Capítulo 22: Feel the rage

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CATO

Embestida. Defensa. Embestida, paso atrás, finta. Amago, estocada, golpe, suelo, patada, nariz rota, arriba, corte, embestida, cuidado porque viene otro por detrás, media vuelta, codazo, abajo, delante, con el puño, mierda mantén el equilibrio, vale ya está, gancho, a la derecha y pum. Mi brazo rodeando su cuello y la espada apuntando al estómago. Fuera de juego.

Suena el pitido que indica el final del entrenamiento, pero yo me mantengo en la misma posición un par de segundos más, hasta que el chico al que estoy ahogando comienza a boquear y me veo obligado a soltarlo. Este cae al suelo buscando el oxígeno que le ha faltado durante unos breves segundos, y oigo a mi espalda cómo el otro chaval escupe un diente y algo que no suena demasiado bien mientras se aleja despacio.

Y se creerá que puede irse sin más.

-Eh tú, ¿decías algo?

Noto el fuego del enfado mezclado con la adrenalina de la pelea bullir dentro de mí mientras acabo con la distancia entre él y yo en un par de zancadas. Se gira un segundo para mirarme con un patético desdén y luego sigue con su paso lento hacia el vestuario.

-¡EH! – repito con un empujón que le estampa de forma sonora contra la pared, de manera que la mitad de la sala deja por un momento lo que estaba haciendo para comprobar qué sucede.

Sin embargo, a mí me da igual que mire quien sea: lo único que hago es acercarme aún más y, con la mano derecha, levantarle de la esquina a la que ha caído hasta poner su cara a la altura de la mía, de manera que sus pies cuelguen unos centímetros.

-Puedes repetirme lo que has dicho, ¿por favor? – gruño.

-Yo… - el poco valor que le quedaba se pierde a medida que aprieto su cuello, y el miedo invade su mirada aterrorizada.

-Tú… - le invito a continuar con un deje cruel.

-¡Eh! ¡Eh! ¿Qué se supone que estás haciendo? – una chica que acaba de entrar por la puerta se dirige a nosotros con paso decidido. - ¡Suéltale ahora mismo!

-No te metas – respondo, centrado en el brazo que sostiene al chaval.

 Pero entonces, con toda la fuerza de su delgado pero musculoso cuerpo, la muchacha embiste contra mí, haciéndome perder el equilibrio por un segundo, y liberando con ello al chico de su presa humana. Sin pararme a pensarlo un segundo, me la quito de encima y le doy un puñetazo en la tripa que le hace doblarse de dolor.

-¡Te he dicho que no te metieras! – secundo las palabras con una patada en su espalda, y ella suelta un gemido que le resta toda la fiereza que pudiera quedarle.

Estoy a punto de seguir cuando un nuevo grito me frena; sin embargo, esta vez, el timbre conocido de la voz sí consigue frenarme.

-¡CATO, PARA! – corriendo desde la otra esquina de la sala, Hayden aparece jadeando. Al ver que he conseguido llamar su atención, apoya las manos en las rodillas y toma aire – Para o te juro que el siguiente golpe me lo das a mí.

Con la ira aun palpitando dentro de mí, paso mi mirada furiosa desde Hayden, a la chica tirada en el suelo con una mano en el estómago, al terror del muchacho de antes que se aleja como puede, y luego nuevamente a mi amiga. Resoplando con fuerza y tras sacudir el brazo, cargado por el peso que ha tenido que aguantar, obedezco a esta y bajo las escaleras delante de ella, no sin antes dirigir una amenaza no verbal a todos los presentes con los ojos.

Entro en el vestuario y me meto en las duchas para quitarme de encima la capa de sudor que ha dado como el fruto el entrenamiento. A pesar de que han pasado ya unos cuatro meses desde el asfixiante calor de agosto, yo sigo usando el agua fría, principalmente por dos razones: la primera, que no se corta al minuto; y la segunda, que tras las cuatro horas de entrenamiento extra que reciben los de último año en el Centro, enteramente de combate cuerpo a cuerpo y todo aquel aprendizaje más “práctico” que se puede ofrecer, lo último que te apetece es más calor en el aire viciado.

District Two (Cato & Clove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora