras que estaba a punto de escupir y, otra vez, esboza esa sonrisa seductora que me pone mala antes de moverse y quedar nuevamente a escasos centímetros de mi compañero de Distrito; por alguna razón, siento como si me clavasen un puñal en la espalda al ver que él no hace nada por evitarlo.

Para cuando llegamos a comer, la mayoría de tributos ya están sentados en una mesa con la bandeja a medio terminar frente a ellos. Observo que casi todos se encuentran solos, ni siquiera acompañados por sus compañeros de Distrito, con una única excepción, como empieza a ser costumbre, enormemente llamativa: la parejita del Distrito 12.

Sin embargo, no me detengo a observarlos mucho tiempo, llamada por el olor de la comida. Aunque no tengo demasiada hambre, cojo unas porciones lo suficientemente grandes como para cubrir el desgaste energético del entrenamiento de las bandejas que nos ofrecen, y una vez estamos ya todos sentados, comenzamos a hablar entre nosotros, muy alto y armando mucho jaleo en contraste con el silencio atronador que cubre las mesas del resto de tributos. Permanecemos así media hora, más o menos, en la que yo no quito ojo de las sutiles (y no tan sutiles) intentonas de Glimmer de pegarse más a Cato, frente a lo que una rabia que no sabía que podía sentir vuelve a surgir dentro de mí y me pone de un humor de perros.

Por suerte, nadie quiere perder demasiado tiempo en comer, con lo que nos levantamos antes de que me ponga a vociferar y decidimos que, durante el resto del día, será mejor que aprovechemos y practiquemos solos. Yo me dirijo, cómo no, al puesto de cuchillos, donde libero mi ira con cada lanzamiento, aunque no permanezco mucho allí; en cuanto la sangre fría vuelve a templarme la cabeza, decido aprovechar la oportunidad para resolver el misterio al que he estado dando vueltas toda la mañana.

Desoyendo las instrucciones de Lyme, voy a uno de las pocas clases que no domino: plantas comestibles. En ella no hay instructor que esté pendiente de lo que hago, tan sólo una pantalla que te presenta fugazmente diferentes imágenes de bayas, semillas y hierbas que luego tienes que clasificar, y que se pone a parpadear en rojo con cada error que cometes. Dejo pasar frente a mí las diferentes fotografías, acompañadas de carteles que indican si son beneficiosas y perjudiciales pese a que realmente, no podrían interesarme menos. Los tributos profesionales solemos poder contar con vivir durante nuestra completa estancia en la Arena de los suministros que encontramos en la Cornucopia; rara es la vez en la que alguno tiene que buscarse la vida para encontrar comida y agua, con lo que no pienso perder mucho tiempo decidiendo si esta u otra planta son venenosas.

No; la única razón por la que estoy aquí pulsando botones sin ton ni son es porque tengo una vista magnífica de la zona de combate cuerpo a cuerpo donde se encuentran, en plena acción, Tamina y Xack.

Él no me sorprende demasiado: aguanta quizá un poco más de lo esperado hasta que el instructor le hace una llave y le tira al suelo, pero por lo demás, cumple con la imagen de niño sin un entrenamiento completo que me esperaba de él. Se retira, practica en una esquina los movimientos que ha aprendido, y vuelve a repetir el combate, durando apenas un minuto más, y así hasta que acaba agotado. Mi pantalla no deja de parpadear en rojo y comienzo a ponerme nerviosa, cuando por fin entra al campo de combate la razón de mi presencia aquí.

Si me quedaba alguna duda de su naturaleza profesional, queda disipada en cuanto comienza la pelea. No es sólo su físico o su actitud; Tamina se mueve con la fuerza y la fluidez de una serpiente, su rival no ha terminado de dar un paso cuando ella ya se le ha adelantado y está sobre él, desarmándole y anticipándose a un movimiento que ni siquiera ha sido todavía pensado. Enlaza pasos como una bailarina, mantiene el equilibrio sin problemas, se agacha, salta y sólo en una ocasión parece encontrarse en un apuro para deshacerse de su contrincante, ocasión que me brinda lo que yo quiero saber.

Es únicamente un acto reflejo, tan efímero que probablemente nadie más lo haya notado en plena pelea; sin embargo, yo llevo luchando con uno o dos cuchillos en la cintura desde los ocho años, y reconozco perfectamente el gesto de ir a buscarlo para atacar con él, pese a que en esta ocasión no haya ninguno.

Se recupera rápidamente del paso en falso y vuelve a arremeter con sus movimientos fluidos y ligeros, jugando al despiste con mil fintas, mientras yo me pierdo en mis cavilaciones: obviamente sabe manejar armas, pero eso ya lo tenía asumido; si su mejor baza fuese el cuerpo a cuerpo en seco, el secretismo de esta mañana para mostrarse ahora frente a todos habría sido absurdo. La señal que acabo de desvelar puede querer decir que, como yo, es lanzadora de cuchillos, pero no lo creo: sí así fuese, no dominaría de esa manera algo con tanto contacto como esto. Hago un inventario mental de todas las armas de corta distancia que conozco: espada, lanza, machete, maza... Ninguna requiere un cuchillo porque ya son mortíferas por sí solas. Me muerdo el labio: estoy pasando  algo por alto. El cuchillo, la destreza en el cuerpo a cuerpo, la agilidad de una serpiente, serpiente, serpiente...

Una serpiente.

Y llego a la conclusión en el mismo instante en que Tamina tira al instructor al suelo y le clava la punta de la bota en el cuello con una mirada que ya no muestra una pizca de dulzura: su arma es el látigo.

Parece que la niña agradable del grupo no lo es tanto.

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora