Capítulo 14: The way I loved you

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CLOVE

“Cuando me despierto, pego un descomunal bote para salir de la cama. La casa está en completo silencio, lo normal siendo jueves... Si ya ha pasado la hora en la que Bethany y yo vamos al colegio, y mi padre al trabajo. Aún en pijama, bajo corriendo la escalera para comprobar si es demasiado tarde: Las nueve y media de la mañana.

Cato estará aquí en una hora.

Me maldigo a mí misma entre dientes por haber tardado tanto en levantarme; por lo general, no soy muy dormilona, pero con los nervios, anoche me costó horrores cerrar los ojos. Ahora me arrepiento de no haber hecho caso a Bethany y tomarme alguna clase de infusión calmante.

Encuentro un trozo de pan que cubro con el poco fiambre que queda en casa rápidamente, suficiente para que mi diminuto estómago se llene. Vuelvo a subir corriendo a mi cuarto y, por acto reflejo, me pongo la ropa de entrenar. Entonces caigo en la cuenta de que, por la misma razón que hoy he podido saltarme las clases, me acabo de equivocar: es el día de la competición del baile, y con el mismo uniforme con el que tiro cuchillos, no puedo ponerme a hacer piruetas y pasos.

Abro el maltrecho armario donde guardo mi escasa ropa. Ahí está: el discreto y largo vestido negro con corte vertical en la pierna, de la época en que mi madre bailaba, y que la semana pasada arregló expresamente para ajustarlo más o menos a mi talla. Saco unas medias de rejilla, también prestadas, y me visto con ello. Pruebo a dar un par de vueltas y realizar algunos de los pasos de nuestra coreografía: me sigue quedando grande, pero no se me cae y voy cómoda con él.

Cuando salgo del cuarto, voy al baño a arreglarme el pelo, lo que básicamente significa recogérmelo en una cola alta y enganchar en un lateral, con horquillas, un pequeño adorno a juego con el vestido. Vuelvo a comprobar la hora: me quedan cinco minutos. Doy vueltas nerviosa, a sabiendas de que me falta algo… ¿Pero el qué?

Miro al suelo, pensativa, y lo descubro… ¡Los tacones! El primer día de ensayos con Cato, prometí ponerme unos para que la diferencia de altura no fuese tan grande, pero desde entonces no lo he vuelto a recordar, y no me preparé ningunos. Aunque quizás…

-¿Mamá? ¿Estás despierta? – grito. Unos pocos segundos después, una voz proveniente del cuarto de mis padres responde.

-Sí, cariño. ¿Qué pasa?

Subo intentando no descolocar en el intento el adorno del cabello.

-¿Me puedes prestar unos tacones?

La mirada de mi madre ante la petición, es de completa sorpresa y extrañeza. Por supuesto, ¿para qué iba a querer su hija-barra-máquina de matar, una de las piezas de vestuario que ya había demostrado odiar años antes de aprender a lanzar cuchillos? Sin embargo, sonríe.

-Hay unos guardados que me están pequeños ahí. – señala una caja escondida en una esquina de la habitación – Quizá te valgan.

-Gracias – digo con un suspiro mientras cojo la pareja que me ha señalado. Son unos zapatos delicados y finos, que parecen casi de cristal; por suerte, no me quedan excesivamente grandes, nada de lo que preocuparse teniendo en cuenta las tiras plateadas con las que se atan. Me estoy poniendo de nuevo mis viejas deportivas, ya que, visto el trayecto hasta el centro de entrenamiento, cuanto menos tiempo los lleve puestos menos riesgo habrá, cuando suena el timbre de la puerta

-¡Voy yo! – exclamo. Abro y me encuentro con un Cato que, a pesar de su camisa, pantalones viejos, y pelo desastrado en un intento de peinarlo lateralmente, está reluciente. Sin poder evitarlo, me lanzo a darle un abrazo y ambos empezamos a reírnos nerviosos.

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora